La situación en Egipto es de tal gravedad que ese importante país del Mediterráneo puede saltar por los aires en cualquier momento, en una guerra civil que arrojaría miles de muertos. Esto, aparte de cuestionar la política exterior de Obama -pues fue él quien dio el pistoletazo de salida a las revoluciones que han cambiado el mapa político del sur y este del Mediterráneo, llevando al poder a fundamentalismos violentos-, pone en un gran aprieto a los cristianos, ya de por sí minoritarios en esas naciones.
En Egipto, concretamente, decenas de templos coptos y católicos han sido atacados en los últimos días y todo apunta a los musulmanes integristas como los autores. La situación en Siria no es diferente y aunque Assad sea un dictador, lo que temen los pocos cristianos que han sobrevivido a la cruel guerra civil es que si éste cae su situación será aún peor para ellos.
A los fundamentalistas islámicos les da igual la imagen que den en el mundo, no les importa que se les identifique con la violencia más extrema o que se hayan convertido en sinónimo y prototipo de terrorismo. Incluso les da lo mismo que su religión sea cada vez más catalogada como la principal amenaza mundial para la paz. No sólo les da igual, sino que se glorían de ello, pues viven inmersos en una locura llamada "guerra santa". Afortunadamente, no son la mayoría de los seguidores del Islam, aunque se autoproclamen como los verdaderos y genuinos discípulos del profeta. A todos los demás musulmanes esa identificación entre su religión y la violencia sí les molesta y ofende, con razón.
Pero que Islam sea cada vez más sinónimo de guerra, no sólo perjudica a los fieles musulmanes no violentos, que son la mayoría; ni tampoco perjudica a los cristianos que viven bajo su yugo en los países donde han logrado instaurar su ley -la sharia-. De alguna manera nos afecta también al resto de los creyentes. El Papa Francisco, en su reciente encíclica, advierte del riesgo de que se identifique a los creyentes que consideran que en su religión está la plenitud de la verdad con la intolerancia y el fanatismo; esto, que ya es un patrón ideológico en el mundo secularizado de Occidente, lleva a que nosotros, los católicos, seamos vistos con sospecha y se nos considere un peligro para la convivencia, incapaces de aceptar las reglas del juego de la democracia. En "Lumen Fidei", el Papa explica muy bien que la evangelización no significa imposición, sino oferta, y que nuestro convencimiento de que Cristo es el único Salvador y es la plenitud de la Verdad, no lleva a la violencia pues nuestra fe no se puede separar de la caridad. Esto es así, ciertamente, para los católicos -y ahí están las pruebas diarias de cómo nos golpean sin que devolvamos el golpe-, pero no lo está siendo para algunos musulmanes y el descrédito que para la religión significa su comportamiento nos perjudica a todos. Al final, todos acabamos metidos en el mismo saco. Por eso creo que no hay amigo mejor de los secularistas, de los que odian y persiguen cualquier sentimiento religioso, que estos creyentes fundamentalistas y violentos, que les sirven de justificación no sólo para sus tesis sino para la aplicación de las mismas, pues al final ellos -los relativistas supuestamente tolerantes-, se convierten en intolerantes y perseguidores de aquellos que se atreven a decir que la verdad existe, que es objetiva y que se puede acceder a ella.
Un ejemplo de lo que digo ha sucedido en un lugar del mundo muy alejado de las matanzas de El Cairo. Ha ocurrido en Bogotá. La Universidad Pontificia de los jesuitas en esa ciudad, la Javeriana, había organizado una semana de estudios en torno al fenómeno gay, invitando a ponentes que eran destacados militantes de esa ideología. Ante la incoherencia que representaba que una universidad católica promoviese ese tipo de comportamientos, decidieron trasladar la semana -que pronto se conoció como "del orgullo gay"- a otra institución. El "lobby rosa" reaccionó inmediatamente anunciando la quema de cruces e imágenes religiosas ante las puertas de la universidad. Dar o no dar unas conferencias es una cosa, quemar imágenes religiosas y proferir todo tipo de insultos es otra. ¿Quiénes son los intolerantes? ¿Quiénes los que no saben convivir en una sociedad democrática y pluralista? Y lo peor es que estos "dictadorzuelos" de Bogotá se excusan en lo que hacen los dictadores islámicos de la otra parte del mundo. En el medio, perseguidos por unos y por otros, seguimos estando los cristianos. Como siempre. Como Cristo.
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