PROPUESTA DE LA IGLESIA PARA LA RENOVACIÓN SOCIAL

Como Iglesia, tenemos una respuesta; la vamos a proponer, conscientes de que posiblemente seamos incomprendidos y criticados por ello, tanto por la izquierda como por la derecha, lo mismo que por quienes ni son de izquierdas ni de derechas; incluso soy consciente de que no va a gustar mucho lo que voy a decir, ni a unos ni a otros, pero lo digo porque es verdad, guste o no guste. Pienso decir lo que pienso sin diplomacias.

Todos queremos una renovación de nuestra sociedad; la vemos muy mal en lo político y en lo eclesial, pero ¿en qué ha de consistir esta renovación? Y aquí es donde los cristianos y los no cristianos nos dividimos porque tenemos opiniones muy distintas sobre cómo concebir la realidad del mundo, y por tanto, cómo llevar a cabo su renovación.

Los que creemos en Jesús pensamos que la base de la renovación de nuestra sociedad estará en renovarnos personalmente cada uno de nosotros. Imaginemos que para renovar un pueblo lleno de delincuentes mandan allí otro buen número de delincuentes, salidos de la cárcel. ¿Se renovará con ellos el pueblo? Sin hombres nuevos no puede haber sociedad nueva. No le demos vueltas. Así ha sido, así es y así seguirá siendo. Y si esto es así, es necesario que se promulgue leyes justas, que se vigile y se exija su cumplimiento, castigando todo tipo de corrupción; pero paralelamente, el pueblo ha de ser educado en valores y con sentido de responsabilidad; sin eso, todo fracasará. Es la historia de siempre.

¿Qué tiene que decir la Iglesia en esto? A ver si nos podemos poner un poco de acuerdo. A la Iglesia se la podrá perseguir o alabar; no es lo fundamental. La concepción de la Iglesia sobre la problemática del mundo viene a ser la siguiente: El mundo está lleno de hombres viejos y está dominado por el maligno, por el demonio. Algunos quizá sonrían ante esta afirmación, pero a ver de qué manera explican que en todas partes y siempre se haya estado y se esté persiguiendo a la iglesia a muerte: martirios, falta de libertad, persecuciones, limitaciones de derechos, tratando de amordazarla… En otras palabras, no está bien vista a pesar del bien que ha hecho a través de la Historia. A ver qué asociación ha hecho tanto bien como la Iglesia a pesar de los fallos y deficiencias que ha tenido; pensemos en cultura, beneficencia, en número de misioneros, en defensa de valores humanos, en dedicación de vidas a los pobres… También, es triste decirlo, sucede esto en nuestra querida España. Sólo hay que fijarnos en actitudes de muchas derechas y escuchar algunas voces de la izquierda, para reafirmarnos en esta opinión. Hay quienes tienen el mismo odio que algunos de sus correligionarios tenían en el 34 y en el 36. Si pudiesen harían lo mismo que aquellos hicieron.

¡Qué darían las izquierdas por eliminar a la Iglesia de la vida pública o, mejor, que desapareciese! (aunque les advierto que no pierdan el tiempo intentándolo; no lo van a conseguir). Y las derechas, con un miedo enorme de ser acusados de seguir las normas morales de la Iglesia, y de estar a merced de los obispos porque se portan como cristianos.

Si nos preguntamos por las causas de esa tensión y de ese deseo de excluir a la Iglesia de toda vida social, la respuesta, a mi modo de ver, es porque hay dos concepciones distintas del hombre: el hombre viejo y el hombre nuevo. Ambos están siempre en tensión. Buscan no sólo cosas distintas sino contrarias.

¿Qué busca el mundo? Y al decir el mundo, no me refiero sólo a los no cristianos, sino también a los cristianos cuyas obras no están inspiradas por el evangelio sino por el estilo del mundo. A través de toda la historia hemos visto y seguimos viendo, tanto en cristianos como en no cristianos, tensiones y luchas por el poder, por el dinero, por lo que llamaba el otro día el Papa “las trepas”, es decir, por el deseo de ocupar puestos de poder. Y uno, ante tanto interés por ocupar altos cargos, ya sea en la Iglesia ya sea en política, se pregunta: ¿Para qué? ¿Para servir? ¿Para medrar? ¿Para enriquecerse? Dicen que para servir mejor, pero cuando llegan al poder ¿lo hacen? Es el espíritu y el aire del mundo que se mete en la vida social y eclesial. Influenciados por el espíritu del mundo, hay grupos que quieren quedar bien con la iglesia, pero sus obras no son limpias en criterios y actitudes.

El hecho de corrupción de altos cargos y las imputaciones de primeras figuras de los distintos partidos, ¿no están demostrando que no ha sido precisamente el ansia de servir, sino de servirse, lo que ha sido el motivo de que muchos hayan entrado en la política? De verdad que nos encontramos en un mundo donde la corrupción campea por todas partes, derechas, izquierdas, del norte, del sur, por arriba y por abajo. No quiero con ello decir que no haya políticos honrados, con buena voluntad, conscientes de sus deberes y obligaciones, que están trabajando limpiamente por el bien de toda la sociedad; los hay y no pocos, pero tantos casos de corrupción huelen a que en nuestra sociedad también hay algo podrido. Y como son muchos los que están viviendo en medio de la podredumbre, no les gusta tener cerca, no ya a personas de Iglesia, sino a quienes proclaman la fe y la moral de la misma.

La propuesta de la Iglesia es la siguiente: la renovación de la sociedad debe empezar por la renovación de cada uno. Somos conscientes de que si todos somos pecadores, una de dos, o nos convertimos, o no podemos construir una sociedad limpia y nueva. De ahí que quien quiera una sociedad renovada y quiera tomar parte en esta renovación, ha de empezar por renovarse a sí mismo. Valga un ejemplo: Si los miembros de cualquier asociación están enfermos, y no hacen lo que los médicos les dicen, ¿cómo pueden aspirar a que su asociación destaque por disfrutar de una buena salud?

Parece que esto no es aceptado por muchísima gente. Pero ¿no estamos viendo que, aunque todos estamos deseando una sociedad nueva, no lo vamos a poder conseguir mientras no empecemos a ir lográndolo cada uno en sí mismo? Desde luego, con la ayuda de Dios, sin la cual no podemos dar el paso a la vida nueva. De lo contrario, todo queda en buenos deseos y nada más. Cada cual a lo suyo.

José Gea