Cuando un alma ama profundamente al Señor…, más de una vez uno se inquieta y muchas veces se pregunta: ¿Estoy haciendo yo, lo que el Señor quiere que yo haga? Tener esta preocupación y centrar nuestra vida en ella, es un signo evidente de que el amor al Señor, campea a sus anchas en el alma de que se trate, porque solo el amor al Señor y nada más que el amor a Él, es quien nos mueve a hacernos esta pregunta. Y dentro de ese amor, lo que nos mueve es el deseo de servir al Señor, agradándole en lo que más pueda desear de nosotros.

            Esta preocupación, la mayoría de las veces es frutó del deseo de servir al Señor con todas las fuerzas de nuestro ser de luchar en su servicio hasta nuestro agotamiento físico, no espiritual porque el alma enamorada de Dios, nunca se cansa de amarle.

            A cada uno de nosotros cuando nacemos, Dios nos crea y cuenta con cada uno nosotros, para que desarrollemos en este mundo, un función especial y única que ninguna otra persona puede realizar al tiempo de nosotros, ni la ya la ha realzado antes de nuestro nacimiento, ni la realizará nadie más después de que nos hallamos marchado de este mundo. Somos todos, criaturas únicas e inimitables. Ello es en razón de que, el molde que se utilizó en nuestra creación está roto y ya no existe, ni jamás existirá otro igual.

            Todos somos criaturas únicas y diferentes, como expresión de la grandeza de Dios, a este respecto Benedicto XVI, escribía en su época de Cardenal Ratzinger, que: “Cada hombre es un individuo único que no se repite nunca. Dios los quiere a todos en su singularidad irrepetible. Esto significa, por tanto, que llama a cada hombre sirviéndose de un concepto, que solo El conoce y pertenece exclusivamente a Él”.  Y como toda persona que es única e irrepetible cada uno de nosotros tiene un camino singularísimo que recorrer. Desde el instante de nuestra creación individual, Dios implanta su dirección espiritualizante en lo más íntimo de nuestro ser. Y al hacerlo Dios nos consagra para Sí, tal como nos dicen: F. K. Nemeck y María Teresa Coombs.

            Y continúan estos autores, consagrados al servicio divino diciéndonos: Dios mueve a las personas a desear libremente lo que Él quiere para ellas. Dada la singularidad y originalidad de cada ser humano, todo dirigido manifiesta algo de Dios. Cada uno tiene algo que decir acerca de Dios que jamás se ha dicho y jamás se repetirá exactamente del mismo modo. Todo lo que toca a la personalidad, vocación, misión, etc... De cualquiera converge y se entrelaza en esa singularidad propia.

            No hay dos individuos que experimenten el amor de Dios exactamente de la misma manera. Él nos ama a cada uno infinita y personalísimamente. No se trata de que Dios ame a unos más que a otros, es que su amor está tan personalizado en la individualidad humana que Él mismo nos ha donado, que no se puede igualar con criterios humanos, en más o en menos, nuestras personales relaciones de amor con el Señor. Su amor es tan personalizado que todos lo experimentamos de forma diferente. Nadie tiene el mismo camino que recorrer para llegar a Dios, ni nadie está llamado a servir al señor de la misma forma.

            Para servir al Señor, todos tenemos que luchar, primero por encontrar la forma en la que Él desea que le sirvamos y luego conocida la forma hemos de atender la intensidad de nuestro esfuerzo. Todo esto es muy diferente para todas las personas, e inclusive también es diferente, en la misma persona de acuerdo a la edad que tenga y por ello se trate de un niño, de un adolescente, de un joven, de un adulto, de una persona madura o cuando ya se encuentre en la senectud. En el servicio al Señor, hay que distinguir, dos clase de trabajos nuestros unos son los espirituales y otros los materiales Por su puesto, que en lo referente al servicio a Dios siempre prima lo espiritual, es decir lo referente al alma que lo material, es decir, lo referente al cuerpo.

            Dios es Espíritu puro, nosotros somos también espíritus puros asentados en un cuerpo perteneciente al orden material no al espiritual. Nuestra alma al pertenecer al orden superior del espíritu, es para bien o para mal inmortal, según busque su destino final en el amor de su Creador, o en el odio de su depredador. Para bien o para mal, el destino final humano es el que la persona escoja libremente, pero ojo no se puede estar en misa y repicando como muchos desean, llegándose a esas absurdas exclamaciones de: ¡Dios es tan bueno que al final a todo el mundo lo perdonará!

            Sí Dios es bueno y misericordioso, pero también es justo, y la justicia preside sus actos. Por otro lado si se invoca la misericordia divina que existe y Él la aplica, esta, siempre exige un requisito previo que es el arrepentimiento. Sin arrepentimiento no es posible invocar la misericordia y el arrepentimiento es siempre un acto de amor. Cuando un alma sale del ámbito de amor del Señor, pierde la capacidad de amar, y entra en el ámbito del odio que es la antítesis del amor y en el reino del demonio. A ningún condenado le es posible arrepentirse, su antigua naturaleza de amor ya no existe. Cuando salió voluntariamente del ámbito del amor del Señor, se le transformó su naturaleza de amor en naturaleza de odio, porque cuando se produce un vacío en un sentimiento, inmediatamente este vacío lo rellena con su antítesis. Es imposible amar y odiar al mismo tiempo a la misma persona, el amor y el odio son incompatibles, o se ama o se odia.

            Pero volviendo al tema del servicio al Señor, para el que estamos convocados, en el orden espiritual, es muy sencillo, todo se centra en una palabra amarle. El amor es el todo, por que como repetidamente nos dice San Juan: “Dios es amor y solo amor” (1Jn 4,16). Si amamos estamos sirviéndole ya plenamente. Dios de nosotros solo desea una cosa, que es nuestro amor a Él, de lo demás nada le interesa de nosotros, sencillamente porque todo lo que tenemos materialmente es Él el que nos lo ha dado. Si amamos al Señor, Él siempre se encargará de señalarnos, lo que desea de nosotros en el orden material de nuestras vidas. Lo nuestro siempre ha de ser amar y confiar en el Señor, Él siempre está a nuestro lado y sea bueno a malo lo que recibamos, siempre será porque Él así lo desea y Él siempre desea lo mejor para nosotros. El problema radica en que la mirada de Dios más atiende a nuestro futuro eterno que a nuestro presente caduco.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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