En las parroquias de hoy en día podemos ver que muchos abuelos y abuelas, son los que se toman el trabajo de llevar a sus nietos a misa y a las catequesis de comunión. Muchas veces los padres estamos tan ocupados con el día a día, que sin los abuelos sería imposible que nuestros hijos reciban una educación cristiana medianamente coherente.
Las personas mayores suelen ser las más constantes y devotas en su vida de fe. Incluso si de jóvenes se hubieran alejado, vuelven a la Iglesia cuando su vida les deja tiempo para pensar y plantearse lo que realmente quieren. Muchas veces me pregunto por qué no se les forma y apoya para que sean catalizadores eficaces dentro de sus familias.
La Iglesia tiende a centrarse en la pastoral juvenil por diversas razones. La primera de ellas porque los jóvens son el futuro. Cierto, son el futuro, pero ¿Qué pocos son? La familia está enferma y los abuelos deberían ser elementos la ayudaran a sanar. Familias más sanas darían más jóvenes comprometidos con la Iglesia y la sociedad. ¿Quéremos más jóvenes en nuestras comunidades? Pues potenciemos la labor de los abuelos.
Otra de las razones que se ofrece para centrar la fuerza pastoral en la juventud, es la búsqueda de vocaciones. Es evidente que las vocaciones parten, casi siempre, de la juventud. Si la Iglesia busca nuevos sacerdotes y religiosos, la juventud es el grupo más importante sobre el que tratar. Esta visión y entendimiento es correcta, pero tiende a dejar de lado la vocación al matrimonio, que será la que pueda dar hijos que renueven la Iglesia. Por centrarnos en buscar flores, dejamos de abonar las plantas, lo que hace que terminemos sin flores.
Cuando trato el tema del enfoque pastoral de la Iglesia, siempre llego a la misma conclusión: hace falta una pastoral familiar continua a lo largo de toda nuestra vida. Desde niños hasta ancianos, todos somos parte de la Iglesia y debemos ser parte activa y comprometida. No debería dejarnos tranquilos pensar que los adultos y mayores están perdidos o ganados de antemano, ya que esto nos lleva precisamente a perder a las personas que generan la familia y le dan coherencia. Otras veces he comentado la tristeza de los jóvenes cuando se les empieza a considerar adultos, ya que pasan de ser la joya de corona a ser ignorados completamente. Sólo se les pide que lleven a sus hijos a las catequesis y esto, muchas veces lo hacen los abuelos.
Dejar a nuestros abuelos en un rincón a la espera de su destino, es una pérdida que no nos podemos permitir. De igual forma que no nos podemos permitir la pérdida de los jóvenes que se “convierten” en adultos de la noche a la mañana. Todos somos importantes.
El Papa Francisco ya nos lo recordó en una de sus homilías en la Casa de Santa Marta « Todos estamos en la Iglesia, contribuimos para construirla y esto nos debe hacer reflexionar, porque si falta un ladrillo, hay algo que falta en esta casa». «Nadie es inútil en la Iglesia. Si alguien, por casualidad, dice: “vete a tu casa, eres inútil”, no es cierto. Todos somos necesarios para ser Templo del Señor. Nadie es secundario, todos somos iguales a los ojos de Dios»
Apliquemos esto a nuestros mayores y démosles el lugar que tienen y merecen. ¿Qué sería de nosotros sin ellos?