"...yo siento que estas palabras santas sumergen mi espíritu, en una devoción más cálida cuando las canto, que cuando no las canto, porque todo movimiento del alma encuentra un matiz diverso en el canto o en la simple voz..." (San Agustín, Las Confesiones, 10,33)
¿Qué tienen que ver la oración, canto y música? La historia de la Iglesia atestigua que el canto, la música y la oración han estado siempre ligadas de forma provechosa para nosotros. Para San Agustín esta relación era tan evidente que no duda en señalar que “Quien canta, ora dos veces”. Pero San Agustín no es el único Padre de la Iglesia que se ocupa de esta relación, San Atanasio también aporta una visión interesante:
Como plectro [Púa] para la armonía, en ese salterio [Instrumento] que es el hombre, el Espíritu debe ser fielmente obedecido, los miembros y sus movimientos deben ser dóciles obedeciendo la voluntad de Dios. Esta tranquilidad perfecta, esta calma interior, tienen su imagen y modelo en la lectura modulada de los Salmos. Nosotros damos a conocer los movimientos del alma a través de nuestras palabras; por eso el Señor, deseando que la melodía de las palabras fuera el símbolo de la armonía espiritual en el alma, ha hecho cantar los Salmos melodiosa, modulada y musicalmente. Precisamente este es el anhelo del alma, vibrar en armonía, como está escrito: alguno de ustedes es feliz, ¡que cante! (St 5,13). (San Atanasio. Carta a Marcelino sobre la interpretación de los salmos, 18 )
Orar cantando, orar acompañado con música, prepararse para orar con música, son formas de que nos ayudan a acercarnos al Señor. Pensemos en la importancia que tuvieron la música y el canto en los monasterios, durante muchos siglos. Todavía nos toca el alma escuchar un coro de religiosos entonando canto gregoriano o polifonía sacra. Por desgracia esta música y canto ha ido desapareciendo de nuestras celebraciones litúrgicas y nuestra vida cotidiana.
San Atanasio compara al ser humano con un instrumento musical, que resuena tocado por la púa del Espíritu. Decía San Pablo que el Espíritu es quien ora por nosotros, ya que somos incapaces de orar por nosotros solos: “Y de la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; porque no sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Rm 8,16).
El Señor ha sabido propiciar que la música en la oración se unan como anhelo del alma. San Atanasio nos indica que “el Señor, deseando que la melodía de las palabras fuera el símbolo de la armonía espiritual en el alma, ha hecho cantar los Salmos melodiosa, modulada y musicalmente”. Música, canto y oración han sido creados para acercarnos a Dios de una forma más sencilla y profunda. El Espíritu, sin duda, sabe utilizar la música como herramienta de ayuda en nuestra relación con Dios. Dice San Atanasio: “este es el anhelo del alma, vibrar en armonía, como está escrito: alguno de ustedes es feliz, ¡que cante! (St 5,13)”
Pero no seamos ilusos, en nuestro mundo actual oración, canto y música no generan la unidad que sería deseable dentro de las comuniddes. Parece que hubiéramos asistido a un episodio similar al de la Torre de Babel y desde hace años, los lenguajes musicales nos separaran. El sentido de la sacralidad, unido a la belleza de la música y el canto, se ha ido transformando en diversas formas de utilitarismo de tipo social. El objetivo de la música y el canto ya no es acercarnos al Señor, sino reunir a la comunidad socialmente, dándole el protagonismo.
Pero no perdamos la esperanza, como indica el Papa Francisco, en su primer discurso ante el colegio cardenalicio:
“El paráclito es el supremo protagonista de toda iniciativa y manifestación de fe. Es algo curioso. Esto me hace reflexionar: el paráclito marca todas las diferencias en las iglesias. Parece ser un apóstol de Babel pero por otro lado es el que genera la unidad de esta diferencia. No en la igualdad sino en la armonía”
El misterio de unidad en la diversidad es algo que debe hacernos reflexionar. Nadie duda que necesitamos comunidades más unidas y vivas. Comunidades que compartan su vida de fe con alegría y participación, pero no deberíamos aceptar un trueque que implique perder el sentido sagrado de la oración y el canto litúrgico a cambio de que las comunidades sean lugares de unidad y fraternidad. ¿Cómo superar esta aparente contradicción?
Recordemos el discurso del Kerigma que lanzó el Apóstol Pedro en Pentecostés. Milagrosamente, la voz de Pedro fue comprendida por todos los presentes, hablaran el idioma hebreo u otros muy diferentes. Ser capaces de abrir el corazón a las formas musicales que nos permiten orar al Señor, dentro de un orden y en armonía.
Sería maravilloso vivir la fe en comunidades que sepan respetar los diferentes carismas que las integran y que todos puedan tener cabida en ellas, enriqueciéndonos. ¿Complicado? Imposible si contamos con nuestros egoísmos personales. Necesitamos del Espíritu Santo, ya que el es el supremo ordenador y armonizador de la Iglesia. Oremos para que el Señor nos muestre la forma de hacerlo posible.