Los Mártires de la Puerta del Cambrón de Toledo
 
Publicamos esta serie de artículos con motivo de la próxima beatificación en Tarragona de los Hermanos Maristas de la Comunidad de Toledo que fueron sacrificados en la madrugada del 23 de agosto de 1936. En esta saca sufrieron el martirio por causa de la fe once sacerdotes diocesanos, entre ellos, el Beato José Polo Benito y diez hermanos Maristas.
 
Entre la documentación para desarrollar el tema, usamos el artículo que publicó Luis Moreno Nieto al acabar la guerra civil con el título: “23 agosto 1936: la más trágica fecha del dominio rojo en Toledo”.
 
Tomamos las biografías de los que fueron asesinados en esta saca, también de Moreno Nieto, de su libro “Los mártires seglares de 1936 en Toledo”. Por otra parte, las biografías de los Hermanos Maristas están tomadas de lo escrito por el Hno. Luis Santamaría, vicepostulador de dicha Causa, y del “Martirologio Marista Toledano”, publicado por el Hno. Luis Puebla Centeno en el año 2005.
 
También usamos el libro: “Toledo 1936. Ciudad mártir”.
 
 
LA MADRUGADA MÁS TRISTE DE UNA GUERRA
 
Ochenta toledanos beneméritos fueron asesinados aquella noche. Un bombardeo sobre los parapetos. La fiera elige sus presas. Caravanas de muerte. El crimen no quiere testigos.
 
Entre las 72 tristes jornadas del dominio rojo en Toledo, hay una que culminó con elevaciones de pesadilla. La infame matanza del elemento sano de la población era la bestial tarea de la chusma roja, que en su cometido no se daba punto de reposo.
 
El día 23 de agosto de 1936 los asesinatos cobraron magnitudes apocalípticas. Parece como si la última chispa de humanidad que en aquellos monstruos alentaba, se hubiera extinguido definitivamente, enseñoreándose de sus conciencias la negrura del crimen.
 
¿Cuál fue la causa inmediata de aquel brutal desbordamiento de unos instintos que ya no tenían ni el primario impulso del miedo a derramar sangre inocente?
 
EL PRETEXTO
 
Repasemos los hechos: a las tres y media de la tarde del día 23 de agosto apareció en el cielo de Toledo un trimotor rojo de bombardeo, escoltado por un caza. El aparato arrojó sobre el Alcázar bombas y bidones de gasolina con dispositivo especial para provocar incendios. Doce de los artefactos cayeron dentro del edificio, pero otros muchos, debido a la impericia de los aviadores y a un miedo frente a un enemigo débilmente armado y sin defensa antiaérea, cayeron sobre los parapetos marxistas que rodeaban la fortaleza, destrozando a varios milicianos.

 
Capítulo 27. Madrugada del 23 de agosto.
Del libro “Toledo 1936. Ciudad mártir
 
El cielo es compartido por los dos ejércitos
 
Desde que se inicia el asedio del Alcázar, los ejércitos que se enfrentan son absolutamente desiguales: frente a los 1.028 guardias civiles y militares que defienden el sitio se sitúan 8.000 milicianos. Hasta el día de ayer, también la desigualdad ocupaba el espacio aéreo. A las cinco de la mañana del 22 de agosto, un avión alemán, un Junker Ju-52 de la Legión Cóndor, viene del suroeste. Vuela no muy alto sobre el recinto militar y se retira en la misma dirección por donde ha venido. En el Alcázar se originan grandes discusiones sobre el aparato. Los observadores insisten en que no es como los aviones republicanos y que no tiene ningún distintivo rojo, lo que hace suponer que es el primer aparato que, en vuelo de reconocimiento, enviarían las tropas a las que ya llaman nacionales.
Luego, a las 10 de la mañana, y procedentes de Madrid, aparecen un trimotor y un caza, que, tras volar sobre el Alcázar y sus alrededores, arroja doce bombas, la mayoría de las cuales caen fuera del recinto, debido principalmente a que los defensores responden con fuego de ametralladoras y fusiles, y eso obliga a los republicanos a volar alto, perdiendo con ello precisión. Alternando con las bombas, tiran latas de gasolina con objeto de provocar el incendio del Alcázar. No lo consiguen por caer latas y bombas en sitios distintos. Al mismo tiempo actúan con las piezas de 15,5 cm. y ametralladoras desde distintos sitios enemigos. Las piezas pesadas disparan ocho proyectiles, dos de los cuales penetran en el patio. El fuego dura hasta las 11:45 horas, en que se retiran los aparatos.
A las 18:30 horas, ya casi entre dos luces, sorprende a todos un avión que viene del sur, y que, a toda velocidad y muy bajo, pasa por el Patio del recinto militar y arroja un enorme paquete de lata que se fragmenta, al golpear con el suelo, en infinidad más pequeños. Pasado el primer momento de estupor, por lo inesperado del acontecimiento, los defensores del Alcázar muestran gran alegría al observar que su contenido son víveres. Ahora ya queda claro el enigma del avión que sobrevoló el recinto a las cinco de la madrugada. El primer avión era de reconocimiento y, por la tarde, ha traído los alimentos. Este avión arroja otro paquete en las inmediaciones de la Puerta de Hierro, y recogen la mayor cantidad posible, pues a consecuencia del choque se ha roto. La leche condensada y la harina lacteada favorecerán durante unos días más la manutención de niños y enfermos. El enemigo, acto seguido, ha iniciado el fuego, disparando setenta y cuatro proyectiles del 15,5 cm. que baten la fachada norte, con el consiguiente quebranto en ella, dada la enorme potencia de los artefactos.
 
