Del estudio de la anatomía espiritual del católico se deduce que sin ser rara avis tiene los pies en la tierra y la cabeza en las nubes. El católico es por definición un optimista bien informado, por cuanto sabe que si se procede con sensatez esto acaba bien. Proceder con sensatez es ascender al Sinaí con una buena cronoescalada sin preocuparse por los puntos de avituallamiento, pues Dios proveerá es la frase de cabecera de quien en Él confía. La segunda es que Dios te lo pague. Y vaya si lo hace. Con bonificaciones en la meta para el que llegue el último.
Si en esta carrera los últimos son los primeros es porque muchos de los llamados se bajan en puertos de tercera categoría, en monte bajo, en cuanto empieza la dificultad, y otros que apuntaban alto ascienden con sobrepeso en el ego. Mala cosa: la vanidad es el traje chaqueta del que usa pantalones de pinza y americana con hombreras para parecer más hombre de lo que es. Por eso proponía Machado partir casi desnudos al encuentro, lo que resulta un buen consejo si se tiene en cuenta que la puerta de acceso al Reino de los Cielos es estrecha. Aún así, Dios no nos pide que entremos de canto, sino que adelgacemos. Cuanto menos ombligo, más holgura.