Se trata de un bonito ejercicio exegético que podemos siquiera intentar, a expensas de las muchas reservas que se podrían hacer a nuestros argumentos. Ahora bien, por intentarlo que no quede: ¿me acompaña Vd., querido lector?
La información básica aquí nos la brinda el evangelista Marcos, que nos dice:
“Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?», -que quiere decir- «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías.» Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle.» Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró” (Mc. 15, 33).
Es curioso que ningún otro evangelista, -más cuando aceptado que el de Marcos es el primer evangelio (algún día nos referiremos a ello) y que todos se sirvieron de él como fuente, podían haberlo conocido-, se refiera al dato. Ni siquiera el minucioso Juan, que cuando habla de su propia llamada por parte de Jesús es capaz de decirnos que “era más o menos la hora décima” (Jn. 1, 39) cuando ello ocurrió.
En cualquier caso, ya tenemos algo: Jesús muere poco tiempor después de haber gritado exactamente a la hora nona estas palabras “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?”. Para nuestro ejercicio exegético vamos a establecer que entre que Jesús pronuncia esas palabras y expira pasa exactamente un minuto, el necesario para que uno de los que presenciaba el momento fuera “corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña”, se la ofreciera, con lo que ya tenemos que muere a la hora nona y un minuto.
Ahora bien, ¿qué hora es esa hora nona de la que habla Marcos?
Ya sabemos (y si no lo sabe Vd. pinche aquí y podrá saberlo), que los romanos dividían las horas de luz en doce períodos iguales, por lo que la hora nona no es lo mismo en verano que en invierno, en primavera que en otoño, el 3 de abril que el 7 de abril.
Se hace preciso conocer, por lo tanto, para determinar a qué hora de nuestro Sistema Horario corresponde la hora nona romana, la fecha en la que murió Jesús. Un ejercicio exegético que también hicimos en su día (pinche aquí si desea conocerlo) para concluir que Jesús murió un 7 de abril, a los efectos no nos importa ahora el año.
Pues bien, en Jerusalén, y gracias a esta joya de página que he encontrado en la red, sabemos que en Jerusalén, el 7 de abril el sol sale a las 06:20 y se pone a las 19:03 hs.. es decir, tenemos 12 horas 43 minutos de luz, por lo que podemos establecer que cada hora romana de ese día 7 de abril tiene una hora, tres minutos y treinta y cinco segundos a partir de las 06:20 hs.. Esto dicho, la hora nona no es otra que la que resulte de añadir a las 06:20 hs. 9 horas, 32 minutos y 15 segundos, lo que nos da las 15 horas, 52 minutos, 15 segundos. A lo que todavía deberíamos añadir el minuto que pasa entre que a la hora nona pronuncia las palabras “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?” y en palabras del propio Marcos “expiró”. Y ¡ojo! restarle la hora adelantada desde el 29 de marzo por razones de economía energética.
Hecho todo lo cual, Jesús murió a las 14 horas, 53 minutos y 15 segundos, vale decir, quince segundos después de las tres menos siete minutos.
Para terminar sólo una cosita más: si en vez de haber sido crucificado un 7 de abril como creemos, el del año 30, lo hubiera sido el 3 de abril del año 33 como les parece a otros, ello también afectaría a la hora en que Jesús habría expirado, que después de hacer los mismos cálculos que en el caso anterior, pero a partir de la pequeña diferencia existente entre el orto y el ocaso en un caso y otro, quedaría fijada en las 14 horas, 47 minutos y 55 segundos, es decir, cinco minutos veinte segundos más temprano.
©L.A.
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