Seguimos con el artículo de Jutta Burggraf. Gran pensadora. Profesora destacada de Teología de la Universidad de Navarra. Escribió mucho, y esparció con generosidad su saber con precisión alemana. Murió hace tres años. Nos ha quedado publicado su saber filosófico y teológico, del que estamos ocupándonos en parte.
Como se ve, esta capacidad básica que tiene cada hombre de preguntarse por el sentido del mundo y de su propia existencia, puede desarrollarse a lo largo de la vida, o puede corromperse. Vamos a considerar las actitudes básicas que se exigen para que una persona se convierta en un filósofo.
1.- Desprenderse del mundo diario
Según el filósofo alemán Josef Pieper, “filosofar es un acto que trasciende el mundo laboral”. "[7] El mundo laboral es aquí sinónimo del mundo en el que se ha de funcionar, rendir, competir. De vez en cuando conviene distanciarse de todo eso: no fijarse solamente en lo inmediato (y agobiarse con ello), sino mirar “en otra dirección”.
Apartarse del mundo laboral es muy relajante. Así se puede descansar y sacar nuevas fuerzas para la vida diaria. No se logra sólo cuando se ejerce la filosofía. También el poeta trasciende la cotidianidad; es capaz de olvidarse de todo, y de cometer locuras. Lo mismo hace el amante: su amor le impulsa a dejar atrás todo cálculo y no dejarse comprometer por un mundo utilitario. O sea, el filósofo se parece a un amante y a un poeta. Él también es un amante: ama la verdad, la ansía. Platón habla del “eros filosófico”. Dice que la filosofía se asemeja a la locura, porque saca al hombre de su mundillo y lo conduce hacia las estrellas. Y todo el que sufre alguna conmoción, es invitado a transcender su mundo cotidiano. Es lo que ocurre cuando alguien se encuentra en una “situación límite”, por ejemplo cuando se enfrenta a la muerte, entonces surge frecuentemente un acto filosófico – o religioso.
La filosofía, el arte, la religión y también el amor están relacionados en cierta manera. Se oponen al utilitarismo del mundo laboral. No se dejan “comercializar” o utilizar para determinados objetivos. Al hacerlo, la filosofía y la religión se transformarían en ideologías, y el amor, en una industria del sexo.
En cierto sentido es verdad que el filosofar “no sirve para nada”. Es, por decirlo así, inútil. Y ahora el plato fuerte: ¡ni puede ni debe servir para nada! Pues precisamente quiere superar el pensar utilitario. Martin Heidegger dice: “Es completamente correcto y así debe ser: "La filosofía es inútil"”.
Con la filosofía –como en la poesía– se trasciende lo cotidiano. Esto a veces es necesario para “sobrevivir” en un mundo difícil, es un modo de mantener la serenidad, si el día a día es insoportable. Nietzsche dice que Sócrates huyó hacia la filosofía porque tenía una mujer inaguantable, la famosa Xantipa, que le regañaba sin parar. La tradición cuenta que una vez Xantipa echó un cubo con agua sucia por la ventana, cayéndole a Sócrates que estaba abajo con sus amigos, conversando sobre temas filosóficos. Los amigos se enfadaron, pero Sócrates quedó impasible: “En mi casa llueve cuando hay tormenta”. Y los amigos concluyeron: “Como Sócrates sabe tratar a Xantipa, sabe tratar a cualquier otra persona”.
Cuando una persona trasciende el mundo cotidiano, niega la “exigencia totalitaria” del mundo laboral: expresa que la profesión, por importante que sea, no debe absorber completamente las facultades humanas, ni puede satisfacer todos los deseos de su corazón; hay algo más a lo que uno quiere dedicarse. En esto estuvieron de acuerdo todos los filósofos, poetas y amantes de todos los tiempos. El filósofo, pues, tiene mucho más en común con un poeta, por ejemplo, que con un empresario; lo que no quiere decir que también un empresario no pueda ni deba ejercer la filosofía.
