Después de ver que en Mateo la condición davídica de Jesús era conditio sine qua non del mesianismo de Jesús (), y ver posteriormente que para Marcos la cuestión se presenta casi como tangencial (), corresponde hoy conocer el enfoque que de la misma hace el tercero de los evangelistas en el orden canónico, Lucas.
Lucas, como por otro lado era de esperar, se alinea mucho más con Mateo que con Marcos. La razón es doble: por un lado, el parentesco evidente existente entre los dos evangelios, el mateiano y el lucano. Y por otro, el propio carácter del Evangelio de Lucas, que ancla sus raíces en la historia, en los precedentes y en las causas, y no podía pasar sin referirse a las razones que hacían posible que Jesús pudiera presentarse ante su pueblo como el Mesías esperado.
Lucas inicia sus argumentos bien pronto, en la propia cuna de Jesús.
“Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc. 1, 26-27).
“Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre” (Lc. 1, 32).
La condición davídica de Jesús vuelve a aparecer en el canto de Zacarías:
«Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo, y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo” (Lc. 1, 68-69)
La razón por la que José se empadrona en Belén y Jesús viene en consecuencia a nacer en el pequeño pueblecito a la entrada de Jerusalén vuelve a ser la misma:
“Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María” (Lc. 2, 4-5)
El ángel que anuncia el nacimiento de Jesús les dice pocas cosas a los pastores, pero entre ellas no se priva de informarles de que “os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc. 2, 1011)
Hasta aquí, todos ellos episodios originales y exclusivos del tercero de los evangelistas.
La genealogía que Lucas aporta de Jesús coincide en muy pocas, pero que muy pocas cosas, con la de Mateo, pero no deja de hacerlo en un punto muy concreto:
“[…] hijo de David, hijo de Jesé […]” (Lc. 3, 31-32).
Y sin embargo, al llegar al ministerio de Jesús propiamente dicho, sólo hay en todo el Evangelio de Lucas una única referencia a su condición davídica, ésta:
“Cuando se acercaba a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazoreo y empezó a gritar, diciendo: ‘¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!’ Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí’” (Lc. 18, 35-39).
Episodio que Lucas, por cierto, relata de manera más similar a como lo hace el Evangelio no davídico de Marcos (un solo ciego, de quien ni siquiera da el nombre como sí hace Marcos), que el Evangelio davídico de Mateo (dos ciegos anónimos, episodio que, a mayor abundamiento, se repite en hasta dos ocasiones).
Con ser un evangelio por así decir, “davídico”, algo de lo que no debe cabernos la menor duda, Lucas es, pues, menos elocuente que Mateo. Lucas ni siquiera recoge el episodio de la mujer cananea que implora a Jesús la curación de su hija cuando éste se halla en la región de Tiro y que si bien en Mateo (ver. Mt. 15, 22), reconoce la condición davídica de Jesús, en Marcos (ver Mc. 7, 24-30) no lo hace. Tampoco recoge el episodio igualmente mateiano en el que sumos sacerdotes y escribas se escandalizan al ver que hasta los niños reconocen la condición davídica de Jesús (ver Mt. 21, 1516). Y la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén cinco días antes de ser crucificado, la relata sin alusión alguna al Rey David, como sí hacen, en cambio, tanto Mateo (ver Mt. 21, 1516), como Marcos (ver Mc. 11, 910), bien que como vimos en su día, de manera más explícita el primero, donde la multitud llama a Jesús “el hijo de David” que el segundo, donde la multitud se refiere simplemente al “reino que viene, de nuestro padre David”.
Y no deja de recoger Lucas, al modo en el que también lo hacen tanto Mateo como Marcos, uno de los episodios más desconcertantes del Evangelio: aquél en el que Jesús intenta explicar, o al menos esa una de las posibles interpretaciones del pasaje, que el Mesías no tiene porqué pertenecer a la Casa de David:
Les preguntó: ‘¿Cómo dicen que el Cristo es hijo de David? Porque David mismo dice en el libro de los Salmos: ‘Dijo el Señor a mi Señor: ‘Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies’’. Si, pues, David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?’” (Lc. 20, 41-44).
A modo de conclusión: si hemos de juzgar por el Evangelio de la infancia que recoge Lucas al principio de su obra, nos hallamos ante un Evangelio de signo claramente davídico, tanto o más que el de Mateo. Ahora bien, si leyéramos el Evangelio de Lucas haciendo abstracción de los dos primeros capítulos que conforman su Evangelio de la infancia, entonces a lo mejor quepa decir que nos hallamos ante un Evangelio muy poco davídico, tanto o menos que el de Marcos.
©L.A.
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