¿Quién puede negar el impacto positivo que han tenido las redes sociales? Nada como estar lejos de casa y poder seguir en comunicación con los seres queridos a través de textos, notas de voz, fotografías y videos. Sin lugar a dudas, se trata de un invento que acortó las distancias geográficas entre pueblos, ciudades, estados, países y continentes, además de haber conseguido despertar conciencias y servir como un medio de control en lo que al poder público se refiere.

Ahora bien -como todo instrumento- puede ser utilizado para bien o para mal, para construir o para destruir, para entrar en contacto con los demás o para encerrarse en uno mismo. Depende de la persona que lo use. Esta vez, nos detendremos a reflexionar un poco sobre aquellos que viven obsesionados con alcanzar una cifra récord en el número de sus “followers” (seguidores). La cuestión surge de un problema antropológico, de una lógica basada en las apariencias, en lo que los otros puedan decir o pensar. Quienes buscan ser vistos y aplaudidos a toda costa, llegan al extremo de agregar a personas que ni siquiera conocen, buscando que –al menos por reciprocidad- los empiecen a seguir. Una vez que aumenta su cifra de seguidores, retiran la notificación o, en su caso, dejan de seguirlas, habiendo ganado algo tan insignificante como ver una cantidad mayor de la que tenían en su perfil. Lo sorprendente es que no estamos hablando de una estrategia publicitaria, sino de personas comunes y corrientes que necesitan alimentar su ego. Sería importante que buscaran ayuda profesional, que se atrevieran a superar dicha tendencia y, desde ahí, fueran capaces de volver a comenzar.

Termino con una frase que me dijo un amigo citando una nota que ha estado circulando a través de Twitter: Tener muchos seguidores no define quién eres, Hitler tenía millones y Jesús sólo tenía 12”. Por lo tanto, está muy bien que haya quien nos siga, pero sin forzar las cosas. Más vale ser nosotros mismos, en lugar de convertirnos en títeres de la moda.

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