La venganza comienza a fraguarse
 
Desde el mediodía, cuando cesa el fuego de los marxistas contra el Alcázar, se ha podido comprobar el desastre causado por su propia aviación. La impericia de los aviadores frente a un enemigo débilmente armado y sin defensa antiaérea no sólo no ha conseguido los objetivos militares buscados - incendiar el Alcázar-, sino que su error al apuntar en los parapetos marxistas que rodean la fortaleza ha provocado la muerte de varios milicianos. La noticia ha corrido como la pólvora. Nadie sabe exactamente el número de fallecidos, pero la rabia y casi la vergüenza, provocada por su propio error va a facilitar la excusa para perpetrar un asesinato en masa.
 
De este macabro plan, que en pocas horas va a ejecutarse, lo que sí se sabe es que los mandos de la cárcel lo tienen programado desde hace varios días. No hay nada de improvisación; sólo faltaba saber cuándo. Y el accidente aéreo de hoy ha puesto en bandeja que éste sea el día elegido. La efervescencia que entre el populacho ha causado el errado bombardeo ha desencadenado los hechos criminales. Un grupo no pequeño se ha presentado ante las puertas de la Prisión Provincial. Pero para entonces el patio de la prisión es un hervidero. No han necesitado que nadie les empuje para solicitar venganza y nuevas muertes; o por lo menos, las mismas que las causadas entre sus propias filas.
 
Este suceso produjo cierta efervescencia entre el populacho bermejo, pero nada hubiese ocurrido si los capitostes no hubieran tomado el hecho como motivo para perpetrar unos asesinatos en los que ya venía meditando. La horrorosa matanza a la que la impericia de un aviador sirvió como pretexto, había de realizarse de todos modos.
Ambos sucesos fueron enlazados casuísticamente para privar el crimen de la crudeza de lo premeditado, y en la añagaza cayeron muchos de los que han comentado luego este suceso.
La elección de víctimas no fue debida al azar. Los encargados de consumar el hecho sabían fijamente lo que tenían que realizar y no hubo titubeos ni improvisación.
El mismo engaño con que los presos fueron sacados de la cárcel es una prueba de la alevosía del crimen. Si algún detenido de calidad logró pervivir en la prisión después de la terrible saca del 23 de agosto, ello fue debido a la misma organización libertaria de un régimen cuyos esbirros se sentían con derecho a opinar y aún a rectificar las órdenes que recibían.
 
EN LA PRISIÓN
Al atardecer de aquel día, octava de la Santísima Virgen del Sagrario, reinaba gran efervescencia en el edificio de la cárcel provincial. Los milicianos rojos tenían autorización para vengar en sangre española la impericia del aviador marxista.
El patio de la prisión era un hervidero. Los presos eran sacados de sus celdas y amarrados de dos en dos formando cuerda. Entre ellos se encontraban los dos hijos de Moscardó, Luis y Carmelo. La esposa del héroe se encontraba también detenida en el departamento de las mujeres, pero nada sabía de lo que contra sus hijos se tramaba.
Parece ser que los dos hermanos fueron atados juntos. ¿Cómo se salvó el menor? Carmelo era un chiquillo de dieciséis años; pero su pelo rubio, sus facciones blancas y sus ojos azules daban al rostro un aspecto ingenuo que le hacía parecer más niño todavía. Un miliciano se fijó en él, y un latigazo de humanidad cruzó la borrosa conciencia del rojo.
 
-¡Eh, camaradas!, dijo. ¡Soltad a este muchacho!
-¡Es hijo de Moscardó!, dijeron algunas voces ahítas de venganza.
-No importa; tan niño es una cobardía.
Y luego, dirigiéndose a él, le dijo:
-Anda muchacho, vuélvete a la cárcel.
 
El que así habló le quitó la cuerda que le unía a su hermano. Carmelo quedó solo mirando al ser querido que hubiera de abandonar, y no se atrevía a moverse de su lado. Un empujón les separó y unas voces le guiaron fuera del patio.
Luis Moscardó quedó sin compañero, y entonces fue atado con él don José Polo Benito, deán de la Primada.
 
