Curso nuevo, vida nueva, y qué mejor que emprender el Camino de Santiago para resetearse y ponerse en sintonía. Tras unos meses de mucho trabajo pude por fin echarme la mochila al hombro y hacer unos días del Camino del Norte que me quedaban pendientes de hacía unos años, desde Irún a Santander.

Han sido días de rezar con los pies y con el corazón en los que he anotado muchos temas para el blog además de poder reposar a un ritmo de peregrino las experiencias y vivencias de los últimos meses.

Pero antes de comenzar el curso y ponerme a dar guerra con el blog, qué mejor que hacer una pequeña reseña en clave de evangelización de lo que he visto en estos días desde la óptica de un peregrino más.

Si tenemos en cuenta que a Santiago llega la friolera de casi 150.000 peregrinos al año podemos imaginarnos la cantidad de posibilidades que el mismo tiene y ciertamente hay cristianos que intentan dar respuesta a la necesidad de tantos.

Mi primera experiencia comenzó en el obispado de Madrid donde un seminarista se dedicaba a suplir al sacerdote que usualmente da las credenciales a los peregrinos. Que haya alguien que se tome el tiempo y la molestia de dar la credencial personalmente ya tiene mérito, denota una sensibilidad.

Últimamente parece que está de moda en la Iglesia salir a la calle a buscar gente y muchas veces olvidamos a toda la gente que simplemente viene de la calle a pedir algo a la Iglesia y los despachamos sin más.

 La pregunta del millón es cómo hablarles a esas personas en esos cinco minutos de oportunidad que brinda la entrega de la credencial. Ahí uno se da cuenta de que muchas veces hablamos el lenguaje de dentro de la Iglesia a gente que no lo entiende, y hay que tener mucha cintura para cambiar eso. También salta a la vista que la evangelización no puede ser la labor de una sola persona, que hace falta plantearse una pastoral seria y comunitaria para ofrecer a la gente una posibilidad de continuación.

Comenzado el camino en Irún recalé en San Sebastián, acogido por un matrimonio dedicado a la evangelización, Onofre e Iciar, donde justo se celebraba el  Festival de Anuncio en el puerto. Con el formato clásico ya de exposición del Santísimo en una parroquia abierta y unos cuantos evangelizadores invitando gente, pasamos unas horas en las que yo aproveché para rezar y saludar a algún que otro conocido.

Una parroquia abierta con una estéticaajena a los códigos de comunicación contemporáneos, en la que se invitó a un ministerio musical mucho más actual que los viejos bancos donde nos sentábamos.

Me acordé de lo que me dijo un sacerdote semanas antes: evangelizamos en el siglo XXI con una iconografía del siglo XIX. En este caso las pinturas eran de los años 50 y yo me preguntaba por qué no podríamos hacer una iglesia con graffitti de los años 2010 donde estamos como los que nos precedieron pudieron hacer parroquias con la estética de su tiempo.

Fue casi la única iglesia que vi abierta a lo largo del camino en un día que no fuera domingo, y de eso se quejaba un compañero peregrino italiano sorprendido por el hecho.

En uno de los albergues que paré, municipal, cuando pregunté por la misa el hospitalero me dijo que también él iba a misa y me dio una palmadita en el hombro como diciendo, por fin uno.

El caso es que fueron avanzando los días y recibí la espléndida acogida de los monjes trapenses de Zenazurra en un albergue que tienen al pie de su hospedería donde dan de cenar y desayunar e invitan a participar a los peregrinos en sus oraciones. Para mí fue un paraíso y a la gente que caminaba conmigo le gustó, pero de alguna manera el estar en un ambiente y una estética de siglos antes no les impactó demasiado. La gente espera un monje que se dedique a estar con ellos y no entienden que la vocación monacal no es lo mismo que la apostólica y que ellos hacen con gestos y oración lo que a otros les toca hacer con palabras y proclamación.

Mi siguiente experiencia de acogida cristiana fue en un convento de contemplativas de donde salí huyendo cuando quisieron ponerme en una habitación minúscula de dos camas con un alemán roncador con quien había coincidido antes. Ciertamente las hermanas hacen lo que pueden y ofrecen un espacio en su convento, lo cual es al menos una forma de salir de sí mismas.

Más adelante llegué, en el último día, a un albergue que tiene fama de ser el mejor del camino entero, por su espacio, su acogida y sus gentes, regentado por un sacerdote ya entrado en edad. Cuando me preguntaron la profesión para la ficha se me ocurrió decir que me dedicaba a la evangelización; el que anotaba se mostró sorprendido pues decía no entender qué era eso. El cura me preguntó que si era evangelista, a lo que le respondí que yo era católico tras lo cual no hubo muchas más preguntas.

El caso es que en el albergue se nos dio una charla sobre la ecología, la deforestación de la zona y las maldades opresoras del capitalismo y los poderes fácticos entre los que se encuentra la propia Iglesia Católica, para después acabar en una ermita ecuménica (sic) pintada por Máximo Cerezo Barredo y comentada con citas enviadas por el mismo Pere Casaldáliga. El tema no podía ser otro que la liberación que la gente experimenta en el camino.


Huelgan los comentarios, aunque he de decir eso sí que la acogida fue exquisita y ciertamente el lugar merece la fama que tiene como albergue.

Ciertamente yo siempre he percibido el camino del Norte como un camino con menos solera religiosa que el Francés, aunque me sorprendió ver cómo en los últimos años ha pasado de ser una experiencia de pocos a irse popularizando e integrándose en la economía y cultura de la zona.

Los bares, los ayuntamientos, las asociaciones reaccionan a la afluencia de peregrinos, cada uno por una diferente motivación. A mi entender la Iglesia lo hace también pero de una manera muy tímida y poco propositiva, y sólo en el caso de algunos individuos o comunidades aislados.

La ocasión es excelente pues aunque la motivación de muchísimos de los peregrinos no sea religiosa, el camino abre al encuentro con otras personas, con la creación y en última instancia con Dios mismo como casi ninguna experiencia de las que ofrece la Iglesia hoy en día.

Como es el final de vacaciones no voy a sacar la artillería pesada sobre lo que hace éste o aquel, o lo que podría hacer o dejar de hacer una parroquia que tiene un albergue, o las mil maneras de proponer el encuentro con Jesucristo que tenemos a mano.

Lo que está claro es que el camino, sus usuarios los peregrinos, la historia de sus lugares y las estructuras de vieja cristiandad que atraviesa me han dado mucho que pensar.

Como esa gran parábola de la vida que es, también en él vemos las fortalezas y debilidades de la iglesia, y de entre todo me queda un sabor amargo en la boca pensando en todas las oportunidades perdidas que representa el camino…pero el peregrinar es para la reforma personal, para purgar los pecados propios y pedir misericordia al Señor, para empezar por la propia conversión y rogar insistentemente porque se acreciente en mi la fe para poder caminar confiado.

Así que me quedo con eso, con mi camino, y espero aplicarme el cuento siendo fiel a las gracias recibidas, para poder comenzar el curso renovado y más afianzado en lo esencial de Dios y la vocación personal y familiar.