¡Pues vaya cosa! ¿Qué puede arreglar en Siria el que pase yo hambre en Madrid, en Murcia o en Quito? ¡Y como si un Padrenuestro pudiese hacer cambiar de idea a Obama, o a los de Al Qaeda, que ni siquiera son cristianos!, dirá más de uno. Y yo, que autoridad no tengo más que sobre mi hijo, respondo con las palabras que Pío XII escribió en la encíclica Mystici Corporis, o sea, con la autoridad del magisterio de la Iglesia: «¡Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante, el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo, y de la cooperación entre pastores y fieles -singularmente los padres y madres de familia- que han de ofrecer a nuestro Divino Salvador». Se lo repito, porque es, permítame la expresión, flipante: la salvación -eterna y temporal- de muchos hombres y mujeres de hoy depende de su oración, de sus sacrificios y de su acción evangelizadora, en comunión con la Iglesia. De su oración, de sus sacrificios y de su adhesión a la Jerarquía. De los suyos de usted y de los míos de mí. Léalo de nuevo, porque decía el Papa que nunca se meditará bastante... ¿ya? Pues léalo otra vez. Y ahora, piense: porque su oración y su sacrificio sea pequeño y ridículo a ojos del mundo, ¿hasta eso le va a negar a Dios y a los hermanos de Siria? ¿Ni un rato de oración puede dedicar para pedir, para gritar, para llorarle al Padre por la paz en esta hora oscura, como llora mi hijo cuando quiere que vaya yo a su cuna por la noche? ¿Ni un café se va a quitar? ¿Ni una colaboración con la Jerarquía como, v.g., unirse al Papa el día 7?
(Publicado en Alfa y Omega, el 5 de septiembre de 2013, junto a un montón de contenidos de primera que puede usted encontrar pinchando aquí)