Nadie sabe qué es Centroáfrica, nadie sabe donde está Centroáfrica, nadie sabe qué está pasando en Centroáfrica, nadie sabe que Centroáfrica está viviendo una guerra civil de crueldad inusitada, una guerra civil por llamarlo de alguna manera, porque en realidad no es sino una invasión larvada…
Partiendo como partimos del total desconocimiento que sobre el país existe en la opinión pública, me voy a permitir brindar las coordenadas esenciales sobre el mismo. Centroáfrica es un país situado, como su propio nombre indica, en pleno centro del continente africano. Tiene una superficie de 620.000 kilómetros cuadrados, -es decir, más grande que España y Portugal juntos-, pero apenas cuatro millones y medio de habitantes, es decir, poco más de la mitad de los que vivimos en la provincia de Madrid, prácticamente los mismos que los que habitamos esta ciudad maravillosa que es la capital de España. Centroáfrica es uno de los países con la renta per capita más baja del mundo, y ello aún a pesar de que en su vasto subsuelo acumula por doquier los recursos más valiosos del planeta: petróleo, uranio, diamantes… y la esperanza de vida al nacer apenas alcanza los 48 años (compárese con los casi 80 que se alcanzan en España). El 12% de la población está infectada de sida, enfermedad de la que muchos mueren entre los 15 y los 35 años.
Centroáfrica -y eso que le lengua autóctona mayoritaria es el sango- es uno de los países del Africa llamada francófona, es decir que alguna vez formó parte del Imperio colonial francés, cosa que ocurrió concretamente hasta que en el año 1960 accede a la independencia. Una parte de la población centroafricana, (el 60%) profesa el cristianismo, mitad y mitad entre católicos y protestantes, mientras que un 15% practica el islam y el resto vive el animismo de sus antepasados. La iglesia católica es joven y dinámica, exuberante de cantos y de energía porque sus gentes son alegres y hacen gala de una enorme capacidad para desdramatizar los reveses insospechados con los que les obsequia la vida.
El gobierno es muy inestable. Desde hace 20 años se sucede una cascada de golpes de estado, amotinamientos, sangrías en el ejército y en la oposición o desmanes de la guardia pretoriana del Presidente de turno contra supuestos conspiradores. Casi nunca ha habido unas verdaderas elecciones democráticas, no amañadas. El único gobernante centroafricano del que occidente ha tenido noticia por sus excentricidades sin fin fue el temido Jean Bedel Bokassa, antiguo soldado del ejército colonial francés, que después de derrocar a su tío, cortaba la oreja a los ladrones, practicaba, al decir de la peores lenguas, la antropofagia sobre alguna parte del cuerpo de sus enemigos políticos y terminó su mandato en 1980 ordenando disparar sobre un grupo de estudiantes que se manifestaban por una cuestión de uniformes escolares. Un buen día, al borde de la paranoia, se hizo coronar emperador, ceremonia en la que quiso hacer participar a un primo suyo, arzobispo de Bangui, la capital, que se negó a colaborar en la pantomima. Derrocado y juzgado por sus desmanes, murió en el olvido y la pobreza, vistiendo una túnica blanca pues decía ser, en la última fase de su vida, enviado de Dios.
Después de Bokassa se han sucedido cinco diferentes presidentes y una treintena de primeros ministros. Elecciones, trucadas o no, son la conditio sine qua non para que la Unión Europea y otros organismos ayuden económicamente al país, un dinero que como tantos otros fondos procedentes de la algunas veces bienintencionada pero casi siempre ineficaz cooperación internacional, sirve para pagar salarios del inmenso número de funcionarios del país, nunca a los campesinos que constituyen su escasa mano de obra real.
De repente, en diciembre de 2012, se rompe la anodina y miserable rutina del país y acontece algo nuevo. Centroáfrica es invadido en pocos meses por una coalición de cinco grupos islamistas radicales, ante la indiferencia y el desinterés de los políticos y de los medios públicos del mundo. El núcleo rebelde originario, procedente del norte del país, lo constituye un grupo decepcionado del gobierno del presidente François Bozize por lo relativo a la explotación del petróleo descubierto en la zona. A dicho grupo se unen desde el Chad y el Sudán, dos países de mayoría y gobierno islámicos, miles de mercenarios según todo apunta armados por petrodólares del Golfo, que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, aspiran a colocar en el país cristiano un gobierno de corte islámico. A su paso por las distintas ciudades y poblados centroafricanos, a la banda armada se unen quince mil nuevos soldados, reclutados en buena parte entre jóvenes de la calle y prisioneros apenas liberados de las cárceles. Y esta horda de mercenarios, vividores, ladrones y asesinos, armados hasta los dientes, que se da en llamar “Seleka” (“alianza” en la lengua sango) arrasa barrios, ciudades, parroquias, hospitales, robando desde coches, ordenadores e instrumental médico, hasta mendrugos de pan, ropa, colchones, libros de cuentas, medicinas… Allí donde llegan, pisotean impunemente los derechos de las personas, asesinan sin piedad, queman chozas, y arrasan hasta lo que llamaríamos la “memoria histórica” del país, sus tribunales, catastros, archivos municipales. El pueblo centroafricano, excepto algunos componentes de la minoría musulmana, que ni siquiera todos, los detesta.
Y la pregunta es: ¿y quién arma a estos milicianos venidos de Dios sabe dónde? ¿Y por qué el mundo, sobre todo Francia, ojo, sobre todo Francia, la antigua potencia colonial que tan diligente se ha mostrado en otros escenarios tan cercano como Mali, mira para otro lado? ¿Qué oscuros intereses posibilitan lo que está ocurriendo en Centroáfrica, un país de inacabables recursos que nadie explota? ¿Por qué un gobierno islámico en un país cristiano?... ¿Por qué todavía nadie sabe donde está Centroáfrica a pesar de estar viviendo una catástrofe humanitaria de dimensiones gigantescas?
A mi me lo ha contado el Padre Benjamín, sacerdote diocesano centroafricano en España para aprender español y acometer unos estudios, aterrorizado por lo que ha visto hacer en su propia parroquia reducida a la nada. Y también el obispo de Bangassou a quien, de visita en España, podrán escuchar Vds. si lo desean el día 29 de este mes en la sede de Ayuda a la Iglesia Necesitada de Madrid. No teman Vds. no poder entenderle, porque el obispo de Bangassou es Mons. Aguirre, ¿a que el apellido les suena? Por supuesto, porque se trata de un cordobés de pura cepa, uno de esos españoles grandes para los que el mundo es pequeño, y que vive ni más ni menos que en Bangassou, la tercera ciudad en importancia de Centroáfrica, desde hace ya treinta y cuatro años. Así que ya lo saben: si quieren enterarse de lo que pasa en Centroáfrica, Mons. Aguirre en Ayuda a la Iglesia Necesitada, el día 29, este mismo mes. Será interesante se lo aseguro, por ahí nos vemos…
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