Vivimos tiempos en que los medios de comunicación actúan como una tormenta constante. Los vientos de las noticias se unen a la lluvia de opiniones que intentan hacernos cambiar de destino en nuestra ruta. Vamos en una barca similar a la que llevaba a los Apóstoles y a Cristo por el mar de Galilea. Lo pueden leer en Mateo 8,23-27, Marcos 4,35-41 y Lucas 8,22-25. Vamos en la pequeña barca de la vida y la tormenta va en aumento. Mientras, parece que el Señor duerme. ¿Cómo es posible que no le importe que nos hundamos? Quizás lo que pasa es que espera que nuestra confianza en Dios nos permita afrontar las tormentas de los medios de comunicación. Lo que sí debemos tener claro es que no podemos poner la esperanza y la confianza en el ser humano. Sobre todo cuando la política se encarga de aumentar más y más, la tormenta que nos rodea.
La confianza para sobrevivir sólo la podemos poner en Dios. En la Solemnidad de la Ascensión, leíamos (Hch 1,1-11) que los Apóstoles le preguntan por una esperanza política: ¿Cuándo se va a restaurar la soberanía de Israel? Cristo les contesta con claridad: "No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra".
Dicho de otra forma, no nos corresponde controlar las mareas y calmar las tormentas del mundo. El mundo dice y contradice, de forma constante. Nos desorienta y desespera. Nos hace sentir simples marionetas en sus manos. Siempre está buscando que perdamos de vista la constante presencia del Señor. Y os aseguro que estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20) Lo que nos corresponde es esperar. Esperar con un sentido, lo que es Esperanza. Como las vírgenes prudentes (Mateo 25, 1-13) debemos de tener suficiente aceite para que la luz de la lampara de la Esperanza no se apague. ¿Qué tenemos que esperar? Cristo deja claro: al Espíritu Santo, que nos dará las fuerzas necesarias para seguir adelante.
¿Y de qué modo nos recomendó su cuerpo en la tierra cuando estaba para subir al cielo? Como le preguntasen sus discípulos: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?, les respondió a punto de partir: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos. Ved ahora por dónde va a difundir su cuerpo, ved dónde no quiere ser pisoteado: Recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo. Ved dónde permanezco, yo que asciendo. (San Agustín. Tratado 10, 9)
¿Qué hacemos poniendo nuestra confianza los cientos de barcas humanas que nos ofrecen como solución? La tormenta nos llevará hasta las rocas que destrozan toda esperanza. Cristo, calma la tormenta y nos conduce hasta puerto seguro. Cristo no descansa en cualquier bote, sino en la Barca que es la Iglesia. La Iglesia como cuerpo de Cristo que se hace presente de forma sobrenatural. No nos fijemos tanto en la instituciones que se han ido adhiriendo a la Iglesia, sino en donde Cristo vive y se ofrece a nosotros. ¿Dónde está eso? En los sacramentos, en la oración y en la Comunión de los Santos. Cuando veamos que personas o colectivos eclesiales hacen daño, tengamos claro que no son la Iglesia, aunque se aprovechen de Ella.
Cristo asciende, pero se queda con nosotros para siempre. Este Misterio es el que nos muestra que la lógica humana queda siempre desbordada por la Fuente de Agua Viva, el Logos: Cristo.
Cualquiera que beba de esta agua pronto volverá a tener sed, pero todos los que beban del Agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa Agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro de ellos y les da vida eterna. (Jn 4, 13-14)