HACIA EL MARTIRIO
Era ya anochecido cuando 80 personas, en dos grupos fuertemente escoltados por milicianos, franqueaban las puertas de la cárcel.
No es cierto que las víctimas fueran paseadas en camión por las calles de Toledo. La ciudad se escondía con la muerte en el alma, y nadie, excepto la chusma roja, era osado de asomarse a la puerta de su casa.
El asesinato fue perpetrado con nocturnidad y traición. A los presos se les había dicho que marchaban al penal de Ocaña, e iban a pie hacia las afueras de la población. A cierta distancia les seguía un camión que portaba ametralladoras.
La noche era muy negra. Solo el rápido brillar de los relámpagos y la movediza luz de los faros del coche alumbraban la caravana de mártires. Previamente se había mandado apagar el alumbramiento del Cambrón y sus alrededores. Los milicianos iban provistos de linternas, y al pasar por la histórica puerta, los que iban en vanguardia dieron gritos para ahuyentar a los vecinos de la barriada. El crimen no quería testigos. Habían salido ya fuera del recinto amurallado. Un grupo, por la izquierda, fue conducido hacia la explanada posterior del Matadero, ya cercana al puente de San Martín, y el otro grupo, por la derecha, marcha hacia la fuente de Salobre.
El primer sacrificio se hizo -según parece- en la explanada de carretas del Matadero. El deán de la Primada y Luis Moscardó formaban parte de ese grupo. Al ser desviados los presos de la carretera para ser apoyados en el muro del Matadero municipal, se dieron cuenta de que iban a morir.


 
POLO BENITO LES INCREPA
Polo Benito, encarándose con los milicianos, les hizo ver con palabra entera la infamia que iban a cometer y les apostrofó conminándoles con el castigo de Dios. En otros corazones menos embotados por el crimen, las palabras del deán de Toledo hubieran puesto vestigios de indecisión, pero los milicianos rojos querían llegar hasta el fin de su barbaridad y nada les detenía.
Todavía tuvo Polo Benito tiempo para dirigir una cristiana exhortación a sus compañeros que, mudos y enteros, esperaban con serenidad el momento de la muerte.
Los reflectores del camión, cruzado en la carretera, alumbraban la escena. La ametralladora enfilaba a los presos e inmediatamente comenzó a funcionar. Al mismo tiempo los milicianos disparaban sus fusiles. Uno sobre otro, en ingente montón, caían los mártires de España. Los racimos de agonizantes fueron rematados después a tiros de pistola.
Poco después se repetía en Salobre el mismo lúgubre espectáculo. Los presos fueron apartados de la carretera, junto al pilar del abrevadero. Los vecinos de la barriada oyeron un fuerte rumor, como de sorpresa y de protesta, que fue rápidamente acallado por los disparos de la ametralladora y el más lento de la fusilería.
 
LOS CADÁVERES, DESPOJADOS
La tormenta seguía silueteando los edificios con lividez. El camión regresó a Toledo. Los asesinos se abalanzaron sobre sus víctimas y les robaron cuanto de valor tenían. Después penetraron por la puerta del Cambrón y en los ventorros próximos se atiborraron de vino, uniendo la borrachera a la infame felonía. Impresionados por las palabras del deán, alguien les oyó comentar: 
-¡Vaya con el canónigo! ¡No le paró el miedo la lengua! 
Allí quedaban tendidos sacerdotes, militares, industriales…, casi un centenar de católicos patriotas sacrificados por la bestia implacable del comunismo.
A la mañana siguiente, los cadáveres habían desaparecido de los lugares de martirio. En el suelo había charcos de sangre, y esparcidos junto a ellos, pañuelos de bolsillo, cajetillas de tabaco, cartas familiares.
Los cadáveres fueron trasladados en camiones al depósito de Nuestra Señora del Sagrario. Una persona a quien la incertidumbre de un hermano muerto le llevó hasta allí, pudo contemplar el horrible cuadro del depósito rebosante de carne muerta. Eran los despojos de la jornada más trágica y dura del dominio rojo en Toledo.
¿Quiénes eran los que aquella noche trágica caían inmolados por la horda? He aquí algunos de sus nombres:
D. Antonio Arbó, D. Ángel Rubio Morales, D. Dionisio Ares Glaria, D. Donato García Lorenzo, D. Eloy Martín Ballesteros, D. Feliciano Lorente Garrido, D. José Gómez de Salazar Orduña, D. Gregorio Batret Portell, D. José Aguilera, D. José Gutiérrez Duque, D. Julián Olmedo Sánchez Cabezudo, D. Justo Pozo Iglesias, D. Francisco Villarrubia Sánchez-Cogolludo, D. Martín Velasco Vega, D. Rafael Gastesi Valentín, D. Ricardo Sánchez Rodríguez, D. Segundo Blanco Fernández de Lara, D. Raimundo Ramírez Gutiérrez, D. Segundo Agudo Rodríguez, D. Calixto Paniagua Huecas, los Hermanos Maristas del colegio de Toledo, D. Miguel Rojo Galán y otros varios.
 
Os invito a que entréis en el magnífico blog de Eduardo Sánchez Butragueño llamado, con tanto acierto, Toledo Olvidado.