2.- Fomentar la admiración
El filósofo medieval Tomás de Aquino afirma: “La razón por la que el filósofo se compara con el poeta es ésta: ambos son capaces de admirarse.” Una persona que filosofa, reconoce y admite su propia falta de conocimientos; se abre a una verdad mayor y se deja fascinar por ella. La admiración es, según los antiguos, el comienzo de la filosofía. Se cuenta que algunos grandes filósofos eran capaces de tal admiración que, literalmente, olvidaron lo que pasaba en su alrededor. Tales de Mileto, por ejemplo, aun estando en una batalla, se quedó parado de repente al ocurrírsele una idea, y no vio que el enemigo se acercaba... Y Tomás de Aquino fue el único que estaba callado durante un solemne banquete, al que el rey de Francia le había invitado, mientras todos los demás estaban enfrascados en conversaciones cultas; de pronto pegó un puñetazo a la mesa y gritó: “¡Ya lo tengo!” Había encontrado un argumento para razonar en contra de los maniqueos. "
La filosofía tiene un carácter esencialmente no burgués. Pues admirarse no es de “burgueses”: no es de aburguesados insensibles que lo dan todo por supuesto. Sólo son capaces de admirarse, cuando sucede algo muy extraordinario, como un escándalo. Por eso la industria recreativa cada vez se vuelve más agresiva. La necesidad de hechos sensacionales para poder conmoverse y admirarse, es una señal segura de que una persona no ejerce de filósofo.
El admirarse no sólo es el principio de la filosofía en el sentido de initium, de paso preliminar o comienzo. Es el principium, origen interior del filosofar. La admiración no se pone entre paréntesis, ni se deja de lado, por más avanzado que se encuentre el filósofo. Siempre que una persona filosofa, se admira; y en la medida en que crecen sus conocimientos, debe crecer su admiración. Tomás de Aquino define la admiración como “desideriumsciendi”, la añoranza y el deseo de saber cada vez más. La persona que se admira es aquella que empieza a caminar, que desea saber más y más e intenta llegar al fondo de todas las cosas. Por eso afirma Goethe, el gran escritor alemán: “Lo máximo que un hombre puede alcanzar es la admiración” .
El filósofo se admira. Descubre, en lo cotidiano y común, lo realmente extraordinario e insólito. Sabe entusiasmarse con una brizna o un diente de león, tal y como lo haría un poeta, un amante o un niño. Tomás de Aquino dijo que no podíamos captar ni la esencia de un mosquito. Quiere decir que hasta es posible admirarse infinitamente ante un mosquito. (Un filósofo también es capaz de meditar profundamente ante situaciones familiares y sociales, ante problemas humanos de cualquier tipo...).
3.- No tener prejuicios
Filosofar significa abrir horizontes, dirigir la mirada hacia la totalidad del mundo; nuestro espíritu es, de alguna manera, una “fuerza para lograr lo infinito”. Entonces, ¿tendremos que hablar siempre de todo al filosofar? ¡Por supuesto que no! No es posible; ¡y el resultado sólo podría ser un caos! ¡Pero una persona tiene que estar dispuesta a hablar de todo! Nunca debe perder de vista a “Dios y al mundo”. No debe pasar nada por alto arbitrariamente, si quiere llegar al fondo de las cosas.
El filósofo como tal tiene que estar dispuesto a enfrentarse con “todo”, a prestarle atención a “todo”. Esto no significa, claro está, que se ocupe de mil pequeñeces. Como acabamos de ver, un exceso de información puede impedir la postura filosófica. Pero se ha de estar dispuesto a no pasar por alto nada que en principio pueda ser esencial. Tener una postura crítica significa para el filósofo: preocuparse de no pasar por alto conscientemente nada.
Por supuesto, la “totalidad” de la realidad no es idéntica a una adición lograda por una suma que ahora contiene todo y cualquier cosa. Aquel que entiende mucho de biología y de literatura y de recetas de cocina y de fútbol y de política internacional y de la vida privada de todos los artistas y príncipes, no es por eso un filósofo. La filosofía trata de el todo, de una comprensión “estructurada” del mundo que posee una jerarquía: lo esencial se reconoce como esencial, lo no esencial como no esencial.
