Dios es espíritu puro, al igual que los ángeles que son también espíritus carentes de cuerpo. Por ello su relación con el Señor, es distinta de la nuestra porque el amor de ellos es de espíritu a espíritu, ya se trate del amor de ellos a Dios o del amor que entre ellos se tienen, o el amor que a nosotros nos tienen, naturalmente a nuestras almas no a nuestros cuerpos. En cambio nosotros al tener cuerpo y alma, nuestro amor si va dirigido al Señor, a la Virgen nuestra Madre celestial, a los santos y a nuestros ángeles será siempre un amor sobrenatural, porque lo dirigimos a seres de naturaleza superior a la nuestra, pero a ellos podemos amarlos con nuestra alma, que es la forma más común, pero también con nuestros cuerpos. Cuando nos arrodillamos, movemos nuestras manos o ejercitamos la que se denomina oración corporal, estamos utilizando nuestra parte material para amar al Señor.
Si por el contrario nuestro amor va dirigido exclusivamente a nuestros propios hermanos, aquí en este mundo, será siempre un amor natural o humano. Esta clase de amor tiene una enorme importancia que ya nos remarcó más de una vez Nuestro Señor, por ejemplo cuando nos dijo: "36 Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? 37 Él le dijo: Amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente 38 Este es el más grande y el primer mandamiento. 39 El segundo, semejante a este, es: Amaras al prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos preceptos penden toda la Ley y los Profetas”. (Mt 22,39).
¿Y que es amar? Son varias las características de autentifican un amor sobrenatural. Estas son varias a saber: El amor es fuerte, el amor es eterno, el amor es entrega, el amor es sacrificio gozoso, el amor es fuego que abrasa, el amor imita, asemeja y unifica, el amor transforma, el amor crea deseos de conocer y a su vez el conocimiento crea amor, el amor carece de límites, el amor genera admiración gozosa del ser amado, el amor solo se puede dar en la libertad, el amor es compartir, el amor necesita ser correspondido, el amor requiere intimidad, el amor desea el contacto físico, el amor destierra el temor, el amor es expansivo, el amor es creativo, el amor es goce, el amor es pureza. Hay que examinar despacio todas estas características y si en nuestro amor al Señor ellas, rigurosamente se dan, podemos pensar que vamos por buen camino y que nuestro amor a Dios es auténtico. En la medida que estas características se den con más intensidad más acusada, más intenso será nuestro amor a Dios, lo cual es verdaderamente importante, porque si no atenemos al principio de mutua reciprocidad que ha de mediar siempre en el amor, ello quiere decir, que más nos amará Dios a nosotros.
Pero tratándose de nuestro amor, como quiera que todos, somos cuerpo y alma, no basta con que amemos solamente con la intensidad de nuestro espíritu, es decir con la intensidad de nuestra alma, sino que estamos obligados, a amar con la plenitud de todo nuestro ser, incluida la parte corporal material. Pero resulta que a Dios no podemos expresarle nuestro amor, dándole de comer, vistiéndole y atendiéndole corporalmente, y es por ello la importancia que tiene el amor fraterno, que es el segundo mandamiento integrado, como antes hemos visto en el primero: “39* El segundo, semejante a este, es: Amaras al prójimo como a ti mismo”. (Mt 22,39). Nosotros estamos obligados en ver a cada persona, un mismo Cristo y tratarle como si de Cristo mismo se tratase. El Señor nos dice: “34 Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente. 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos a otros”. (Jn 13,34-35).
San Juan evangelista y San Pablo en sus respectivas epístolas, nos ponen de manifiesto la importancia del Amor fraterno, como medio seguro de amar directamente al Señor, así San Juan nos dice: “Carísimos amémonos los unos a los otros, porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor”. (1Jn 4,7-8). Y más adelante en este mismo capítulo de esta epístola nos dice San Juan: “16 Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él”. (1Jn 4,16).Y en este mismo capítulo cuatro de la misma epístola, versículos más adelante, escribe San Juan: “20 Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. 21 Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano”. (1Jn 4,20-21). También San Pablo nos dice: “8* Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. (Rm 13,8).
Si decimos que amamos a Dios, mentimos si no amamos al prójimo y bajo este concepto, no solo se ha de incluir a nuestros amigos sino también a nuestros enemigos y todo el que nos haga algún mal. Y en este amor al prójimo si le amamos con intensidad, con esa misma intensidad estaremos amando al Señor. No consiste todo en ir diariamente a misa y comulgar con devoción, no consiste en dar limosna a Cáritas y organizar tómbolas y mercadillos caritativos, porque no se puede dar humillando al necesitado, sino tratando de ser nosotros los que nos humillemos, porque nosotros no le hacemos ningún favor al que le ayudamos, al necesitado, ni repartiendo limosna, porque son ellos los que nos hacen un gran favor a nosotros, permitiéndonos que ayudemos directamente a Cristo, por medio de ellos los pobres, porque todos ellos son y deben de ser para nosotros Cristo mismo que llama a nuestra puerta.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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