Elogio del nazareno
Esta ha sido una Semana Santa extraña, distinta, inusual, silenciosa. Es verdad que el silencio obligado por las circunstancias nos ha ayudado a meternos más dentro de nosotros. Ha sido una Semana Santa de retiro espiritual. Por las calles no había nazarenos, ni pasos, ni música, ni tambores, nada… Y nos veíamos un poco huérfanos, nostálgicos como el niño que le quitan el juguete. Las imágenes, todas ellas bellas y expresivas, han estado en su “guardería”, sin nadie que las contemple, y sin nada que decir al pueblo. Era extraño. Nos hemos refugiado en la tele para recuperar recuerdos pasados. Y, en verdad, algo hemos reflexionado más. Algo hemos rezado mejor. Pero somos humanos y necesitamos ver, oír y tocar. Sin duda la religiosidad popular es necesaria para no caer en un racionalismo o, peor, en un olvido de lo sagrado.
Es posible que muchos no piensen en Dios. Lo ven demasiado alto, un poco lejos, pero como decía el filósofo Comte el hombre puede incluso vivir sin Dios pero no sin religión. A Dios lo hemos envuelto en una literatura tan complicada que pocos lo entienden. Los documentos doctrinales escapan a la mente del pueblo. Las predicaciones se quedan, muchas veces, en frases hechas, en expresiones bonitas, en lugares comunes que se esfuman como hojas secas que caen con el viento y ya no sirven. A nuestra práctica religiosa la hemos dejado sin corazón, sin capacidad de respuesta amorosa a Dios que es amor. Nuestra oración se puede parecer a veces a esas cartas de amor que llenaban folios enteros de florituras diciendo cosas rebuscadas en esos juegos florales, en que hemos podido convertir nuestra relación con un Dios que es Padre.
El pueblo necesita expresar externamente la fe que lleva dentro. Seguramente una fe muy rudimentaria, una doctrina de primera Comunión, pero capaz de hacerle llorar y decirle a la Virgen - ¡Cuánto te quiero! No entiendo nada de dogmas y teologías, pero te quiero-. Recuerdo a una madre que venía a pedirme influencia para que su hijo pudiera dar clase de religión. Yo le pregunte - ¿pero su hijo tiene fe? Y ella con todo orgullo de madre me dijo: - “Fíjese señor cura si tiene fe que toca el tambor en el paso del Cristo”. Aquella madre estaba orgullosa de esa fe de su hijo, elemental, casi vacía de contenido, pero con un corazón enamorado de su Cristo, capaz de tocar el tambor para El.
Creo que hemos deshumanizado a Dios. El hijo de Dios se hizo hombre, y los teólogos y predicadores de la fe lo hemos elevado tanto que es inalcanzable. El Filósofo Millán Puelles tenía un concepto muy intelectual del cristianismo, hasta que leyó el libro Camino de San Josemaría Escrivá. Dice el: Ha sido la lectura de Camino —la reflexión sobre su pensamiento— lo que en definitiva me ha llevado a dejar esta convicción. Hoy pienso que, como en Cristo lo divino no elimina lo humano, ni lo humano menoscaba lo divino, otro tanto es preciso que ocurra en el cristianismo, por virtud, cabalmente, de su plena fidelidad al Hombre-Dios, en la que estriba su razón de ser. Y así lo he mantenido por escrito: «Lo que es esencialmente el cristianismo depende de lo que Cristo es esencialmente. En consecuencia, puesto que Cristo es hombre, hay que decir que el cristianismo es un humanismo. Mas como quiera que Cristo es también Dios, se ha de afirmar, a su vez, que el cristianismo es también un divinismo»
Pascal llevaba cosido en el forro de su ropa un trozo de papel con estas palabras: “Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, no de los filósofos” (citado por Benedicto XVI). El Dios sublime del A.T. que se hace hombre sencillo en el N.T. Y ese Hijo de Dios que convive entre nosotros es el que el nazareno procesionista reza y lleva a hombros por las calles de nuestro pueblos, cuando la procesión no lo impiden los inconvenientes. Y cuando no, llora en su interior por no poder hacer algo importante por el Señor en esa Semana Santa, como ha ocurrido este año. Me decía un Cardenal austriaco que tuve ocasión de conocer: -No olvidéis en España la religiosidad popular. El tuvo que llevar a Viena a un vidente de Medjugorje para que le llenara de jóvenes la Catedral.
Semana Santa en el corazón y en la calle. Llevar sobre los hombros a Jesús y a María con orgullo y sentimiento. Este año no ha podido ser, pero el año próximo seguro que sí, con la ayuda del Señor.
Juan García Inza
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