El gran conocedor del mundo ruso, Alain Besançon, ha publicado un nuevo libro titulado “Sainte Russie”. Con motivo de la aparición del mismo ha concedido una interesante entrevista a Bernard Marchadier para la revista Catholica.
Entre otras cuestiones, aborda Besançon las diferencias entre ortodoxos y latinos. Empezando por la asimetría entre la fascinación que causa lo ortodoxo entre los latinos y el desprecio de los ortodoxos hacia lo latino. Evidentemente pueden haber motivos reales para estas actitudes: la liturgia ortodoxa es espléndida, y la comparación con muchas de nuestras misas nos deja en mal lugar, y los católicos latinos no pretendemos estar limpios de toda falta; pero para mantener lo que llamamos asimetría es necesario ocultar algunas realidades. Como, indica Besançon, el hecho de que “la Iglesia del patriarcado de Moscú está completamente integrada en el Estado ruso, en particular en su policía. Apenas hay un jerarca de la Iglesia ortodoxa que no haya mantenido o mantenga vínculos con los servicios secretos”.
Pero señala Besançon otra diferencia, que me ha parecido menos conocida y por ello muy sugerente. Por un lado la Iglesia católica desde siempre, y más con santo Tomás y la escolástica, recupera la filosofía moral de la Antigüedad (el escritor francés destaca que en el actual Catecismo de la Iglesia Católica se cita a Cicerón a propósito de la ley natural) y la importancia de la práctica de la virtud para llevar una vida buena. En la ortodoxia oriental, por el contrario, esto es dejado de lado cuando no directamente despreciado, fomentándose en teoría una relación directa con Dios.
En Occidente el peligro puede ser el moralismo, el pelagianismo, pero en Oriente se produce un misticismo que escinde al hombre en dos: pecador y místico (uno no puede dejar de pensar en Rasputín). Explica Besançon: “el hombre se siente salvado, no importa quien sea. Si tiene el don de lágrimas, eso ya basta. La práctica de las virtudes no es indispensable. Poco importa la conducta ordinaria”. El sentimentalismo se erige así en juez y salvador de unas vidas desequilibradas.
Precisamente la Iglesia católica es, en su tradición de conjugar pretendidos contrarios, la salida a este peligro, poniendo en primer lugar la misericordia de Dios pero sin olvidar el papel de la moral, guiada siempre por aquello de santo Tomás de que la gracia presupone la naturaleza, no la anula. Eso sí, a lo mejor los católicos fallamos demasiado a menudo y desfiguramos el rostro de la Iglesia con actitudes pelagianas, liturgias tristes y tantas otras faltas. Y aquí, mirar a los ortodoxos nos puede ayudar a recuperar el camino recto, que no es otro que el de la Iglesia católica.