Estamos en una semana grande de la Virgen. La solemnidad de la Asunción llena por completo el mes de agosto, un mes eminentemente veraniego para una zona amplia del mundo. Y entre calores y luminosidad intensa, rodeados de una naturaleza exuberante, aparece nuestra Madre la Virgen María mirándonos desde el cielo, en donde habita gloriosa en cuerpo y alma.
Traigo aquí, por este motivo, una bella homilía del entonces cardenal Bergoglio pronunciada en 1999 en el santuario de Ntra. Sra. de Luján ante una multitud de jóvenes.
“Escuchamos cómo Jesús miró a su Madre. Desde la cruz, la miró y nos mostró a todos nosotros y le dijo. “Este es tu Hijo, estos son tus hijos”. Y María, al sentir esa mirada de Jesús, habrá recordado cuando jovencita, treinta y tantos años antes, sintió aquella otra mirada que la hizo cantar de júbilo: la mirada del Padre. Y sintió que el Padre había mirado su pequeñez. La pequeña María, nuestra Madre a quien hoy vinimos a ver, y a encontrarnos con su mirada. Porque su mirada es como la continuación de la mirada del Padre que la miró pequeñita y la hizo Madre de Dios. Como la mirada del Hijo en la cruz que la hizo madre nuestra, y con esa mirada hoy nos mira. Y hoy nosotros, después de un largo camino, vinimos a este lugar de descanso, porque la m irada de la Virgen es un lugar de descanso, para contarle nuestras cosas.
Nosotros necesitamos su mirada tierna, su mirada de Madre, esa que nos destapa el alma. Su mirada que está llena de compasión y de cuidado. Y por eso hoy le decíamos: Madre, regálanos tu mirada. Porque la mirada de la Virgen es un regalo, no se compra. Es un regalo de Ella. Es un regalo del Padre y un regalo de Jesús en la cruz. Madre, regálanos tu mirada.
Venimos a agradecer que su mirada esté en nuestras historias. En esa que sabemos cada uno de nosotros, la historia escondida de nuestras vidas. Esa historia con problemas y con alegrías. Y luego de este largo camino, cansados, nos encontramos con su mirada que nos consuela, y le decimos: Madre, regálanos tu mirada.
En la mirada de la Virgen tenemos un regalo permanente. Es el regalo de la misericordia de Dios, que la miró pequeñita y la hizo su Madre. De la misericordia de Dios, que la miró desde la cruz, y la hizo Madre nuestra. Esa misericordia del Padre bueno, que nos espera en cada recodo del camino. Y para encontrarnos con ese Padre, hoy le decimos a nuestra Madre: Madre, regálanos tu mirada.
Pero no estamos solos, somos muchos, somos un pueblo, y la mirada de la Virgen nos ayuda a mirarnos entre nosotros de otra manera. Aprendemos a ser más hermanos, porque nos mira la Madre. A tener esa mirada que busca rescatar, acompañar, proteger. Aprendemos a mirarnos en su mirada de Madre.
La mirada de la Virgen nos ayuda a mirar a los que naturalmente miramos menos, y que más necesitan: los más desamparados, los enfermos, los que no tienen con qué vivir, los chicos de la calle, los que no conocen a Jesús, los que no conocen la ternura de la Virgen, los jóvenes que están mal.
No tengamos miedo para salir a mirar a nuestros hermanos con esa mirada de la Virgen que nos hermana y así iremos tejiendo con nuestros corazones y con nuestra mirada esa cultura del encuentro que tanto necesitamos…
Finalmente, no dejemos que nada se nos interponga a la mirada de la Virgen. Madre, regálanos tu m irada. Que nadie me la oculte. Que mi corazón de hijo la sepa defender de tantos mercachifles que prometen ilusiones; de los que tienen la mirada ávida de vida fácil, de promesas que no pueden cumplirse. Que no nos roben la mirada de la Virgen, que es mirada de ternura y mirada que nos fortalece desde dentro. Mirada que n os hace fuertes de fibra, que nos hace hermanos, que nos hace solidarios. Madre, que no me desoriente de tu mirada; le pedimos…regálamela Madre. Que nunca dude de que me estás mirando con la ternura de siempre, y que esa mirada me ayude a mirar mejor a los demás, a encontrarme con Jesucristo, a trabajar para ser más hermano, más solidario, más encontrado con los demás. Y así juntos podemos venir a esta casa de descanso bajo la ternura de tu mirada. Madre, regálanos tu mirada” (“El verdadero poder es el servicio, pp. 133-5).