Establecido ayer, fiesta de San Antonio de Padua, cómo se convierte San Antonio en el patrón de la recuperación de las cosas perdidas (), yo les puedo contar dos breves historias que conozco de primera mano sobre lo que podríamos llamar “los milagritos” de San Antonio, relacionados con su condición de “encontrador” de las cosas perdidas.
 
            La primera le ocurrió a unos parientes míos. Estando en pleno viaje, se les pincha una rueda y tras cambiarla, continúan viaje no sin dejarse en la carretera la rueda que habían cambiado, de lo que no se percatan sino al cabo de un rato del fatal olvido. Sin saber muy bien qué hacer, sin ni siquiera haber decidido retomar sus pasos para ver si la rueda aún se hallaba en el camino, deciden dedicar un padrenuestro a San Antonio pidiéndole la recuperación de la rueda. Parece que no habían terminado de hacerlo cuando les adelanta un coche que lleva en la baca precisamente una rueda. Lo siguen unos kilómetros, le hacen señas de parar y, efectivamente, consiguen que se detenga y hablar con sus ocupantes.
 
            - Mire, hemos perdido una rueda en el camino, y nos preguntamos si tal vez no pudiera ser la que llevan Vds. en la baca.
 
            - Pues sí, efectivamente, nos la hemos encontrado tirada en la carretera y la hemos recogido. Así que pruébenla Vds. y si es la suya, quédensela.
 
            Así lo hicieron, constatando con relativa facilidad que la rueda no era la que se habían dejado olvidada. Ya se iban a despedir mis parientes todo agradecidos y algo apenados porque no fuera lo que buscaban, cuando los amables encontradores de ruedas les dicen:
 
            - No, pero no se vayan todavía, porque también hemos encontrado “otra” rueda en la carretera y la tenemos aquí, guardada en la maleta.
 
            Así que abriendo la maleta, mis fascinados parientes pudieron comprobar que la que llevaban los encuentrarruedas en ella sí era, efectivamente, la rueda pinchada que se habían dejado unos kilómetros atrás. Sorprendente ¿no?

            La segunda me pasó a mí mismo y demuestra que San Antonio es más interesado y rencoroso de lo que pueda pensarse. Habíamos sido invitados mi mujer y yo a cenar en casa de unos amigos. Por si no llegáramos suficientemente tarde, ocurrió que no encontrábamos sitio para aparcar ni vivos ni muertos, en una zona, por lo demás, que yo no tenía identificada como especialmente difícil para el aparcamiento, aunque estaba resultando serlo. Al cabo del cuarto de hora, e incluso más, de buscar, mi mujer se puso a rezar a San Antonio para que nos encontrara sitio.
 
            - Bueno, ¿y cuanto le vamos a dar? -me dice mi mujer.

            - ¡¿Que cuanto le vamos a dar?! ¡¿Cómo que "cuanto le vamos a dar"?! ¡¿A quién le vamos a dar?!
 
            - A San Antonio, claro... a San Antonio hay que decirle cuanto le vas a dar si te encuentra lo que estás buscando.
 
            - ¡Ni un duro, faltaría más! Así que no me meto en un parking para no tener que pagar... ¡y se lo voy a dar a San Antonio! ¡Hasta ahí podíamos llegar!
 
            No hube terminado de decir esto cuando de repente, vi un sitio maravilloso, como para coche y medio, espléndido, de esos que uno se cree que son una trampa del ayuntamiento para ponerte una multa. Ya estaba diciéndole yo a mi mujer “¿ves como no hace falta pagarle nada a San Antonio?” todo orgulloso de mi obstinación, y me disponía a prepararlo todo para la maniobra de estacionamiento, cuando de un lugar inexistente, no sé de donde en realidad, como aparecido de la nada, un coche me superó en una maniobra imposible en una callecita sin apenas espacio, y me quitó el sitio en mis mismísimas narices. ¿Algo que decir? No recuerdo el desenlace de la historia. Imagino que al final encontraríamos sitio y algo le daríamos al rencoroso  San Antonio.

            Que hagan Vds.mucho bien y que no reciban menos. Mañana más.
 
 
            ©L.A.
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