De vez en cuando conviene mirar y repasar la Parábola del Trigo y la Cizaña. Mediante las parábolas, Cristo nos enseña sobre cuestiones que sobrepasan el entendimiento humano. Nos señala un modelo que nos permite mirar más alto y con más claridad. Esto es especialmente interesante para el momento que vivimos. Un momento lleno de ruido comunicativo, división y recelos internos dentro de la misma Iglesia.

En la parábolas se describe una realidad natural y evidente, pero se enlaza con un profundo simbolismo. Podemos analizar el simbolismo del trigo y la cizaña, donde el trigo representa un aspecto de la naturaleza humana y la cizaña otro aspecto que contraviene el plan de Dios. ¿Qué hacer cuando esto ocurre?

Esta parábola nos habla de forma paralela de dos virtudes: paciencia y esperanza. Ante lo que no se debe luchar, debemos rogar a Dios que nos llene de paciencia y esperanza. También que nos permite confiar en la justicia divina. Esta justicia no es humana. Nos desborda y parece inexplicable. Además, en tercer plano, nos habla de la caridad, que no es más que el amor que Dios nos pide que tengamos hasta con quienes nos hacen daño. ¿Cómo estas enseñanzas pueden aplicarse en la vida cotidiana? No es sencillo.

Nos encontramos con situaciones actuales, como la convivencia de lo bueno y lo malo en la sociedad. Situación en las que cualquier acción es mala y la inacción está muy mal vista. La ideologización no lleva a exigir que los demás se conviertan en socios o enemigos. No vemos más allá de esta peligrosísima dicotomía. Si miramos un hecho que ha sucedido hace poco, nos daremos cuenta de lo importante que es esta parábola: el cisma de las religiosas clarisas del Monasterio de Belorado (Burgos).

Sin duda, no soportaron la presión de la cizaña. Es decir, de los aspectos y apariencias que el enemigo sabe mostrarnos para desesperarnos. Ante esta tensión, soportaron un tiempo, pero la desesperación les llevó a una aparente escapatoria: Salir del campo de trigo en donde no se sienten ni comprendidas ni cómodas. Por desgracia hay muchas personas que están pasando por el mismo calvario. La Iglesia tiende a ignorarlas de forma indiferente porque sus carismas no son los que se valoran hoy en día. Pero, sea como sea, no hay camino fuera de la Iglesia, lo que las lleva a generar un cisma que destroza la fraternidad que debe guiarnos en el día a día eclesial. Crear un cisma no era la solución, sino la peor opción. Personalmente creo que sólo les ha llevado a generar más dolor y dudas.

Si no se sentían cómodas ni comprendidas ¿Qué podían hacer? Puedo proponer dos parábolas más intentar discernir: 1) La levadura y el pan (Lucas 13:20-21), 2) ¿Cómo nos envía Cristo a vivir en medio de lobos? (Mateo 10:16). La primera no habla del sentido de la levadura: morir dentro de la masa de trigo, para que se convierta en pan. Así es el Reino de Dios. La segunda nos habla de cómo comportarnos cuando estamos acosados interna y externamente. Ser simples como palomas, para no perder la paz de corazón. Al mismo tiempo, ser astutos como serpientes, para seguir a Cristo en medio de situaciones complejas, dolorosas y duras.

El sedevacantismo nos hace saltar desde la barca del Señor, para buscar cualquier madera flotante como alternativa. Recordemos que en medio de la tormenta, el Señor dormía en una barca como si nada pasase (Lucas 8:22-25). Los Apóstoles se volvían locos al ver el tranquilo sueño del Señor. Lo despertaron, paró la tormenta y les preguntó: ¿Qué pasó con su fe? Es decir, qué pasó con la esperanza y la confianza que permite ver más allá de la apariencia de peligro que nos acosa. ¿No es Dios quien controla las mareas? Cristo salvó de ahogarse a Pedro. Tras andar unos pasos sobre el agua, perdió la confianza y se hundía. El Señor le tomó de la mano y le sacó (Mateo 14:22-33). ¿Qué le dijo el Señor a Pedro? ¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué dudaste?

Como indicó hace unos años Zygmunt Bauman, vivimos una "modernidad líquida". Nada es sólido, todo fluctúa y cambia constantemente. A esto se une que la sociedad actual vive en constante tormenta ideológica. Ideologías que luchan por imponerse, pero que sólo lo logran durante unos pocos años. Después otra ideología cambiará lo que se creía un logro o un bien. Bien que siempre es relativo, personal y egocéntrico. Las Iglesia vive y pervive en esta tormenta y nos parece que el Señor duerme tranquilo y que nos ha olvidado. ¿Tenemos verdadera fe o sólo apariencias socio-culturales que se disuelven en el líquido social en el que vivimos?

Espero que las religiosas clarisas vuelvan y se conviertan en levadura que ayude a crear el Pan de vida que tanto necesitamos. Dios quiera que sepan ser astutas y al mismo tiempo, dóciles. Astutas, porque en esta tormenta ideológica lo importante es no perder el norte. Esto conlleva guardar el aceite de la esperanza, para esperar la llegada del Novio que esperamos todos. Espero que escuchen a Cristo llamar a la puerta de su ser y le abran para que le llene de paz y tranquilidad. Quizás hará falta marcar un poco las distancia con la cizaña, pero nunca sacar las raíces de la tierra fértil que les permite crecer.

Espero y ruego, que Dios les ayude a encontrar el camino de vuelta, como el Hijo Pródigo. No valen la pena las aventuras humanas, cuando tenemos la misión de trascender al amarnos unos a otros como Cristo nos ha amado. También ruego para que la estructura eclesial sea consciente del sufrimiento que muchas personas padecen en medio de la tormenta. Dios lo quiera.