El Castellano del 31 de marzo de 1934 titula:
LA PEREGRINACIÓN ESPAÑOLA CELEBRÓ LA HORA SANTA EN GETSEMANÍ
«En el puerto de Jaffa ha desembarcado el jueves (29 de marzo) la peregrinación española que desde Barcelona ha sido transportada en el transatlántico Manuel Arnús. Está compuesta por 300 peregrinos y la preside el obispo de Santa Cruz de Tenerife. De ella forma parte el deán de Toledo, señor Polo Benito, con un grupo de peregrinos toledanos. Hace muchísimos años que no entraba en Tierra Santa una peregrinación nacional tan numerosa. Desde Jaffa y en 65 automóviles se han dirigido a Jerusalén, siendo solemnemente recibidos por los franciscanos españoles. El jueves, a las diez de la noche, celebraron la Hora Santa en Getsemaní, recorriendo desde el Cenáculo el mismo camino que Cristo. A estas ceremonias, emocionantísimas, asistió el general de los Franciscanos, que honró la religiosidad española [la foto es de 1938, del Huerto de los Olivos].
Hoy celebrarán el vía crucis. Los hoteles y residencias están rebosantes de peregrinos de todas las naciones. Se calculan 10.000 los extranjeros que han llegado para asistir a la Semana Santa».
Viernes, 30 de marzo de 1934 (De la revista Tierra Santa y Roma)
La tradición de acudir todos los viernes en procesión fúnebre a llorar sobre el muro de las lamentaciones no se ha interrumpido. Más que una ceremonia religiosa, este llanto semanal frente a las piedras milenarias, parece un instrumento de proselitismo semita. Es como la llama que mantiene encendido el fuego de los odios de religión y de raza. A las tres de la tarde llegan las mujeres envueltas en sus chales de mil colores que me recuerdan aquellos antiguos pañuelos de ocho puntas que todavía se conservan en algunos pueblos de Extremadura [La foto, bajo estas líneas, es de 1908].
Algunas llevan flores, candelas o perfumes. Es la ofrenda que devotamente van a depositar en el altar de sus antepasados, destruido y deshecho. El ara es un nicho abierto en el bloque de granito, ennegrecido con el humo de los siglos. Más tarde acuden los hombres. He visto a uno de estos acariciar amorosamente con los largos dedos de la mano sarmentosa la roca mal tallada, como si quisiera verificar por medio del contacto la identificación. No importa que el turismo o la piedad de otras religiones pase por delante entre curiosidades, desprecios o ironías. El judío está habituado a sufrirlo todo y en el sufrimiento atina y perfecciona la educación de la cautela e hipocresía que necesita para desarrollar sus planes.
A las ocho -nos ha visitado el Patronato- da principio en el Santo Sepulcro la imponente y conmovedora ceremonia, que en nuestra España se llama del Santo Entierro. Los que quieran asistir -ha añadido Enrique- tendrán que cenar con bastante anticipación y estar en el atrio del templo a eso de las siete, porque en cuanto se llena quedan cerradas las puertas.
El rito, en efecto, impresiona y conmueve por la solemnidad y el simbolismo. Un alto dignatario eclesiástico coloca el crucifijo encima de la piedra de la Unción, que según creencia tradicional es la misma que recibió el cuerpo exánime de Cristo, para ser provisionalmente embalsamado y ungido con los perfumes de Nicodemo.
Sucesivamente se predican siete sermones en otros tantos idiomas: italiano, griego, alemán, inglés, árabe y el último en español, que este año pronunció el P. León Villuendas. La diferencia de liturgias y hasta de credos, pudiera decirse, se borra y desaparece en el misterio inefable de una fe y de un amor a Jesucristo inmolado para redimir a la humanidad. Este nombre triunfador sobre cualquiera otro, palpita en el corazón de griegos y latinos, de árabes y de armenios, de coptos y abisinios, de toda lengua y de toda tribu como lo único permanente, lo único fecundado y luminoso.
La frase evangélica Stat erum dum voleritur orbis, logra aquí, en el misterioso claroscuro de esta gran basílica jerosolimitana, esa plenitud de contenido y significación que es sustancia y nervio de la historia. Sin quererlo se viene inquietante a la memoria el recuerdo de la escena vista junto al “muro de las lamentaciones” y se advierte al punto la enorme diferencia, mejor dicho, la oposición entre hebreos y cristianos. Mientras la oración sacerdotal implora la misericordia etiam pro perfidis judeis, hasta para los pérfidos judíos, un centenar de ellos, hundido el rostro sobre la piedra carcomida, seguía pidiendo que la sangre de Cristo cayera sobre padres e hijos. Con la impresión de este odio inextinguible y de aquella caridad inagotable, los cruzados atraviesan los angostos pasadizos que conducen hasta la Casa Nova.
PD. El beato José Polo escribe en 1934. Recordemos que hasta 1959 se rezaba en el Oficio del Viernes Santo, entre otras intenciones, en latín, “pro perfidis judæis". Solo un apunte: “pérfidos” no tenía en latín el sentido peyorativo que después asumió, por ejemplo, en castellano. Procede literalmente de “per” y “fides”, es decir, el que persiste o permanece en su fe.