Me preguntaban recientemente si había alguna diferencia entre “agua bendita” y “agua exorcizada”… ¡Ya lo creo que la hay! ¿Es acaso lo mismo el café descafeinado, que el café-café? No quiero menoscabar con ello la fuerza del agua bendita, pero la del agua exorcizada es ya descomunal.
Tuve oportunidad de comprobarlo mientras escribía Así se vence al demonio. Una de aquellas mañanas sufrí un dolor repentino de estómago; jamás me había dolido de esa manera: era como si me hubiesen clavado de sopetón un objeto punzante en las mismas entrañas.
Retorcido de dolor, me vi obligado a telefonear al padre Salvador Hernández, exorcista de Cartagena (Murcia).
Retorcido de dolor, me vi obligado a telefonear al padre Salvador Hernández, exorcista de Cartagena (Murcia).
-¿Has probado a beber un poco de agua exorcizada? –me dijo poco después.
-¿Agua exorcizada? –repliqué, sorprendido.
-Sí, claro. Bebe un poco y yo mientras rezaré por ti.
Colgué el auricular y me dirigí al dormitorio para coger la botella de agua que el mismo padre Salvador había exorcizado la última vez que estuvo en casa. Recuerdo que colocó cinco bidones de cinco litros de agua cada uno sobre la mesa del comedor y bendijo los 25 litros pronunciando en latín el Antiguo Ritual del Papa Paulo V, de 1614.
Luego distribuimos el agua en multitud de botellas que repartimos entre amigos y familiares. De una de aquellas botellas sobrantes me dispuse a beber por indicación del exorcista. Bebí un trago y… ¡desapareció el dolor!
Poco después estaba ya tecleando el siguiente capítulo del libro en el ordenador.
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