Como no se le escapa a nadie, no sólo en los evangelios intervienen los ángeles. El libro de los Hechos de los Apóstoles no es menos afecto a los alados personajes, y desde la primera de sus páginas rezuma ese aroma celestial que exhala siempre su presencia.
Dos ángeles, con forma humana, bien es verdad, se aparecen a los apóstoles para decirles:
“Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús vendrá así tal cómo le habéis visto subir al cielo” (Hch 1, 11).
Un ángel del señor libera a los Doce cuando el Sumo Sacerdote manda prender al colegio de apóstoles al completo:
“Entonces intervino el sumo sacerdote y todos los suyos, los de la secta de los saduceos; y llenos de envidia, echaron mano a los apóstoles y los metieron en prisión públicamente. Pero el ángel del Señor, por la noche, abrió las puertas de la cárcel, los sacó y les dijo: ‘Id, presentaos en el Templo y comunicad al pueblo todo lo referente a esta Vida’. Obedecieron, y al amanecer entraron en el Templo y se pusieron a enseñar”. (Hch. 5, 17-21).
Cuando van a juzgar a Esteban para lapidarlo, esto es lo que ven los que lo juzgan:
“Fijando en él la mirada todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel” (Hch. 6, 15).
Un ángel es quien ordena a Felipe marchar a Etiopía:
“Un ángel del Señor habló así a Felipe: ‘Levántate y marcha hacia el sur por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Es desierto’” (Hch. 8, 26).
Un ángel también es el que sugiere al centurión Cornelio ponerse en contacto con Pedro:
“Había en Cesarea un hombre, llamado Cornelio, centurión de la cohorte Itálica, piadoso y temeroso de Dios, como toda su familia, daba muchas limosnas al pueblo y continuamente oraba a Dios.
Vio claramente en visión, hacia la hora nona del día, que el ángel de Dios entraba en su casa y le decía: ‘Cornelio’. Él le miró fijamente y lleno de espanto dijo: ‘¿Qué pasa, señor?’. Le respondió: ‘Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la presencia de Dios’” (Hch. 10, 1-4).
Estando San Pedro encerrado en la cárcel de Herodes Agripa, esto es lo que ocurre:
“De pronto se presentó el ángel del Señor y la celda se llenó de luz. Le dio el ángel a Pedro en el costado, le despertó y le dijo: “Levántate aprisa” Y cayeron las cadenas de sus manos. Le dijo el ángel: «Cíñete y cálzate las sandalias.» Así lo hizo. Añadió: ‘Ponte el manto y sígueme’. Salió y se disponía a seguirle. No acababa de darse cuenta de que era real cuanto hacía el ángel, sino que se figuraba ver una visión. Habiendo atravesado la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad. Ésta se les abrió por sí misma. Salieron y recorrieron una calle. Y de pronto el ángel se apartó de él. Pedro volvió en sí y dijo: ‘Ahora me doy cuenta realmente de que el Señor ha enviado su ángel y me ha librado de las manos de Herodes y de todo lo que esperaba el pueblo de los judíos’”. (Hch. 12, 711).
Miren qué acontecimiento el que sucede más curioso cuando justo a continuación, Pedro busca refugio en casa de Marcos:
“Consciente de su situación, marchó a la casa de María, la madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde se hallaban muchos reunidos y en oración. Llamó él a la puerta del vestíbulo y salió a abrirle una sirvienta llamada Rosa; quien, al reconocer la voz de Pedro, de pura alegría no abrió la puerta, sino que entró corriendo a anunciar que Pedro estaba a la puerta. Ellos le dijeron: «Estás loca.» Pero ella continuaba afirmando que era verdad. Entonces ellos dijeron: ‘Será su ángel’”. (Hch. 12, 1215)
¿Una alusión canónica al ángel de la guarda?
Este es el final que el libro de los Hechos depara a Herodes Agripa, el mismo que encarceló y quería ejecutar a Pedro:
“Estaba Herodes fuertemente irritado con los de Tiro y Sidón. Éstos, de común acuerdo, se le presentaron y habiéndose ganado a Blasto, camarlengo del rey, solicitaban hacer las paces, pues su país se abastecía del territorio del rey. El día señalado, Herodes, vestido con el manto real y sentado en la tribuna, les arengaba. Entonces el pueblo se puso a aclamarle: ‘¡Es un dios el que habla, no un hombre!’ Pero inmediatamente le hirió el ángel del Señor, porque no había dado la gloria a Dios; y, convertido en pasto de gusanos, expiró”. (Hch. 12, 20-23)
Esto es lo que diferencia a saduceos y fariseos según Lucas:
“Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; mientras que los fariseos profesan todo eso, mientras que los fariseos profesan todo eso” (Hch. 23, 8)
Y hasta el prosaico Pablo, cuando es trasladado a Roma y el barco en el que lo hacen zozobra, informa de esto a los que le acompañan:
“Ahora os recomiendo que tengáis buen ánimo; ninguna de vuestras vidas se perderá; solamente la nave. Pues esta noche se me ha presentado un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien doy culto, y me ha dicho: ‘No temas, Pablo; tú tienes que comparecer ante el César; y mira, Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo’. Por tanto, amigos, ¡ánimo! Yo tengo fe en Dios de que sucederá tal como se me ha dicho. Iremos a dar en alguna isla” (Hch. 27, 22-26)
©L.A.
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