Andarán Vds. barruntándose de quién les hablo, y tal vez les facilito la labor si les aclaro que más que propiamente rey, fue regente. Me refiero en todo caso a Adriano de Utrecht, un holandés de nacimiento de esa época en la que todo lo que tocaba en esa fábrica de próceres, héroes y santos que era España -y él tocó, ya veremos cómo-, salía proyectado hacia la universalidad.
Adrian Florensz, Adriano de Utrecht para los amigos, nace en la ciudad holandesa que le da el nombre por el que es conocido, cosa que hace un 2 de marzo del año 1459. Hijo de un ebanista, en 1479 ingresa en la Universidad de Lovaina, en la que será profesor de teología y rector. El Emperador Maximiliano de Austria lo elige como preceptor de su nieto Carlos, de seis años de edad, ejerciendo su cometido con eficacia durante diez años. En 1515 es enviado a España para velar por los intereses de su pupilo, cuyo hermano Fernando, educado en nuestro país por su abuelo Fernando el Católico, era el candidato mejor emplazado para ceñir las coronas hispánicas. Así que una vez convertido en rey de España en buena medida gracias a sus buenos oficios, Carlos I trabajará para impulsar el ascenso de su preceptor en la carrera eclesiástica, primero como obispo de Tortosa en 1516, luego como inquisidor general de la Corona de Aragón y posteriormente de la de Castilla, y hasta como componente del colegio cardenalicio.
Cuando después de finalmente ceñirse las coronas hispánicas ha de abandonar España en 1520 para hacerse cargo del Imperio, el ya Emperador Carlos V le confía entonces a su fiel Adriano la regencia de nuestro país, encumbrado a la cúspide de las potencias europeas, vale decir del mundo, un cargo en el que, por cierto, ya se había familiarizado junto al Cardenal Cisneros en la breve regencia que éste ejerce entre la muerte del Rey Católico y la llegada de Carlos a España. Adriano habrá de afrontar las dos grandes rebeliones españolas contra el Emperador flamenco: las Comunidades castellanas, y las Germanías levantinas.
El 9 de enero de 1522, a la muerte de León X, y en buena medida gracias al respaldo de su poderosísimo pupilo Carlos, Adriano es elegido papa. Recibe la noticia en la Casa del Cordón, en Vitoria, donde se halla preparando la defensa navarra frente a la inminente invasión francesa. Aceptada la alta magistratura, se embarca para Roma, donde es coronado el 31 de agosto.
Una vez en la ciudad de San Pedro, muchos son los problemas que le esperan. Por lo que hace a la situación interna, se encuentra la penosa situación financiera de las cuentas papales y una ciudad anegada por la peste, la cual además, se cobra la vida de su gran amigo y colaborador, el cardenal suizo Schiner, todo lo cual no es óbice para que no se plantee en ningún momento abandonar la ciudad, lo que habla suficientemente de su carácter. Por lo que hace a su labor como pastor mayor de la Iglesia, afronta la reforma de la curia, esa cuestión que parece esperar amenazadora a todos los papas, y sobre todo, el avance de la doctrina de Lutero, que campaba por sus respetos por todas las naciones centroeuropeas, y muy concretamente por aquélla de la que Adriano procedía. Y por lo que hace a la política exterior, encara la alianza contra el Turco, que había conquistado la ciudad de Belgrado y la isla de Rodas y amenazaba la mismísima Viena, y las guerras entre su protector Carlos V y el francés Francisco I, en las que se mostrará bastante más imparcial de lo que habría cabido esperar. Cuestiones todas ellas a las que prestará debida atención pero menos, sin duda, de lo que habría deseado, sorprendido como lo es por una muerte temprana que acaece el 14 de septiembre de 1523, cuando apenas había reinado un año, ocho meses y cinco días y sumaba 64 años de edad.
Sepultado en un suntuoso mausoleo diseñado por Badassare Peruzzi en la iglesia romana de Santa Maria dell’Anima, reza sobre su sepulcro el siguiente epitafio: “¡Cuánto depende del tiempo en que cae la acción aun del mejor hombre!”.
Amigo de Erasmo y de carácter sobrio y adusto sobradamente acreditado ya en España, el cual, por cierto, chocó abiertamente con la pompa y boato reinantes en Roma, Adriano VI será conocido como “el Pontífice bárbaro”.
Deja escritos un “Comentario al cuarto libro de las Sentencias” y doce “Quodlibeta” que lo adscriben a un cierto escolasticismo tardío. Canoniza a San Antonino de Florencia.
En la persona de Adriano de Utrecht, regente de España y papa de Roma, se concitan muchas de esas singularidades que tanto gustan a los periodistas: es el único holandés que se ha sentado en la silla de Pedro; es también el único papa de la historia que recibe la noticia de su elección en España; había sido, hasta la elección de Juan Pablo II en 1978, el último pontífice no italiano, y continúa siendo el último papa no presente en el cónclave que lo eligiera; es probablemente, el único regente de un reino no italiano que llega al papado; y es el único papa moderno, junto a Marcelo II, que decide reinar con su propio nombre de pila.
Un gran papa en suma, si no propiamente español, sí bastante españolizado... tanto, que fue rey de España, durante casi dos años. ¿No se lo decía yo?.
Un gran papa en suma, si no propiamente español, sí bastante españolizado... tanto, que fue rey de España, durante casi dos años. ¿No se lo decía yo?.
©L.A.
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