Tal y como está la situación de la Iglesia, con un estudio sociológico hecho en Estados Unidos, que dice que uno de cada tres católicos de ese país está pensando apostatar, nada mejor que volver nuestra mirada al que la propia Iglesia considera, desde que Pío IX lo instituyera así en 1870, su patrono y protector: San Jose.
En una memorable homilía pronunciada por el Papa Francisco en Manila en 2015, durante su visita a Filipinas, el Santo Padre invitó a fijarse en las enseñanzas que nos da la vida de San José. La primera que destacó es que Dios siempre le habló mientras él estaba descansando. Para el Papa, esto es una invitación a “descansar en el Señor”. Es decir, a confiar en Dios y poner en Él nuestra esperanza. Cuando la situación se vuelve asfixiante, cuando el miedo nos atenaza, cuando no vemos futuro, cuando nuestras fuerzas fallan, cuando nos parece que nuestros enemigos son muchísimo más fuertes y listos que nosotros, cuando lo vemos todo perdido, es un buen momento para descansar. Descansar en Dios.
A ese se refería el Papa Benedicto XVI en el mensaje que envió para el funeral de su amigo, el cardenal Meisner, en 2017, cuando elogiaba la paz con que el difunto cardenal -uno de los firmantes de los “dubia”- vivía los tiempos actuales: “Me conmueve que ha aprendido a dejarse ir en el último periodo de su vida, y ha sabido vivirla con la certeza profunda de que el Señor no abandona a su Iglesia, ni siquiera cuando la barca está a punto de volcarse”. No decía Benedicto que la barca estuviera o pareciera estar a punto de hundirse, sino que está ya a punto de hacerlo. No es una impresión. Es un hecho: “Está a punto de volcarse”, pero, aún no se ha volcado, aún no se ha hundido. No querer ver lo que está pasando y empeñarse en seguir hablando de brotes verdes primaverales no es sólo suicida, sino ofensivo para la razón. Quizá somos tontos, pero no tanto como a ellos les parece que somos, al pintarnos un futuro espléndido cuando todo amenaza ruina. Pero, a la vez, dejarse llevar por la desesperación y arrojarse de la barca porque éste esté a punto de hundirse es precipitar su hundimiento y también es ir hacia el suicidio, al quedar a merced de las olas de ese mar encrespado. En 1969, el entonces profesor Ratzinger, decía en un programa de radio algo que se ha convertido en una profecía: “De la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión”.
Por eso, en medio de la tribulación que vivimos, sin dejarnos engañar por los que dicen que cediendo a todo lo que el mundo reclama nos va a ir mejor, debemos mantener la esperanza. Debemos, como hizo San José, descansar en el Señor. Confiar en Él, abandonarnos en Él, y, por supuesto, poner toda nuestra inteligencia, nuestra voluntad y la poca santidad que tengamos para evitar que la barca, que se está hundiendo, termine de hundirse. Que San José, patrono de la Iglesia, nos ayude. Que él cuide de una forma especial a los futuros sacerdotes y a los que ya lo somos.