No podrás poseer este amor perfecto si no vacías tu corazón de cualquier otro amor. Por eso, los que tienen el corazón lleno de amor de Dios y del prójimo, no quieren más que lo que quiere Dios o lo que quiere otro hombre, mientras no esté en contra de Dios. Por eso se dedican asiduamente a la oración y a los coloquios y meditaciones sobre las realidades celestiales, porque les es dulce desear a Dios, hablar y oír hablar de él y pensar en aquel a quien tanto aman. Por eso ríen con los que están alegres, lloran con los que lloran, se compadecen de los desgraciados, dan limosna a los pobres: porque aman a los demás hombres como a sí mismos. (San Anselmo de Canterbury, Carta 112)
Con este breve texto de San Anselmo vuelvo a un tema que el Papa Francisco trató en el discurso a la CELAM, dentro de la JMJ de Río de Janeiro:
El discipulado misionero es vocación: llamado e invitación. Se da en un “hoy” pero “en tensión”. No existe el discipulado misionero estático. El discípulo misionero no puede poseerse a sí mismo, su inmanencia está en tensión hacia la trascendencia del discipulado y hacia la trascendencia de la misión. No admite la autorreferencialidad: o se refiere a Jesucristo o se refiere al pueblo a quien se debe anunciar. Sujeto que se trasciende. Sujeto proyectado hacia el encuentro: el encuentro con el Maestro (que nos unge discípulos) y el encuentro con los hombres que esperan el anuncio.
Un discipulado sin tensión implica ausencia de compromiso real con la misión encomendada por Cristo. La tensión es interna al discípulo, ya que lo que la negación de sí mismo y la donación a los demás no es fácilmente aceptable. Pero a veces, la tensión no se queda estática en nosotros. Unas veces se desplaza hacia Dios, a través de dudas y resentimientos que “colgamos” a Dios. Otras veces, la tensión se proyecta hacia el prójimo, a través de la comunicación de posturas duras e irreflexivas.
Ninguna de los dos desplazamientos son deseables. El primero rompe la comunicación con Dios, el segundo, la comunicación con los demás. ¿Cómo podemos “gestionar” esta tensión interna? San Anselmo nos da una pauta muy interesante: “los que tienen el corazón lleno de amor de Dios y del prójimo, no quieren más que lo que quiere Dios o lo que quiere otro hombre, mientras no esté en contra de Dios”. Querer lo que quiera nuestro prójimo, es amarle como a nosotros mismos. De hecho nuestro prójimo no puede querer nada extraño a lo que nosotros mismos queremos. La naturaleza humana nos une más de lo que creemos o queremos creer. Pero es interesante que San Anselmo indique: “mientras no esté en contra de Dios”, para que no traspasemos la línea y entremos en dinámicas de complicidad y complacencia, con aquello que sabemos que no bueno para nuestro prójimo y tampoco para nosotros mismos.
¿Cómo podemos acercarnos a quien desea lo que no es adecuado para el, sin trasladar la tensión que llevamos dentro de nosotros? Lo sencillo es poner a la persona entre la espada y la pared o alejarnos de ella. Sabemos que si nos acercamos podemos vernos arrastrados por esa misma tensión, ya que somos tan humanos como cualquiera. También, podemos desentendernos de la tensión reduciendo el problema, a través del relativismo y comunicar un Dios lejano y desentendido de nuestro sufrimiento.
Quizás lo más adecuado sería comunicar a nuestros hermanos que nosotros también tenemos la misma tensión que a ellos les hace sufrir. El Papa lo dice muy claro en el mismo párrafo, al referirse a la misión: “No admite la autorreferencialidad: o se refiere a Jesucristo o se refiere al pueblo a quien se debe anunciar. Sujeto que se trasciende.” No podemos utilizar la autoreferencialidad y colocarnos como centro, ya que el centro es Cristo. La tensión sólo puede compartirse y vivirse como vínculo de unión y objetivo de trascendencia. El objetivo es trascender, dar un paso más allá de lo que somos por nosotros mismos.
El otro peligro es traspasar nuestra tensión interna hacia nuestra relación con Cristo. Hacemos culpable a Dios de los defectos que cargamos en nuestra propia naturaleza y terminamos asimilando que esos defectos deben ser aceptados por ser parte nuestra. Aparece en nuestros labios la frase: “yo soy así, me tomas o me dejas”. Para superar la tensión que llevamos dentro, podemos crear otros cristos que nos permitan olvidar la tensión que llevamos con nosotros mismos y vivir un cristianismo a nuestra medida. Pero esta salida nos lleva siempre a un callejón sin salida.
¿Qué hacer con las tensiones? Creo que deberían ser ofrecidas a Cristo, rogando que sea Él quien las transforme con la Gracia de nos conduce a la santidad. Nosotros, si nos consideramos discípulos, somos sujetos activos de la misión evangelizadora: “Sujeto proyectado hacia el encuentro: el encuentro con el Maestro (que nos unge discípulos) y el encuentro con los hombres que esperan el anuncio”
Me temo que la tensión dentro, la llevaremos toda la vida y más que quejarnos y adaptar lo que vemos imposible cambiar, tendríamos que ofrecernos a nosotros mismos como herramientas al Señor. Que El nos tome en sus manos, nos limpie, afile y acondicione para que Su Voluntad se cumpla en el Cielo y la Tierra.