Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
Nací y crecí en un Jaén orgulloso de contar con una plaza comúnmente conocida como Las Palmeras, en cuyo centro había una Glorieta donde descansaba la estatua del doctor Bernabé Soriano, custodiado por un circulo de palmeras a cada cual más esbelta y bella. Entre aquella visión provinciana de una ciudad pequeña y chata, acudía a las matinés del teatro Cervantes, que ponía películas del oeste americano, y al salir o al entrar me topaba de cara con la enorme fila de seminaristas, vestidos con sotana, fajín rojo, esclavina y tocados con el bonete.
Ahora, descubro, gracias a un reportaje firmado por la compañera, Laura Velasco, que antes de primavera no quedarán más allá del treinta por ciento de la población de palmeras existentes en toda la ciudad de Jaén, ya que un bicho invasor llamado escarabajo picudo rojo se ha propuesto tragarse la riqueza palmera de esta tierra. Los biólogos apuntan a un tratamiento de choque rápido o el “palmericidio” está asegurado. Hubo otros actos de cargarse el palmeral jaenero. Uno consistió en arrancar las existentes por entonces, en el año 1958, en la plaza que el común popular llamaba por los árboles plantados en la misma. La estatua del médico sentado de tanto hacer el bien por todo Jaén fue enviada hasta el parque de la Alameda, y las palmeras pasaron al desguace vegetal. En su lugar colocaron una inocua fuente ornamental y el tráfico rodado hizo el resto, es decir, matar la plaza.
Hice, en su día, un estudio sobre los pregones de la Semana Santa de Jaén. Todos alababan la existencia de la figura de las palmeras de Jaén, como cortejo y paisaje de las imágenes de Cristo y de la afligida Dolorosa portados sobre las espaldas de los costaleros, durante los días centrales del Triduo Pascual. El censo de palmeras inscrito en la ciudad era numeroso, ya que estaba repartido entre la vía pública y los pocos patios vecinales, que por aquellos años aún perduraban ante la invasión de la piqueta demoledora del desarrollismo constructor.
Cuando se visita la ciudad de Jericó se conoce el inmenso palmeral sobre el que está situada la localidad que tanto quiso Jesús de Nazaret, punto esencial de cambio de caravanas antes de la subida a la ciudad de Jerusalén, tantas veces citada a lo largo del evangelio. Tiene la palmera una esencia bíblica y evangélica que nunca los católicos debemos olvidar. Por esto, la noticia de la desaparición de las pocas palmeras que hoy existen en Jaén es triste, y llama la atención a que hasta que se recojan las que están mal heridas, pues son focos de nuevas infecciones del bicho invasor hacía otras especies que aún están en pie.
Parece mentira, pero es pura realidad, que cuando más se pregona la ecología, la comida vegana, la exaltación de los valores campesinos, los huertos familiares, la propia producción para consumo personal, tengamos que darnos de frente con que en Jaén nos quedemos sin palmeras, por falta de economía, de diligencia administrativa, de previsión, o de desconocimiento del bichejo infractor, a quien le debe caer todo el peso de la ley y los productos sanitarios necesarios para que no perdamos en Jaén el poco palmeral que aún poseemos. El catálogo de las palmeras de Jaén no merece desaparecer. Los herederos no nos perdonarían semejante magnicidio forestal tan jaenero, bíblico y evangélico.
Tomás de la Torre Lendínez