Son muchas las formas de iniciarse es esta aventura. Se podría asegurar, que no hay dos iguales, de la misma forma que no hay dos seres humanos iguales, porque existe el principio de la individualidad humana. El conocido teólogo dominico del Angelicum de Roma, Reginald Garrigou-Lagranje, O.P. nos decía: “En nuestra estrechez, a veces quisiéramos que todas las almas fuesen absolutamente parecidas, que tuviesen la misma inclinación dominante que nosotros. Gracias a Dios no ocurre así”. Como expresión de su infinita grandeza, Dios tiende siempre a la individualidad, mientras que nosotros tendemos a la uniformidad. La razón de esto es fácil de comprender. Dios en su omnipotencia todo lo domina, como si todo fuera una sola cosa igual, la que ocupase su atención. Nuestra mente es limitadísima y no da de sí, nada más que para muy poquita cosa. Esperemos, que la contemplación del Rostro de Dios, la visión de la luz divina, ilumine las capacidades de nuestras almas.

            Paul Jonhson escribía diciendo: “…, Dios en su sabiduría infinita, su curiosidad insaciable y su amor por la variedad hizo a los hombre y a las mujeres muy diferentes. Es como si hubiese mezclado todos los genes en una enorme olla celestial de la que salen una infinidad de combinaciones. Aquí radica la genialidad y la maravilla de la humanidad. Dios no quiere una personalidad espiritual uniforme”. Y abundando en esta idea Benedicto XVI escribe: “Cada hombre es un individuo único que no se repite nunca. Dios los quiere a todos en su singularidad irrepetible. Esto significa, por tanto, que llama a cada hombre sirviéndose de un concepto, que solo El conoce y pertenece exclusivamente a Él”. En cada momento cada uno de nosotros estamos acaparando en exclusividad la atención de Dios, porque dada nuestra singularidad irrepetible, nuestra salvación y nuestros deseos de unirnos a Dios o de ignorarlo, es siempre único. Él nos ama y quiere que acudamos a su encuentro, que vayamos hacia Él, que vayamos s la búsqueda de la aventura de la santidad. Decía Juan Pablo II, que: Dios busca al hombre, que es su propiedad particular de un modo diverso, de como lo es cada una de las otras criaturas. Es propiedad de Dios por una elección de amor: Dios busca al hombre movido por su corazón de Padre”.

            La vida en Cristo es distinta, para cada uno de nosotros. Cada persona humana está llamada a realizar en Dios, y por Dios, algo irremplazable, que será su contribución a la gloria de Dios. Solo uno mismo puede realizar esa labor, para ello ha sido creado por Dios, nadie puede sustituirlo. Escribía Jean Lafrance diciéndonos: “Cada miembro del pueblo de Dios recibe una vocación particular, un nombre propio que es una llamada a una amistad única con Dios. Para cada uno de nosotros Dios tiene un nombre particular, un nombre que solo El conoce, con nosotros, y que nos liga con El y con la Iglesia”. Y este nombre solo podremos descubrirlo cual es, viviendo la aventura de nuestra propia santidad.

            Nadie ha vivido tu vida lector, o la mía antes, y nadie las vivirá ninguna de las dos después. Nuestras vidas son piezas únicas irrepetibles en el mosaico de la existencia humana, inapreciables e irremplazables, y si nos lanzamos a la aventura de la santidad con todas las fuerzas que tenemos, unidas a las que el Señor nos donará con sus gracias, podremos llegar a ser uno de los más bellos mosaicos del amor y la gloria de Dios, en el cielo para alcanzar esa glorificación que esperamos y ¡pobre de aquel! que creyéndose muy listo se dedique con entrega absoluta a la adquisición de los bienes materiales de este mundo, olvidándose de que tiene un alma que es su propio ser, y que ni es ese el camino que ella desea llevar..

            Lafrance nos escribía diciéndonos: “Hoy como en el tiempo de los profetas, Dios te repite: “Estoy contigo”. Cristo resucitado no deja de estar con los suyos hasta el fin de los tiempos. Te conoce por tu nombre pues te ha amado y se ha entregado por Ti…, Si tú puedes estar con Él, es porque Él ha querido estar contigo”. Dios nos llama a cada uno de nosotros por medio de un diálogo, especial e íntimo que ninguna otra alma puede escuchar, nos dice Fulton Sheen, su acción sobre el alma es, siempre solo para nosotros. No envía cartas circulares. No usa consignas políticas. Dios nunca trata con las multitudes, como multitudes. Él llama a sus ovejas por su nombre, y deja a las noventa y nieve que están a salvo para buscar a la que se ha perdido.

            Dios te ama en la intimidad, porque los amantes aman la intimidad, y Él te ama apasionadamente, mucho más de lo que tú puedas llegar a amarle tú a Él. Dios busca la intimidad contigo y si quieres seguirla en la aventura de tu santidad, búscale tú también en la intimidad. Él está continuamente esperándote. Tras lo lucecita roja de un sagrario y en la soledad de este, para decirte: “Ven a mi amor, busca la santidad, nadie en este mundo te ama más que yo, nadie te puede ofrecer nada más grande que mi amor. Si te lanzas en pos de mí, nadie te va a comprender en esta vida, pero lo tuyo es alcanzar, apoyándote en el amor que te tengo, una gloria que no te imaginas, es la que te espera, compartiendo mi gloria eternamente, en amor sin hastío ni aburrimiento de ninguna clase. Nada te impide amarme más, porque el amor te lo doy Yo, tú solo basta, con que pongas el deseo, de amarme más”.

            Nada hay más subyugante en este mundo, que seguir al Señor, es lanzarse a la aventura de su amor, que nos llevará siempre a la santidad. Amarle y amarle con todas las fuerzas de nuestros ser. Lo nuestro es amarle y de lo demás ya se encargará él. Ni siquiera necesitamos poner el amor que necesitamos para amarle, porque Él y solo Él, es el generador del amor, porque Él es amor y puro amor, su existencia es el amor y solo con amor se puede llegar a Él.

            En la historia de la espiritualidad humana, cuando Dios encuentra un alma con vehementes de deseos de entregarse a Él, Él la toma y la lleva al desierto, para amarla tal como ella desea. No se trata de un desierto material, sino espiritual en el que alma comienza a comprender, que nada de este mundo merece la pena, salvo cumplimentar la voluntad de su Amado, sea esta, cual sea, porque sabe con toda seguridad, que su Amado desea lo mejor para ella, aunque en sus pocas luces, no acierte a entenderlo, pero el amor es así, por eso lo pintan ciego. Y ciego, pero ciego de amor es lo que uno desearía vivir eternamente, en este mundo y fuera de él, el gozoso día que pueda ver cara a cara a quien tanto ama, y que ahora solo vislumbrarlo con el deseo y los ojos de su alma.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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