En el Padre Pío de Pietrelcina, como en los grandes místicos, hay vivencias religiosas que asustan y que son inalcanzables para el “cristiano de a pie”. En cambio, son plenamente imitables las que componen su “Vida Devota”.
2. La devoción a Jesús Niño del Padre Pío de Pietrelcina.
El Padre Pío, desde la más tierna edad, y con un atractivo muy especial, se sintió fascinado por el misterio de Navidad.
Desde algunos días antes de esta fecha, en Piana Romana, mientras sus padres trabajaban en el campo, modelaba con barro las pequeñas imágenes del nacimiento; las colocaba en una pequeña gruta excavada en la pared más grande de la casa, y, con genial creatividad, preparaba las lucecitas, llenando con unas pocas gotas de aceite y un poco de estopa las conchas vacías de los caracoles, que elegía con atención entre las más bellas y que limpiaba por dentro, o, mejor, que hacía limpiar a su amigo Luis Orlando, ya que «no tenía el coraje de llevar a cabo esta operación».
Después, colocaba alrededor de la gruta grandes trozos de musgo que sacaba del tronco de los árboles con un cortaplumas. Y permanecía horas y horas delante del nacimiento, cantando nanas y rezando el Ave María.
De mayor, contaba los días que faltaban para Navidad. Enviaba a todos sus augurios de paz, de serenidad, de alegría.
«El celeste Niño te conceda experimentar en tu corazón todas las santas emociones que me hizo gozar a mí en la bienaventurada noche, cuando fue colocado en el pobre portal» (Ep I, 981).
«Un rayo del gran misterio de amor os invada a todos y os transforme en él» (Ep IV, 275).
«El divino Infante renazca en su corazón, lo transforme con su santo amor y le haga digno de la gloria de los bienaventurados» (Ep IV, 214).
«El celeste Niño esté siempre en su corazón, lo gobierne, lo ilumine, lo vivifique, lo transforme en su eterna caridad» (Ep IV, 508).
En Navidad, el rostro del Padre Pío se iluminaba. Sus labios dibujaban sonrisas de alegría. Su corazón no lograba contener la ternura, el amor por Jesús Niño. Se detenía horas y horas delante del nacimiento a meditar las enseñanzas que brotan de la gruta de Belén. Cada gesto manifestaba la apremiante, íntima y sentida devoción del Padre Pío hacia el Verbo de Dios hecho carne, que «renunció incluso a un modesto alojamiento entre los parientes y conocidos en la ciudad de Judá y, al ser rechazado por los hombres, pidió refugio y auxilio a viles animales, eligiendo su establo como lugar de nacimiento y su aliento para calentar su tierno cuerpecito» (Ep IV, 971).
En los días que precedían a Navidad, el Padre Pío escribía a sus hijas espirituales mensajes como éstos:
- «Al comenzar la santa novena en honor del santo Niño Jesús, mi espíritu se ha sentido como renacer a una vida nueva; el corazón se siente demasiado pequeño para contener los bienes del cielo; el alma se siente deshacerse completamente ante la presencia de nuestro Dios, que se ha hecho carne por nosotros.
¿Cómo resignarse a no amarlo cada día con nuevo entusiasmo?
Oh, acerquémonos al Niño Jesús con corazón limpio de culpa, que, de este modo, saborearemos lo dulce y suave que es amarlo» (Ep II, 273).
- «Estate muy cerca de la cuna de este gracioso Niño... Si amas las riquezas, aquí encontrarás el oro que los reyes magos le dejaron; si amas el humo de los honores, aquí encontrarás el del incienso; y si amas la delicadeza de los sentidos, sentirás el olor de la mirra, que perfuma por entero la santa gruta.
Sé rica de amor hacia este celeste Niño, respetuosa en la actitud que tomes ante él en la oración, y plenamente dichosa al sentir en ti las santas inspiraciones y los afectos de ser singularmente suya» (Ep III, 346s).
Desde algunos días antes de esta fecha, en Piana Romana, mientras sus padres trabajaban en el campo, modelaba con barro las pequeñas imágenes del nacimiento; las colocaba en una pequeña gruta excavada en la pared más grande de la casa, y, con genial creatividad, preparaba las lucecitas, llenando con unas pocas gotas de aceite y un poco de estopa las conchas vacías de los caracoles, que elegía con atención entre las más bellas y que limpiaba por dentro, o, mejor, que hacía limpiar a su amigo Luis Orlando, ya que «no tenía el coraje de llevar a cabo esta operación».
Después, colocaba alrededor de la gruta grandes trozos de musgo que sacaba del tronco de los árboles con un cortaplumas. Y permanecía horas y horas delante del nacimiento, cantando nanas y rezando el Ave María.
De mayor, contaba los días que faltaban para Navidad. Enviaba a todos sus augurios de paz, de serenidad, de alegría.
«El celeste Niño te conceda experimentar en tu corazón todas las santas emociones que me hizo gozar a mí en la bienaventurada noche, cuando fue colocado en el pobre portal» (Ep I, 981).
«Un rayo del gran misterio de amor os invada a todos y os transforme en él» (Ep IV, 275).
«El divino Infante renazca en su corazón, lo transforme con su santo amor y le haga digno de la gloria de los bienaventurados» (Ep IV, 214).
«El celeste Niño esté siempre en su corazón, lo gobierne, lo ilumine, lo vivifique, lo transforme en su eterna caridad» (Ep IV, 508).
En Navidad, el rostro del Padre Pío se iluminaba. Sus labios dibujaban sonrisas de alegría. Su corazón no lograba contener la ternura, el amor por Jesús Niño. Se detenía horas y horas delante del nacimiento a meditar las enseñanzas que brotan de la gruta de Belén. Cada gesto manifestaba la apremiante, íntima y sentida devoción del Padre Pío hacia el Verbo de Dios hecho carne, que «renunció incluso a un modesto alojamiento entre los parientes y conocidos en la ciudad de Judá y, al ser rechazado por los hombres, pidió refugio y auxilio a viles animales, eligiendo su establo como lugar de nacimiento y su aliento para calentar su tierno cuerpecito» (Ep IV, 971).
En los días que precedían a Navidad, el Padre Pío escribía a sus hijas espirituales mensajes como éstos:
- «Al comenzar la santa novena en honor del santo Niño Jesús, mi espíritu se ha sentido como renacer a una vida nueva; el corazón se siente demasiado pequeño para contener los bienes del cielo; el alma se siente deshacerse completamente ante la presencia de nuestro Dios, que se ha hecho carne por nosotros.
¿Cómo resignarse a no amarlo cada día con nuevo entusiasmo?
Oh, acerquémonos al Niño Jesús con corazón limpio de culpa, que, de este modo, saborearemos lo dulce y suave que es amarlo» (Ep II, 273).
- «Estate muy cerca de la cuna de este gracioso Niño... Si amas las riquezas, aquí encontrarás el oro que los reyes magos le dejaron; si amas el humo de los honores, aquí encontrarás el del incienso; y si amas la delicadeza de los sentidos, sentirás el olor de la mirra, que perfuma por entero la santa gruta.
Sé rica de amor hacia este celeste Niño, respetuosa en la actitud que tomes ante él en la oración, y plenamente dichosa al sentir en ti las santas inspiraciones y los afectos de ser singularmente suya» (Ep III, 346s).
(Autor: Padre Gerardo Di Flumeri; traducción del italiano: Hno. Elías Cabodevilla)