A pesar de que el debate sobre el canon se abre muchos siglos antes y se halla prácticamente resuelto para cuando se produce el cisma protestante a mediados del s. XVI, aún así lo cierto es que el canon católico y el canon protestante observan algunas diferencias de notable importancia. Unas diferencias que, por lo que hace a sus títulos, no afectan al Nuevo Testamento, cuyos componentes tuvimos ocasión ya de conocer hace unos días (), pero sí al Antiguo.
En resumidas cuentas, el Canon del Antiguo Testamento de la Iglesia Católica queda consagrado en el Concilio de Trento, acontecido entre los años 1545 y 1563. Y más concretamente en el Decreto sobre las Escrituras Canónicas, emitido el 8 de abril de 1546, que reza así por lo que al tema se refiere:
“Del antiguo Testamento, cinco de Moisés: es a saber, el Génesis, el Exodo, el Levítico, los Números, y el Deuteronomio; el de Josué; el de los Jueces; el de Ruth; los cuatro de los Reyes; dos del Paralipómenon; el primero de Esdras, y el segundo que llaman Nehemías; el de Tobías; Judith; Esther; Job; el Salterio de David de 150 salmos; los Proverbios; el Eclesiastés; el Cántico de los cánticos; el de la Sabiduría; el Eclesiástico; Isaías; Jeremías con Baruch; Ezequiel; Daniel; los doce Profetas menores, que son; Oseas; Joel; Amos; Abdías; Jonás; Micheas; Nahum; Habacuc; Sofonías; Aggeo; Zacharías, y Malachías, y los dos de los Macabeos, que son primero y segundo”.
Pues bien, el decreto consagra un canon católico que tiene siete libros que faltan en el protestante, a saber, Baruc, Eclesiástico o Sabiduría de Jesús ben Sirá, Sabiduría, Judit, Tobías, Macabeos I, y Macabeos II.
No es la única diferencia, ya que amén de los siete libros completos, el canon católico realiza unos añadidos en otros dos libros aceptados en el canon protestante: en el Libro de Esther del versículo 4 del capítulo 10 al final; y en el Libro de Daniel, el Cántico de los Tres Jóvenes y las historias de Susana y los ancianos y de Bel y el dragón.
Al hacerlo así, los cristianos no hacemos otra cosa que “importar” el debate existente en el seno del mismísimo judaísmo, donde mientras los judíos palestinos observan el canon “corto” que hacen suyo los protestantes, los judíos “alejandrinos” observan el canon “largo” que hacen suyo los católicos. Un canon “largo” transmitido a través de lo que se da en llamar la Biblia de los Setenta compilada por éstos últimos, que recoge los textos llamados deuterocanónicos, (de deuteros=nuevos), que son precisamente los que añade la Biblia de los Setenta al canon palestino.
Resta preguntarse si son los católicos los que añaden los siete libros deuterocanónicos o los protestantes los que los eliminan. Como quiera que sea, en esos textos deuterocanónicos se hallan, como por casualidad, muchos de los argumentos relacionados con las cuestiones, -notablemente la del purgatorio-, que diferencian a una y otra adscripción cristianas.
©L.A.
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