El tema es siempre de rabiosa actualidad, ya que los instintos tiran fuerte y no perdonan. La sexualidad, o se la ve desde la condición de seres humanos, o nos puede convertir en bestias. Muchos no quieren entenderlo, y desbocados se lanzan a un abismo que no es tan natural como nos quieren hacer ver. Cuando eludimos unos principios éticos y morales, y dejamos suelta la voluntad, nos enfrascamos en un relativismo que nos lleva a cualquier puerto, da igual, porque al no tener metas ni programas de vida, la humanidad enloquece. Decía un pensador francés: “La humanidad se ha ido de vacaciones”. Todo se puede convertir en una diversión, incluso lo más sublime y sagrado.
 

He leído un artículo de Luis Ignacio Batista que me ha gustado por la claridad con que denuncia la esclavitud de la adicción sexual. Lo ofrezco íntegro al lector por si le aclara algunas ideas:

La cuestión de la adicción sexual es un problema más duro y extendido de lo que parece. Se cree que la así llamada «liberación sexual», más que libertad, acarrea una ávida esclavitud porque, como bien dice el psicólogo Miguel Ángel Fuentes, «en el plano de la sexualidad, siendo tan fundamental el instinto sexual y tan intensos los placeres que produce, un comportamiento desordenado es potencialmente adictivo» («La Trampa Rota», p. 41). Ese comportamiento desordenado es justamente en lo que ha promovido la liberación sexual.

¿Por qué decimos que acarrea adicción algo que es lo más natural como la práctica sexual? Tomemos en primer lugar una definición de adicción:

«Es un estilo de conducta en el que los modos de pensar y sentir de un individuo, o sus relaciones con los demás, manifiestan claramente que la persona ha perdido el control de su comportamiento, a pesar de haber intentado frenarlo con poco, o ningún, resultado positivo» (J. Harvey, «The Truth about homosexuality», p. 143).

Quien se dedica a dar rienda suelta a su instinto sexual y alimentarlo de mil maneras diferentes –miradas, pensamientos, pornografía, etcétera– no hace más que ir arraigando hábitos de placer que conforme pasa el tiempo son más difíciles de satisfacer. A esto se le conoce como la ley del contraste (cf. R. Lucas, «El hombre espíritu encarnado», p. 30): al satisfacer un placer, el siguiente debe superar el nivel de placer del anterior.

De este modo, según indican los expertos en estos temas, el adicto sexual busca más placer al punto de ir aumentando las «actividades sexuales», la frecuencia de éstas y, todavía más peligroso, la intensidad al agregar otro tipo de actividades más riesgosas.

De esta manera, un placer tiene que ser mayor que el anterior. Obviamente esto es insostenible porque, como humanos, tenemos límites. Y en casos extremos se llega a terribles atrocidades como el sadomasoquismo sexual. Como dice la definición que dimos más arriba, la adicción hace que se pierda paulatinamente el control sobre el cuerpo.

Esto se puede ver con más claridad en los niveles de adicción que diversos expertos han evaluado. Los transcribimos tal cual aparecen en un estudio de Miguel Ángel Fuentes:

Primer nivel: adicción a formas de lujuria solitaria. Aquí pueden comprenderse todos los comportamientos que impliquen un uso solitario y adictivo del sexo; puede darse, por ejemplo, a modo de:

Adicción al romance sexual imaginario, fantasía erótica (pensamiento y deseo).

Adicción a la masturbación.

Adicción a la pornografía (o voyeurismo en primeros grados). Me refiero a la pornografía hetero y homosexual que todavía no ha llegado al grado de perversión (a diferencia de la que indicaremos en los últimos niveles de esta escala).

La vida de quienes entran en el negocio de la pornografía como objetos (dejándose fotografiar o filmar en situaciones degradantes) queda marcada para siempre. El consumidor de pornografía es cooperador en la corrupción de estas personas (sin quitar la responsabilidad de los que venden sus cuerpos a las miradas ajenas).

De todos modos, la inmensa mayoría de los adictos a la pornografía son inconscientes de esta carga de sufrimiento que imponen a otras personas, por eso lo distinguimos del voyeurismo parafílico (quinto nivel).

Segundo nivel: adicción a diversos modos de contacto sexual sin fines de lucro. Podemos enumerar:

Adicción a la fornicación.

Adicción a conversaciones eróticas (personales o telefónicas).

Adicción al «chateo» con fines sexuales.

Tercer nivel: adicción al sexo mercantilizado. Pagar por el sexo implica la ruptura de nuevas barreras, incluyendo a menudo la aceptación de graves riesgos de contraer y difundir enfermedades de transmisión sexual.

Adicción a la prostitución.

Adicción al uso de líneas telefónicas calientes (adicción sexual auditiva).

Cuarto nivel: adicción a comportamientos homosexuales (este nivel es muy criticable, ya que hay personas que viven experiencias homosexuales en todos los niveles, porque lo son desde muy temprana edad, así como las hay sin este tipo de experiencias. No obstante, la tendencia a buscar mayores y nuevos placeres en un adicto, hace que exista una inclinación «lógica» a caer en actos homosexuales, en ese proceso adictivo. Por eso, este punto hay que tomarlo con cierta cautela):

La adicción dentro de la homosexualidad: no todo comportamiento homosexual es adictivo; pero un cierto porcentaje de las personas con conductas homosexuales son adictos. «La conducta sexualmente compulsiva, altamente imprudente, y con riesgo de la vida, en un gran porcentaje de homosexuales indicaría la presencia de un desorden adictivo en estos individuos», dice un psiquiatra.

Con mayor razón debemos indicar las adicciones a comportamientos homosexuales de alto riesgo (de modo particular el llamado «cruising» –las personas que se pasean buscando posibles compañeros sexuales ocasionales– .

Quinto nivel: adicción a comportamientos parafílicos. Al pasar al campo de las parafilias nos colocamos ante psicopatologías más severas. Las señalo aquí en la medida en que las adicciones, juegan un importante rol entre sus características; además, muchos de los que llegan a este punto de trastorno psicológico han pasado primero por algunos de los estadios anteriormente indicados.

Podemos indicar, entre otros: exhibicionismo, fetichismo, frotteurismo, pedofilia, masoquismo sexual, sadismo sexual, fetichismo transvestista, voyeurismo (cf. «La trampa rota», p. 84).

Siempre se empieza por algo sencillo y luego la cosa va creciendo insaciablemente. Las consecuencias más nefastas se dan, desde luego, en quienes llegan al último nivel. En los recientes años estos problemas han ido en crecimiento. Y, mientras aparecen nuevas maneras de querer ver la sexualidad de modo positivo, nos encontramos con situaciones cada vez más perniciosas.

Es la prueba más evidente de que la «liberación sexual» es un eufemismo que está desgarrando a nuestra sociedad. Con toda razón la podemos decir que esa enseñanza de «liberar al sexo» es un fracaso pedagógico, un fracaso social. Y para colmo… internacional.

Fuente: http://www.conoze.com/doc.php?doc=9395

De ninguna manera el pensamiento cristiano está contra la sexualidad. No puede estarlo porque sería una aberración. El sexo lo ha puesto Dios en el ser humano, como también en los animales, con una finalidad concreta. Lo que pervierte la sexualidad es el uso indebido, y muchas veces vicioso, de esta dimensión del ser humano. El origen de la esclavitud de las mujeres públicas está en el vicio que tiene  esclavizados a un sinfín de hombres. ¿Quién tiene más culpa de esta lacra? Creo que está claro.

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com