Un filósofo auténtico trata simplemente de no excluir o sobrepasar nada intencionadamente. Tiene amplios horizontes: ¡con él se puede hablar de todo! Para él no existen tabúes. Ni tampoco sistematizaciones precipitadas que ignoran todo aquello que no concuerde con el sistema, y que impidan cualquier nueva conversación sobre ello. La filosofía no acepta limitaciones arbitrarias, pues si lo hiciera, perdería su propia identidad, convirtiéndose en ideología. En este sentido, Goethe juzga muy negativamente a algunos filósofos de su tiempo, que pretenden “dominar a Dios y al espíritu humano” y encierran todo el universo en diferentes sistemas.
El “enfrentarse a todo” tiene más que ver con la profundidad que con la extensión. El filósofo no sólo mira el más allá. No sólo aparta la vista de la vida cotidiana, transcendiendo el mundo. También sabe fijarse exactamente en las cosas que le rodean. Pregunta por las últimas razones. No le interesa, por ejemplo, cuál es la forma más rápida de adquirir dinero, sino lo que es en sí el poder de la riqueza y lo que significa para el hombre.
Quien quiera tener una visión de “toda la realidad”, pronto se da cuenta de que eso es apenas posible. El mundo es mucho mayor que nuestra capacidad de comprensión. El acto filosófico no consiste, en primer término, en “pensar mucho”, sino en contemplar la realidad, escuchar con atención, en callar: “escuchar tan plenamente que ese silencio atento no sea perturbado o interrumpido por nada, ni siquiera por una pregunta.” " (La naturaleza de la pregunta encierra una determinada orientación de la respuesta, y eso significa una limitación). Pieper habla de la “franqueza ilimitada” con la que se debe escuchar al mundo. El filósofo considera el mundo “bajo cualquier aspecto concebible”, y no sólo bajo alguno en concreto, tal y como lo hacen las ciencias particulares.
Se sobreentiende que este silencio no guarda ninguna relación con una pasividad neutra, antes bien, supone un máximo compromiso. Pues de lo que se trata es, de no querer pasar nada por alto, de considerar todos los aspectos y no dejarse cegar por prejuicios. (En una disputa, hay que escuchar a todos los grupos, con igual atención). Para un auténtico filósofo no hay ni temas que se hayan de excluir, ni “temas sensacionales”, ni “personas etiquetadas”. Pieper dice que el estar abierto al mundo es algo así como el “distintivo” del filósofo auténtico.
4.- Adquirir cierta independencia en los propios juicios y reflexiones
Una persona que quiere pensar por su cuenta, ha de estar dispuesta al inconformismo. Filosofar significa: distanciarse, no (siempre) de lo cotidiano, pero sí de las interpretaciones comunes, de la opinión pública o publicada, del “terror” que a veces pueden producir los medios de comunicación. Los auténticos filósofos siempre han ido contra corriente. Son los que ven lo que todos ven, y se atreven a pensar lo que quizá nadie de su entorno piensa. Los que actuaban de este modo, a veces hasta sufrieron la muerte por esta razón (Sócrates), pero no dejaron de oponerse a todo tipo de regímenes totalitarios.
La filosofía reclama para sí la independencia. Tiene que poder desplegarse sin que ninguna normativa oficial lo impida. Pieper exige para cada comunidad humana un espacio libre en el que sea posible el debate sin trabas de cualquier cuestión que ocupe las mentes. "[19] Si esto no es posible, es señal de que la sociedad tiene trazas totalitarias.
