La Cuaresma nos señala a Cristo como Luz y Verdad. Nos llama a seguirlo dejando la confusión que el mundo nos imprime en el alma. Recordemos el endemoniado que San Marcos (5,1-20) nos presenta en el territorio de los gerasenos. No era un endemoniado normal. Iba de un lado a otro con gran energía, sobre todo en las zonas donde existían tumbas. Este endemoniado se acercó al Señor y le adoró. Cristo le preguntó su nombre, a lo que contestó "legión, porque somos muchos". Hoy en día también somos muchos, en continua pugna unos contra otros. Todos deseosos de fama relevancia y gloria humana. El mundo se retuerce con espasmos de dolor y no encuentra cura en el consumismo de bienes y relaciones humanas. Más bien todo lo contrario. Nos vamos volviendo más y más desquiciados.
¿Qué podemos hacer? Deberíamos empezar por buscar las cosas divinas, como San Gregorio Magno denomina lo sagrado que refleja a Dios.
Desde el momento en que alcanzamos algún conocimiento de las cosas divinas, no queremos volver a las humanas, buscando el reposo de la contemplación. Pero el Señor manda derramar el sudor en el trabajo antes de restaurarnos por la contemplación. (San Gregorio Magno, Moralia, 6, 17)
El mundo se parece a la piara de cerdos que se lanza enloquecida al abismo cuando recibe la legión de demonios. Ahora mismo, corremos hacia el abismo a toda velocidad, olvidando que sólo Cristo es Camino, Verdad y Vida. Lo podemos ver en las noticias, tendencias sociales y sobre todo, en la inmensa desesperación que existe.
San Lucas dice: "En el abismo". El abismo es la separación de este mundo, y los demonios merecen ser arrojados a las tinieblas exteriores preparadas para el diablo y sus ángeles. Cristo, pues, podía hacerlo así, pero les permitió estar en la tierra, para que la ausencia del tentador no privase a los hombres de la corona de la victoria. (Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum. Luke 8,3)
¿Qué es la corona de la victoria que nos promete el Señor si vencemos la inclinación al mal? Se pueden buscar muchos símiles y entendimientos, pero yo que quedo con la paz de corazón. Paz en nuestro ser. Paz que nos permite ver a Dios. Ya nos dice el Señor, Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios (Mateo 5:8). Los endemoniados son histéricos y viven llenos de temor. No son capaces de ver a Dios. Temen ver la mano tendida para su salvación. Por eso se esconden y escapan cuando la Verdad se hace patente delante de ellos. La corona de la victoria es para los que luchan por seguir a Cristo, que es la Luz del mundo. Nos lo dice San Agustín. Para los que luchan para mantener su ser limpio de todas las capas de mentira del mundo.
La corona de la victoria no se promete sino a los que luchan. En la divinas Escrituras vemos que, con frecuencia, se nos promete la corona si vencemos. Pero para no ampliar demasiado las citas, bastará recordar lo que claramente se lee en el apóstol San Pablo: terminé la obra, consumé la carrera, conservé la fe, ya me pertenece la corona de justicia. Debemos, pues, conocer quién es el enemigo, al que si vencemos seremos coronados. Ciertamente es aquel a quien Cristo venció primero, para que también nosotros, permaneciendo en Él, le venzamos. Cristo es realmente la Virtud y la Sabiduría de Dios, el Verbo por quien fueron creadas todas las cosas, el Hijo Unigénito de Dios, que permanece inmutable siempre sobre toda criatura. (San Agustín. El combate cristiano, I, 1)
Debemos conocer quién es el enemigo para poder encararlo y vencerlo con la Gracia de de Dios. El enemigo está donde está presente la codicia, la prepotencia y la mentira. De nuevo, San Agustín nos habla de ello con gran sabiduría:
Pues: raíz de todos los males es la codicia, a la que algunos amaron y se desviaron de la fe, y, así, se acarrearon muchos sufrimientos. Por esta concupiscencia reina el diablo en el hombre y posee su corazón. Esos son los que aman este mundo. Pero se renuncia al diablo, que es el príncipe de este mundo, cuando se renuncia a las corruptelas, a las pompas y a los ángeles malos. Por eso, el Señor, al llevar en triunfo la naturaleza humana, dice: Sabed que yo he vencido al mundo (San Agustín. El combate cristiano, I, 1)
Debemos ser conscientes que todos llevamos la marca del pecado con nosotros. Sólo así nos daremos cuenta cuando el enemigo nos llama a formar parte de la confusión que reina y domina la sociedad. Cuando nos llama a ser grandes entre los demás, lo que realmente encontraremos en lucha fratricida por conseguir aparentar lo que realmente no somos. Si algo conseguimos, es por la Gracia de Dios. Dios nos toma como herramientas en sus manos. Las herramientas necesitan ser dóciles para que el Artista pueda crear con ellas la belleza. Las herramientas llenas de egoísmo y prepotencia, rompen, destruyen y maltratan.
Desdichada el alma que no siente sus heridas y llevada por un gran vicio y enorme endurecimiento, no cree que tenga cierta maldad en ella. El buen Médico no la sana porque ella no lo busca ni se preocupa por sus heridas, ya que considera que se encuentra bien y está sana. (Homilía atribuida a San Macario de Egipto)
Sigamos a la Luz del mundo, Cristo.