He oído decir de un hermano que, si yendo a ver a otro encuentra su celda dejada y en desorden, se dice para sí mismo: «¡Cuán dichoso es este hermano de estar completamente desasido de las cosas terrestres y de llevar su espíritu siempre en lo alto, que no tiene ni tan sólo el placer de arreglar su celda!» Si a continuación va a la celda de otro hermano y la encuentra arreglada, limpia y en orden, se dice: «¡La celda de este hermano está tan limpia como su alma. El estado de su celda corresponde al estado de su alma!» Jamás dice de ninguno: «Éste es desordenado» o bien: «Éste es frívolo». Gracias a su excelente estado saca siempre provecho de todo. Que Dios, en su gran bondad, nos dé, a nosotros también, un buen estado interior para que podamos aprovecharnos de todo y jamás pensemos mal del prójimo. Si nuestra malicia nos inspira malos juicios o sospechas, la transformémoslas rápidamente en buenos pensamientos. Puesto que no ver el mal del prójimo, con la ayuda de Dios, engendra bondad. (Doroteo de Gaza, fragmento de la Carta Nº 1)
Doroteo de Gaza fue un monje que vivió en la zona de Gaza allá por el año 540. Se conoce poco de su vida y obras, porque su monasterio fue arrasado por la invasión musulmana del siglo VII. Nos separan 14 siglos, pero lo que nos cuenta es totalmente aplicable hoy en día.
Cambiemos la celda por cualquier espacio vital, costumbre o actividad de las personas con que nos encontramos diariamente y seremos conscientes de la cantidad de veces que criticamos a los demás. ¿Por qué nos cuesta entender de forma positiva lo que nos dice o hace otra persona?
La realidad es que tendemos a volcar sobre los demás, el sentimiento que llevamos dentro de nosotros. Si un día nos sentimos amargados, contagiaremos esa amargura a los demás sin darnos cuenta. Una pequeña cantidad de amargura es capaz de amarguear todo un bote de dulce miel. En la Iglesia y nuestras comunidades sucede precisamente esto. Una persona puede amargar la vida a decenas y hacerlo sin grandes esfuerzos. Una simple palabra fuera de lugar, permite que la amargura se disperse por la comunidad.
¿Nos sentimos amargados, melancólicos o tristes? A veces no hay una razón directa para estos estados de ánimo. Un día nos levantamos con el pié cambiado y vamos arrastrando nuestro mal humor por donde andamos. Las causas pueden ser de lo más variado, incluso el tiempo atmosférico nos predispone a sentirnos más o menos alegre. Por ejemplo, en estos momentos, en el sur de España llevamos dos semanas de un fuerte viento llamado Levante. Es un viento cálido y seco que suele transportar polvo y suciedad diversa. Según este viento permanece un día tras otro, se nota como las nuestro estado de ánimo decae y llegamos hasta sentirnos angustiados. No es raro que aparezcan malos modos y el pesimismo vaya en aumento. Si viviemos con esta sensación interna, es muy fácil que las relaciones personales se hagan más difíciles y propaguemos esa amargura indeterminada que portamos dentro.
Es complicado sustraerse de ese sentimiento de amargura que llevamos dentro, pero la mejor medicina es la que San Doroteo nos indica: ser positivos y ver lo positivo que tienen las personas con las que nos cruzamos. Si podemos, debemos comunicarles que vemos ese aspecto positivo, ya que con esta actitud estaremos reduciendo nuestra amargura y la de quien tenemos delante.
¿Nos cuesta abrir la boca para decir algo positivo? ¿Algo nos cierra la garganta? ¿Sentimos que decir algo positivo está fuera de lugar?. Simplemente oremos al Señor solicitando la fuerza necesaria para romper las cadenas que nos atan a la amargura y la tristeza. En la oración encontraremos el camino que nos transforma y nos hace ser mejores día a día. ¡Incluso en verano!