Acostumbrados como estamos a un mundo de apariencias, de trágalas y tramposos, de corruptos y de vanidosos, corremos el riesgo del escepticismo.

 La nuestra es, efectivamente, una sociedad escéptica, como lo sería un toro muchas veces toreado que ya sabe que detrás del trapo rojo hay trampa. Huid del escepticismo, habría que decir a los hombres y mujeres de nuestra generación, porque en realidad quien os ha engañado no ha sido la verdad, sino la apariencia de verdad con que se han revestido los amigos de la mentira. La realidad existe, hay que gritar. Y, además, es posible encontrarla, conocerla, disfrutarla. La realidad tiene la tozudez de aparecer más pronto o más tarde, por mucho que muchos se empeñen en negar su existencia. Y esto, que pasa tanto en política como en economía, sucede también en las cosas del espíritu. Estamos tan escamados, defraudados y escaldados que, como los gatos, huimos hasta del agua fría. Pero no todo es apariencia, ni mentira, ni ficción. Repito: la realidad existe.

Por eso, cuando la Iglesia dice que una curación es un milagro, no está sucumbiendo a un deseo piadoso, más o menos destinado a engañar a ingenuos, sino que está ateniéndose, simplemente, a la realidad. Y quien dice que esa curación es realmente un milagro no es, en primer lugar, el Papa o el cardenal o el teólogo, sino el médico. Es verdad que éste -en realidad una comisión científica formada por un equipo multidisciplinar de médicos- no afirma que una curación concreta sea milagrosa, pues no es su papel decir eso; pero sí dice que, a la luz de la ciencia, no tiene explicación lógica ninguna. Es después el teólogo, el cardenal y, por fin el Papa, el que sentencia: hay milagro. Pero la primera y decisiva palabra, la ha tenido la ciencia. La realidad es que los milagros existen. El que va a llevar a Juan Pablo II a los altares como santo -ya está allí como beato- lo es. Y no, repito, porque a la Iglesia le interese canonizarle para que aumente la devoción del pueblo, sino porque las cosas son como son y lo mismo que a veces son para mal y no nos convienen, pero hay que aceptarlas, en otras ocasiones son para bien y hay que gozar y disfrutar con ellas. Por intercesión de Juan Pablo II se hacen milagros. Esto lo dicen los médicos. Existen.

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