Hago un brevísimo comentario a este excelente video producido por la Steubenville University sobre el Sacramento de la Reconciliación. El video es muy bueno, nos muestra imágenes conmovedoras sobre la experiencia de pecado y el anhelo de ser perdonados, pero me parece que tiene un posible vicio sobre el cual quiero reflexionar.


Algunas producciones católicas norteamericanas beben de la cultura protestante, pecado-céntrica, en la cual viven. Creo que en alguna medida este es el caso de “Restored” (título original del video). El pecado, salvo en casos extremos, no es una realidad que percibimos en modo negro o blanco en nuestras vidas. El trigo y la cizaña crecen juntos, lo sabemos, y creo que ese es el modo más católico de comprender su presencia en nosotros. El video, en mi opinión, acentúa una experiencia del pecado que se da muy pocas veces en la realidad (aunque no niego que pueda darse), la joven protagonista aparece totalmente cubierta por el pecado, como si la inmundicia fuera lo único visible en ella… pero, Si yo propongo el pecado como un “tocar fondo” entonces es lógico que se confiesen únicamente los que tocan fondo, los que se experimentan podridos por el pecado… pero, ¿es así? ¿cuántos somos los que nos acercamos a la confesión experimentándonos “podridos” de pecados?
 
Esa es la polarización protestante de la que hablo y que poco o nada tiene que ver con un Sacramento tan hermoso como el de la Reconciliación. Los Sacramentos no son otra cosa que la presencia connatural del Señor Jesús que nos acompaña con su Gracia en cada momento de nuestras vidas; Él conoce que caemos y nos levantamos, que amamos, sufrimos y pecamos, muchas veces, en el lapso de unas horas… y no al final de un tortuoso túnel de pecados. Eso significa el confesionario en nuestras vidas, que el trigo y la cizaña no dejan de crecer juntos, pero que el trigo, y no la cizaña, es lo que yo quiero ofrecerle a Jesús cada día.

Termino con una explicación muy clara que le hizo Benedicto XVI a un niño sobre la importancia de recurrir con frecuencia al Sacramento de la Reconciliación: 

"Es verdad que nuestros pecados son casi siempre los mismos, pero limpiamos nuestras casas, nuestras habitaciones, al menos una vez por semana, aunque la suciedad sea siempre la misma, para vivir en un lugar limpio, para recomenzar; de lo contrario, tal vez la suciedad no se vea, pero se acumula. Algo semejante vale también para el alma, para mí mismo; si no me confieso nunca, el alma se descuida y, al final, estoy siempre satisfecho de mí mismo y ya no comprendo que debo esforzarme también por ser mejor, que debo avanzar. Y esta limpieza del alma, que Jesús nos da en el sacramento de la Confesión, nos ayuda a tener una conciencia más despierta, más abierta, y así también a madurar espiritualmente y como persona humana". (Benedicto XVI, Roma 15 de octubre de 2005)