Es esta una aspiración…, hacia la que consciente o inconscientemente siempre caminan las almas que habitualmente viven en tu gracia y amistad. Si se vive habitualmente en gracia y amistad con Dios la Santísima Trinidad inhabita, dentro de nuestro ser. No dentro de nuestro cuerpo, como imaginativamente, se quiere pensar muchas veces, pensándose que Ella se encuentra, por ejemplo en nuestro corazón.
        
         Esto es propio de ese dominio que tiene nuestro cuerpo material, sobre nuestra alma espiritual, que nos lleva a pasar todo lo espiritual por el filtro de la materia, es esto, lo que se denomina nuestra tendencia antropórfica. Nuestro corazón es una parte noble de nuestro cuerpo, pero al fin y al cabo es materia y Dios es espíritu puro. La materia se ubica en la materia y contiene y es materia, pero es en nuestra alma inmortal que es espíritu, donde se instala la Santísima Trinidad. "23 Respondió Jesús y les dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada”. (Jn 14,23).   

            San Pablo le escribía a los corintios diciéndoles: “16 ¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? 17 Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario”. (1Co 3,1617). Pero el Señor, no inhabita por igual en todas las almas. El Señor como todo amante, porque Él es nuestro amante, un amante muchas veces no correspondido, como todo amante decimos, busca la semejanza, busca con más amor y ahínco a los que más le aman, a los que más luchan por asemejarse a Él, por imitarle a Él, estos son sus predilectos y Él mora en sus almas con más intensidad, que con el resto de las almas aunque estas también vivan en gracia de Dios, porque son muchas y muy diversas las formas de amar a Dios y sobre todo, unas almas aman con más intensidad y entrega, que otras. Es lógico pues que el Señor se encuentre más a gusto en el templo vivo que somos todos, cuando este es templo que le ofrecemos, sea más acogedor que otros.   

            Vivir habitualmente en gracia de Dios no es suficiente, si uno ama de verdad se entrega de verdad, porque el amor cuando es apasionado carece de límites, se entrega ciega y totalmente a su amado. Pero vivamos como vivamos, nuestro amor al Señor, si habitualmente estamos en gracia suya y somos templos vivos de su propiedad, nos hace ser ovejas de su rebaño. “27 Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, 28* y yo les doy la vida eterna, y no perecerán para siempre, y nadie les arrebatará de mi mano. 29* Lo que mi Padre me dio es mejor que todo, y nadie podrá arrebatar nada de la mano de mi Padre. 30* Yo y el Padre somos una sola cosa”. (Jn 10,25-30). Estamos llamados a buscar consciente o inconscientemente al Pastor de nuestro rebaño.

            Primeramente, no sabemos que lo estamos buscando. Muchas almas creen que lo que buscan, ya lo han encontrado, porque ellas cumplen sus mandamientos y tienen habitualmente sus prácticas de piedad, pero estamos equivocados, estamos en el camino de encontrarlo, Él nos está diciendo tal como le dijo al escriba: 34 Viendo Jesús cuán atinadamente le había respondido, le dijo: No estás lejos del reino de Dios”. (Mc 12,32-34). Dios lo quiere todo, no quiere nuestros bienes y pertenencias materiales que tan apegados estamos a ellas, ni nuestras aptitudes o cualidades humanas, solo quiere nuestro amor, pero lo quiere total, sin posibilidad de que, solo le demos una gran parte de él. Dios quiere que nos entreguemos a Él, que dejemos en sus manos el timón de nuestras vidas, y solo cuando se logra alcanzar la entrega total que Él nos pide al amor que  Él nos ofrece, es cuando a los ojos de nuestra alma se le han caído las legañas que nos impiden comprender y ver conscientemente la perfección con que Dios inhabita en nuestra alma.
         Es entonces cuando con todo gozo, podemos exclamar como San Agustín: “Tarde te halle, estabas dentro de mí y yo te buscaba fuera”. Será entonces también cuando gozosamente podamos decir como San Pablo dijo y nos dejó escrito: “Yo estoy crucificado con Cristo, 20 y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí”. (Ga 2,19-20).

            Encontrar al Señor dentro de uno mismo, es lo más maravillosos que le puede suceder a una persona en este mundo, su vida ya no será lo que era. No es que sus problemas se hayan acabado, como piensan los que les toca lotería. No es una lotería monetaria y matinal lo que le toca a uno, es una lotería espiritual es alcanzar ya en esta vida un pequeño trozo del pastel de felicidad que nos espera, y esta pequeña pincelada de amor alegría y felicidad que el señor nos regala, nos hace ver y comprender, de distinta forma todo lo que nos rodea, sobre todo las angustias y tribulaciones que nos agobian, porque ellas no desaparece, siguen ahí, pero los que hemos desaparecido somos nosotros, nuestro hombre viejo y el viejo cristal a través del cual ante mirábamos.
         
           Ahora miramos con un nuevo cristal y vemos, o mejor dicho, se  nos hace ver y comprender que todo, lo que nos pasa en este mundo es maravilloso, es adorable, porque adorable es todo lo que nos viene de Dios. Todo es positivo para nuestra futura vida eterna que es lo que más le interesa al Señor. Porque sea bueno o malo lo que recibamos, siempre es querido o permitido por Dios, porque es lo que más nos conviene aunque con nuestras escasas y pobres luces no lo comprendamos.

            Todos tenemos que tomar conciencia de que nuestra vida de intimidad con el Señor, cambiara radicalmente cuando seamos conscientes de la belleza de un alma humana en gracia de Dios, es de tal forma el cambio, que nada hay el mundo que la pueda sobrepasar, es por ello Santa Teresa de Jesús decía: …, no es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites”. Y los efectos que producen  la belleza de un alma en gracia, es lo lógico que así sea, pues es la propia belleza divina la que inunda nuestra alma, cuando en ella el Señor encuentra su acomodo, porque es Dios vivo a quien llevamos dentro de nuestra alma. La contemplación de esta belleza le está vedada años ojos de nuestra cara, pero no a los ojos de nuestra alma, que cuanto más desarrollada espiritualmente este esta, mayor capacidad de visión, tendrán los ojos de esta alma. Si uno lleva a Dios dentro de sí, uno es el rey, no de este mundo sino el rey del universo, uno es el más poderoso el que todo lo puede porque tiene dentro de sí, a la Santísima Trinidad.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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