Un artículo del Padre Dwight Longenecker me ha llamado poderosamente la atención. Su planteamiento no es para menos: ¿Cómo hubiera sido la conversación si Frederich Nietzsche se hubiera encontrado con Santa Teresa de Lisieux?. El subtítulo es también sugerente, echando mano de una cita de Chesterton: “cada época es salvada por un santo que es lo más contrario al espíritu de la época”. Reproduzco a continuación la traducción del artículo:
"Este contraste, esta habilidad de la Divina Providencia para darnos un santo así, queda ejemplificado en la comparación entre Frederich Nietzsche y Teresa de Lisieux, dos personas contemporáneas. Nietzsche nació en 1844 y murió en 1900. Teresa nació en 1873 y murió sólo tres años antes que Nietzsche en 1897.
Nietzsche representa el punto terminal de una ilustración filosófica sin Dios. Su pensamiento es el fin de un trayecto y su propio y triste hundimiento en la locura y en una muerte solitaria y desolada resume de alguna manera y simboliza su vida y pensamientos. Nietzsche es famoso por haber dicho que Dios ha muerto, pero su pensamiento es más profundo y perturbador que esa pequeña cita. Su rechazo del cristianismo estaba ligado a su idea del superhombre. Veía el cristianismo como una religión que exalta la debilidad y pensaba que la piedad hacia los débiles solamente provocaba más debilidad. La gris moralidad cristiana, desde su punto de vista, era la enemiga de la verdadera vitalidad del hombre. El superhombre comprendería que no hay verdad objetiva ni moralidad objetiva, que Dios y la bondad eran productos del mismo hombre. De este modo se elevaría por encima de la mediocridad y descubriría sus propios valores, y esos valores descubiertos emergerían de su propia y esencial voluntad de poder. Todo el mundo viene algún sitio, y Nietzsche era el hijo de un pastor luterano y profesor de una pequeña ciudad alemana. Asistió a una escuela convencional cristiana y fue un producto de ese protestantismo alemán de pequeña ciudad, que en su vida y obras se esforzó por rechazar. ¿Qué tipo de Dios pensaba pues Nietzsche que había matado? Era el dios que había aprendido en su protestantismo pequeñoburgués, un dios que esperaba una aburrida conformidad tanto en creencias como en comportamientos, un dios al que no le gustaban los niños listos que hacen demasiadas preguntas. Si éste era el dios que el joven Nietzsche conoció en su infancia, entonces no es sólo que Dios hubiera muerto. Es que nunca había estado vivo.
Teresa, por su parte, no es hija del protestantismo de pequeña ciudad, sino hija del catolicismo francés también de pequeña ciudad. Su vida y su filosofía son casi el exacto opuesto de Nietzsche. Ella nunca rechazó la religión que recibió siendo niña y no obstante también cuestionó esas expectativas de aburrida conformidad y las desafió no rechazando su religión, sino viviéndola de un modo radical que transformó la religiosidad de los católicos de arriba abajo.
Si Frederich Nietzsche se hubiera encontrado con Teresa Martin, ¿cómo hubiera ido la conversación? Nietzsche le habría explicado la muerte de Dios y el inexorable auge del nihilismo. Teresa habría contestado que el buen Dios no estaba muerto, sino sólo las ideas falsas que los hombres nos hacemos de Dios. Cuando él explicase cómo la moral era descubierta por cada persona, Teresa habría replicado que, en efecto, cada persona tiene que descubrir esa moral, pero descubrir la realidad de la moral recibida de un modo radicalmente personal. Cuando Nietzsche explicase cómo las grandes personas tenían que desistir de sus intentos de encajar en una sociedad mediocre y, por el contrario, tenían que abandonar su apego por todas las cosas materiales, Teresa habría estado de acuerdo y habría señalado que era eso precisamente lo que deseaba hacer al meterse carmelita. Cuando Nietzsche explicase que ese proceso de negación y descubrimiento de los valores verdaderos era el proceso por el que el superhombre llegaba a realizarse, Teresa habría estado de acuerdo, pero habría llamado a ese superhombre por otro nombre: un santo. Cuando Teresa grita: “¡Santidad, hay que conquistarla a punta de espada!” o “quiero ser santa, pero no a medias, sino completamente”, está dando al mundo su propia versión del superhombre. El uso por parte de Nietzsche de la poesía y la paradoja no le habría pasado desapercibido a Teresa, y es aquí donde triunfa sobre Nietzsche: diría que la manera de llegar a ser ese superhombre es precisamente siendo lo que Nietzsche despreciaba: una niña pequeña. La manera de convertirse en un gran hombre es convertirse en un niño confiado en su amoroso Padre, un esclavo de otros y un esclavo del Amor, alguien que sigue el “caminito” que es el gran camino.
Ésta es una de las grandes bromas de Dios: que el mundo propone un Nietzsche, un filósofo orgulloso, un ateo de gesto trágico y teatral, y Dios responde con una chiquilla a la que le gusta sentarse en las rodillas de su papá y ver sus iniciales en las estrellas. Hay que fijarse en cómo acaba todo esto: Nietzsche se hunde en la locura y muere pobre en la casa de la mandona de su hermana. Su herencia es un legado de nihilismo y desesperación, y su mayor ignominia es que su pensamiento inspiró a los nazis que llevaron a Europa a la guerra y asesinaron a millones de personas. Teresa, por su parte, también muere de un modo oscuro y trágico, enferma de tuberculosis y falleciendo después de una larga agonía. Pero al cabo de pocos meses de su muerte su librito se reimprime por decenas de miles, es saludada como la mayor santa moderna por el Papa Pío IX y, en un acto final en el que se reconoce la ironía de Dios, cien años después de su muerte, este jovencita que murió con sólo 24 años es nombrada doctora de la Iglesia por el Papa Juan Pablo II. Su popularidad no cesa de crecer y allá donde llegan sus reliquias en peregrinación, multitudes increíbles se agolpan para venerar la memoria de esa chiquilla que responde al monstruoso espíritu de nuestra época.
Ambos personajes se alzan, espalda contra espalda, como un genio y un loco. Ambos hablan de los mismos misterios, pero uno desde la perspectiva de locura, mientras que la otra lo hace desde la perspectiva de una sensatez realista y sólida como una roca. En el núcleo de todo, Nietzsche sabe que sin Dios no hay nada. Teresa, por su parte, ve que con Dios hay todo. Nietzsche dice, “no tendré nada”. Teresa dice, “lo tendré todo”. El combate entre Nietzsche y Teresa es el gran combate de nuestro tiempo, y de toda época. ¿Vivirás sin Dios, enfrentándote a las tinieblas del nihilismo con nada más que tu voluntad de poder? ¿Seguirás el camino que lleva a la oscuridad, la desesperación, la soledad y la muerte o tomarás el caminito que lleva a través de lo ordinario a la humildad, el camino descendente que te eleva, el camino de negación que lleva a la vida y el camino a través de las tinieblas hacia la luz?
Posdata: de hecho, Teresa y Nietzsche permanecieron en el mismo hotel en París al mismo tiempo, así que ¡quizás se encontraron! Fue en el hotel donde su familia permaneció durante la visita a la capital de Francia y que es probablemente el lugar en el que Teresa vio por primera vez un ascensor, que usaría más tarde como imagen de la confianza en Dios".