Mediodía. Campus universitario. Estudiantes. Edificios de las facultades. Conversaciones. Paseos. Coches. Motos. Bicis… Todo eso que da alegría desbordante a un joven que comienza una nueva vida al estudiar en la universidad. Hay un detalle que pasa desapercibido. Son las doce. La hora del Trono de la Sabiduría. Eso no todos lo saben ni lo viven. Unos pocos sí. La mayoría no se da cuenta que la Reina del Cielo, feliz por la Resurrección de su Hijo, mira, ama y cuida de todos ellos. Aunque no la conozcan. O la rechacen y hagan lo mismo con su Hijo. Le da igual. Bueno no le da lo mismo, sufre por ellos, los quiere atraer hacia Ella pero no se dejan. Es Madre. Es Reina. Es Puerta del cielo. Quiere que todos sus hijos se salven, que se unan a su Hijo en este mundo y un día, participen de la gloria eterna.

Meterse entre ellos, seguir sus pasos, acompañarlos sin que se den cuenta, rezar por ellos, presentarlos a la Madre de Dios y Madre Nuestra, al Sagrado Corazón que busca almas sedientas de su amor, al que escondido y callado trabaja en su taller, a esos santos que interceden por ellos,… es lo que hace un carmelita descalzo.

Además no es una mañana cualquiera, es el día en que la Iglesia española mira y honra con gran gozo y veneración al santo Maestro, a un sacerdote ejemplar que ha dado luz a toda la Iglesia, a un poderoso defensor de la fe católica en España,… a San Juan de Ávila. El que acusado injustamente de hereje es condenado a la cárcel. Ahí se encuentra con Dios y escribe unas páginas sublimes de la mística cristiana de todos los tiempos. No se puede superar. Por eso es llamado por todos el Maestro Ávila. Es 10 de mayo de 2024. Nunca hubiera pensado ese fraile pasear y orar por los universitarios en este día. Lo normal era estar en la misa de la fiesta unido a los sacerdotes para dar gracias a Dios por este gran santo que tanto ayudó a su madre Santa Teresa de Jesús. Las dos cartas que se conservan dirigidas a ella son oro molido, son, como algunos proclaman con fuerza en la palabra, “la llave de la mística”. Pero Dios es así, su providencia sorprende cada día y a cada paso. Por eso en vez de estar en misa, pasea entre jóvenes veinteañeros.

Los observa, se da cuenta que muchos están muy lejos de ese amor de Dios que tan bien describe San Juan de Ávila en sus escritos. Algunos llevan cadenas con cruces o medallas sobre sus pechos. Muy pocos. Pero los hay. Esos sí que saben lo que es el amor de Dios y por eso llevan su presencia en medio de sus amigos. Son pequeños faros en medio de un mundo donde la mayoría apenas sabe rezar el padrenuestro o el avemaría. Triste y real, así es, y así lo ve un carmelita descalzo sentado en un banco a la sombra mientras termina de rezar el rosario por estos jóvenes. Sueña con que tuvieran un encuentro directo con ese Dios que desde niño le va marcando el camino para hoy poder celebrar la eucaristía y llevar almas hacia Él. Pasan cerca, hablan de sus cosas, se sientan en el banco de al lado, cogen la bici al salir de clase, van en cuadrilla, en parejas o solos, caminan, tienen un rumbo, lo saben, pero sólo a nivel físico, van a clase o  siguen la jornada en otro lugar. Pero lo que necesitan saber es por dónde tienen que caminar en la vida, abrirse a Dios y encontrar un camino que les dé la paz y les haga felices de verdad. Es lo que pasa por la mente y el corazón de un hijo de Santa Teresa mientras ve jóvenes en camino.

Termina el rosario. No tiene ganas de levantarse y dejarlos solos. Sigue a la sombra. En oración. Intercediendo por ellos. Pidiendo que el Espíritu entre en esos corazones tan secos de amor divino… Le cuesta verlos así porque sabe que les falta esa alegría que sí tienen los que se han encontrado con el Amor hecho carne. El recuerdo de San Juan de Ávila toma fuerza. Ese santo que funda colegios para formar a los futuros sacerdotes adelantándose a los decretos del Concilio de Trento cobra vida. Pide por estos universitarios al Maestro. Los deja en sus manos. Y en las de María y las del que los ama con locura hasta subir a la cruz y morir por ellos para que miren a lo alto, se encuentren con Él, cambien de vida, pongan su centro en el Resucitado y den luz en medio de las tinieblas entre las que viven.

Es hora de marchar pero no de dejar de orar por ellos. ¿Por qué no pedir también que de entre tantos cientos de jóvenes que llenan este campus y los miles y miles que en una mañana como ésta se preparan para el fin de curso en diversas universidades, la semilla de la vocación sacerdotal y religiosa germine para que San Juan de Ávila, la Madre de Dios, su esposo San José y el Hijo de los dos desde el cielo y el carmelita descalzo en este mundo, que reza en silencio por el campus, se alegren y tengan la dicha de ver y dar infinitas gracias al Padre al ver cómo muchos jóvenes dicen sí a Dios y dejan sus carreras o las terminan y entonces deciden entrar a un seminario o noviciado?

Así se va el fraile después de presentar todo esto en el rosario, en un día cualquiera para ellos, pero no para él ni para los sacerdotes que celebran a su patrón. Todo queda en manos de la divina providencia. La oración continúa, los jóvenes miran, el cielo se abre mientras de fondo resuena en el corazón del carmelita descalzo una frase que resume la mañana: San Juan de Ávila, no los dejes solos, ilumina, conforta y pon pastores en su camino.