Hace ya un tiempo dedicamos una entrada en esta columna a uno de los principales rituales cristianos relacionados con el agua, concretamente el del agua bendita que nos encontramos en los dispensarios o aguabenditeros existentes a la entrada de la práctica totalidad de los templos católicos ()
Pues bien, hoy vamos a dedicar unas líneas a otro no menos frecuente aunque pueda pasar desapercibido o poco apercibido para muchos cristianos: el del agua que mezclada con el vino, se consagra en el sacrificio que se rememora en la Misa.
Se sabe que el citado ritual se celebra desde tiempos muy remotos de la vida de la Iglesia, si bien no se conocen bien los pormenores de su aparición. Una cosa está clara: durante la institución de la eucaristía, Jesús sólo consagró vino, y en ninguno de los cuatro evangelios, -o por mejor decir, de los tres sinópticos, pues Juan no relata la institución de la eucaristía con ocasión de la última cena que Jesús celebra con los apóstoles-, se dice que añadiera agua al cáliz.
En una de sus Epístolas (Ep. 13, 13) San Cipriano ve en el rito una analogía a la unión de Cristo con sus fieles.
El Concilio de Trento en su documento De Missa que dedica a la misa, publicado en su duodécima sesión, establece, y así es generalmente aceptado, que es una referencia al flujo de agua que junto con su sangre manó del costado de Cristo, un detalle en el que repara en su Evangelio Juan y sólo Juan:
“Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn. 19, 33-34).
Y que por otro lado, es perfectamente consistente desde el punto de vista científico.
Agua, esa que emana del costado de Cristo dela cual la Iglesia, como dispensadora que es de los sacramentos, es formada, según se señala en Trento, como nueva Eva del costado del nuevo Adán.
Durante mucho tiempo se mantuvo en la Iglesia Ortodoxa Griega la práctica de verter un poco de agua caliente en el cáliz antes de la comunión, costumbre que se halló entre las prácticas que sirvieron para las disputas litúrgicas entre las iglesias orientales y las occidentales, las cuales terminaron, como se sabe, con el Cisma ortodoxo que ha llegado a nuestros días.
©L.A.
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