Esta mañana me ha pillado el toro y no me ha dado tiempo a traerme el tupper al trabajo. Conclusión: tocaba menú del día en algún bar cercano a la redacción. He caminado un par de manzanas para ver, entre los tropotocientos bares que hay por el centro de Madrid, alguna pizarra que me prometiese sugerencias apetecibles y accesibles. Y ahí estaba mi menú del día: De primero, cigalitas al ajillo; de segundo, solomillo ibérico con relleno de foi y manzana; pan, bebida y postre, todo por 10 euros. “Al abordaje –me he dicho–. No hagamos prisioneros”.
En estas cuitas culinarias me encontraba yo sumido cuando, de pronto, ha llegado a mi mesa una señora de unos sesentaitantos, a quien había visto en una mesa colindante. “Otra indignada con la cocinera, que me viene a preguntar mi parecer para llamar a la plataforma Yo no pago”, he pensado. Craso error.
Se llama Luisa y me ha dado las gracias por bendecir la mesa. Ella se ha animado a hacer lo mismo al verme, y me ha dejado leer una octavilla con una preciosa oración a la Divina Misericordia, que llevaba en el bolso. Hemos hablado un rato y me ha dicho que reza todos los días por los periodistas –cuando le he dicho que yo lo era ha abierto mucho los ojos y la boca, así que creo que se ha sorprendido–, y que me encomendará a mi, a mi mujer y a mi hijo en su oración. Ah, y que llevará en el bolso fotocopias de la octavilla, para que la próxima vez pueda dársela a quien lo necesite. Muy castiza ella, me ha dado la enhorabuena por ser católico y, mirando por la ventana hacia la calle, me ha dicho: “Tenemos que montar una buena paella ahí fuera”. Algo que, mentalmente, he traducido como "hacer de la calle un lugar con sabor". Con sabor a Cristo, se entiende.
Después de rezar a la Divina Misericordia me he sentido sin ánimo de montar el pollo en el bar, así que he pagado mis 10 euros y me he ido dejando un par de sonrisas a los camareros, como propina.
Es verdad que he salido del bar con mal sabor de paladar, por la comida, pero he llegado a mi trabajo con un muy buen sabor de boca por darme cuenta de cómo un pequeño gesto, un gesto cotidiano, te ayuda a evangelizar. Además, me han entrado ganas de hacer de mi entorno “una buena paella”…
José Antonio Méndez