Sin embargo, más importante aún que la libertad exterior es la libertad interior. Significa querer incondicionalmente la verdad, y no dejarse ni adormilar, ni manipular por nada. Las situaciones pueden estar en favor o en contra de la libertad; pueden ser la razón para que ésta aumente o disminuya. Pero no intervienen esencialmente en el acto libre. Así, una persona está condicionada, en cierto modo, por el país, la sociedad, la familia en la que ha nacido, está condicionada por la educación y la cultura que ha recibido, por el propio cuerpo, por su código genético y su sistema nervioso, sus talentos y sus límites y todas las frustraciones recibidas –pero a pesar de esto es libre: es libre para opinar sobre todas estas condiciones. Un hombre puede ser libre incluso en una cárcel, como lo han mostrado Boecio, Santo Tomás Moro, Bonhoeffer y otros muchos. “Hay algo dentro de ti que no pueden alcanzar, que no te pueden quitar, es tuyo;” esto dice un preso a otro preso, en un diálogo impresionante, que sale en la película “Sueños de libertad.” Un hombre puede ser libre también en un sistema totalitario, aunque las amenazas y el miedo disminuyan la libertad. Puede mantener una creencia, un deseo o un amor en el interior del alma, aunque externamente se decrete su abolición absoluta. Así, Sajarov no sólo fue grande como físico; sobre todo fue grande como hombre, como apasionado luchador por la libertad de cada persona humana. Pagó por ello el precio del sufrimiento, que le impuso el régimen comunista, cuya mendacidad e inhumanidad destapó ante los ojos del mundo. Otro disidente famoso confesó públicamente: “¡Bendita prisión que me hace reflexionar, que me hace hombre!” (Alexander Solzhenitsin).
5.-Adquirir humildad intelectual
Con todo ello, no hay que sobreestimarse. Aunque una persona tenga una experiencia sumamente rica y una comprensión profunda de la vida humana, no debe perder el sentido de la realidad: el filósofo no es “el sabio por antonomasia”, sino el que ama la verdad, el que siente añoranza por comprender los últimos porqués del mundo, el que se esfuerza en ver relaciones. Filosofía significa amor a la sabiduría, a la búsqueda de la sabiduría que nunca se llega a poseer plenamente.
La persona que se admira es consciente de no saber nada. Es célebre la frase de Sócrates en que admite: “Sólo sé que no sé.” En cierta manera es aplicable a cualquier científico. Hoy en día estamos muy sensibilizados respecto a que ninguna persona puede “saberlo todo”, ni siquiera en una subdisciplina delimitada. Se comienza a estudiar algo, pero no se llega a un fin; constantemente se descubren más campos de investigación. La especialización ha avanzado mucho: un psiquiatra no sabe casi nada de oftalmología, un historiador que conoce a fondo el siglo XVI apenas tiene idea del siglo XVII. Los biólogos escriben tesis sobre el pico del petirrojo, y no conocen la cola. Todo esto no tiene importancia, pues tenemos una mente limitada. Sólo que hoy volvemos a ser conscientes de ello, o al menos mucho más conscientes que durante las últimas décadas de fe ciega en la ciencia.
¡Y Sócrates es tan actual! No dijo sólo: “Sólo sé que no sé nada”, cosa que podemos comprender muy bien en nuestros tiempos. También afirmó: “Jamás he sido el maestro de nadie.” Quería indicar con ello que no es posible dividir la humanidad en dos “clases”: “los que saben” y “los que no saben”, el sabio y el necio. Todos estamos buscando la verdad, ninguno la posee completamente. Cada uno puede aprender de los demás.
Hoy en día tenemos una sensibilidad especial para estas relaciones. El que intente darse por alguien que lo sabe todo, queda realmente en ridículo. Ya no puede impresionar a nadie. Nos hemos vuelto escépticos ante las construcciones sistemáticas. Hemos visto cómo se derrumbaron, de la noche a la mañana, sistemas ideológicos gigantescos. Al mismo tiempo presenciamos cómo se tambalean un sinnúmero de tradiciones fundamentales de la cultura occidental. No hace falta deprimirse ante esta situación. Sufrir de vez en cuando algunas conmociones fuertes, puede ser, incluso, beneficioso para una persona y para toda una sociedad. Una crisis no es una catástrofe. Puede servir para volver a tomar conciencia de los propios fundamentos. Se trata de una oportunidad para transformarse más conscientemente en alguien que busca, que adopta la actitud filosófica. Es probable que así reconozcamos, cada vez más claramente, lo necesario que es cambiar de forma de pensar en determinados ámbitos.