La castidad es una virtud, es decir, un hábito bueno. Y como todo hábito, se adquiere mediante la repetición libre de ciertos actos. Por ejemplo, quien desea adquirir el hábito del estudio tendrá que sentarse todos los días a estudiar. Y poco a poco, con el paso del tiempo, el hábito irá surgiendo en esa persona.

Así como el hábito del estudio se construye a partir del acto de estudiar, el acto a partir del cual se construye el hábito de la castidad es el de ordenar las fuerzas del mundo de la sexualidad hacia el amor. Hablamos aquí de amor entendido como una decisión: la decisión de buscar el bien y lo mejor para otra persona. Pero, ¿en qué consiste este acto de ordenación? Para entenderlo, resulta importante hacer algunas precisiones.

1. La castidad no implica ejercer un control directo sobre la sexualidad

 La castidad no implica que uno vaya a ejercer un control directo sobre todas las fuerzas que constituyen el rico mundo de la sexualidad. En el mundo de la sexualidad, hay un gran componente involuntario, que uno no controla directamente, compuesto principalmente por la atracción física y por los sentimientos. En efecto, nadie elije que ciertas características físicas le resulten a uno atractivas, o que, de tanto pasar tiempo con alguien, empiecen a surgir sentimientos hacia esa persona.

 Los deseos vinculados a la atracción física o los sentimientos no son ámbitos sobre los que uno ejerza un control directo. De hecho, más que cosas que uno hace, son realidades que a uno “le suceden”. Bueno, la castidad no va a hacer que uno llegue a ejercer un control directo sobre ellos. Lo que hará la castidad es trabajar sobre todo en el nivel voluntario: en lo que uno elije hacer frente a ellos, de forma que no irrumpan de una manera tal que “tomen el control”.

2. La castidad no “debilita” la sexualidad

Los deseos provenientes del mundo de la sexualidad son los más fuertes que uno puede experimentar a nivel físico. Frente a ellos, lejos de constituir una actitud represiva, la castidad implica un acto de ordenación.

Por poner un ejemplo, si tenemos una manguera con la boquilla rota —lo que hace que arroje agua en muchas direcciones—, la castidad no es hacerle un nudo a la manguera. El nudo genera que la manguera se llene cada vez con más de agua, con el riesgo de que, llegado el momento, explote.

La castidad no es represión, sino ordenación: ordenar las fuerzas del mundo de la sexualidad hacia el amor. Es como una boquilla nueva que se le coloca a la manguera, para que arroje agua ahora en una sola dirección —el amor—, pero sin que el agua pierda su presión.

La castidad no va a hacer que los deseos que uno experimenta pierdan su fuerza, o que dejen de irrumpir en ocasiones con mucha intensidad. Lo que hace la castidad es canalizar estas fuerzas hacia el amor, generando los mecanismos internos para que estos deseos no me lleven hacia cualquier dirección.

3. El acto propio de la castidad es un acto interior

 Es muy importante aclarar que la acción de ordenar las fuerzas del mundo de la sexualidad hacia el amor es sobre todo una acción interior que se exterioriza de muy diversas formas. Se podría decir también que es como el “espíritu” con el cual se realiza una gran diversidad de acciones, en las cuales se busca que prime una actitud de amor, y no de uso. Así, la castidad implica:

 Claramente, esta lista no pretende agotar todas las acciones externas con las que se va construyendo el hábito de la castidad. Son tantas y tan numerosas como lo son las interacciones que tenemos a lo largo de nuestra vida.

Lo importante de esta lista es ver cómo la castidad no gira únicamente en torno a las relaciones sexuales, y mucho menos en torno a un “no hacer”. Por el contrario, para vivir la castidad, es más lo que hay que hacer que lo que hay que dejar de hacer. Y sobretodo, es importante tener en cuenta que la castidad no se agota únicamente en la acción externa, sino que, para construir el hábito de la castidad, resulta importante que en esa acción esté presente la intención de ordenar las fuerzas del mundo de la sexualidad hacia el amor.

4. Castidad: una actitud totalizante

 La castidad constituye una actitud totalizante. En efecto, uno no puede tratar de vivir la castidad en público mientras que en privado mantiene actitudes contrarias al amor. Es el caso, por ejemplo, de la persona que trata de vivir la castidad con sus amistades o con su pareja, pero que en privado ve pornografía.

 El ser humano es una unidad, y las actitudes de amor y de uso, siendo contrarias, dan origen a hábitos que se excluyen. Si uno trata de vivir la castidad en público, pero en privado realiza actos contrarios a ella, las acciones realizadas en privado terminan debilitando el hábito que uno trata de construir en su actuar público. Y puede darse incluso el caso de que lo que se haga en privado termine adquiriendo una mayor preponderancia, con lo cual primará finalmente la generación de hábitos contrarios al amor.

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