En 2007 el terciario carmelita fray Agripino González publica Leyenda y consejas. El capítulo 30 se titula LA INGRATITUD. Sin embargo, durante el FORO DE DIÁLOGO Y ESTUDIO SOBRE EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN, que celebrábamos el pasado martes, dicho relato fue usado por Sor María Ángeles Infante Barrera, HC, vicepostuladora de la familia vicenciana [bajo estas líneas en la beatificación de Tarragona].
Yo ya había escrito sobre la hija de la caridad Beata Martina Vázquez.
La penúltima frase Los milicianos que dispararon habían sido socorridos por ella en el Comedor de Caridad que había fundado, es demasiado lacónica para el relato posterior… ingratitud, mucha… pero PERDÓN MÁS.
Fray Agripino González nos ofrece su relato:
Segorbe, como escribí en alguna otra ocasión, lector amigo, es una ciudad de frontera. Une la sobria austeridad de Aragón y el encanto del Mediterráneo. Es una ciudad pequeña, pero tiene su obispado y sus murallas medievales. Y ha contado con su media docena bien colmada de conventos, su hospital y su casa de la misericordia. ¡Ah!, y disfruta de aire puro y agua limpia. Es una ciudad ducal recoleta y bella.
El hospital y casa de la misericordia, desde finales del siglo XIX, lo han dirigido las Hijas de la Caridad. En 1926 recala en el mismo una castellana de Cuéllar (Segovia). Se trata de sor Martina Vázquez Gordo [que fue beatificada el 13 de octubre de 2013, en Tarragona]. Por lo demás en la Ciudad del Agua Limpia esta Hija de la Caridad finalizará prácticamente sus días terrenales.
Sor Martina cuenta con el apoyo económico de su familia, la ayuda material y moral de sus hermanas en religión y el apoyo del señor obispo, a la sazón el piadoso capuchino fray Luis Amigó. Con estos auxilios, y en la Ciudad del Agua Limpia, como digo, sor Martina establece un colegio para niños pobres, monta un comedor de caridad para indigentes y transeúntes y crea una asociación, La Gota de Leche, para atender un consultorio y una casa cuna gratuitos para madres sin recursos materiales. El señor obispo apoya en todo su obra con dos sueldos y algunas limosnas de palacio. Pero llega el año 1931, y con él viene la Segunda República. Desde el 1 de enero de 1932 se suprime la llamada subvención del culto y clero, lo que repercute en los pobres de la Ciudad Ducal. El señor obispo se ve obligado también a retirarles a las Hijas de la Caridad los dos salarios con que apoya la obra. Y las limosnas también disminuyen, lo que repercute asimismo en la obra social que lleva a cabo sor Martina. En esta situación de carencias Manuel Fenollosa Medina, alias el Marchen, solicita el internamiento por enfermedad, como enfermo, en el hospital y casa de misericordia. Pero el doctor le niega el internamiento, ya que toda su enfermedad se reduce a una desnutrición. Entonces sor Martina le dice al Marchen que, no obstante, la oposición por parte del médico, venga al hospital a la hora de las comidas, sin que se entere el doctor. Y así le alimenta por algún tiempo hasta que logra recuperar la salud. Otro indigente de la población de Segorbe es Pedro el Caramelero. Tiene éste una niña muy débil. Y Pedro acude diariamente al hospital y casa de caridad. Y sor Martina todos los días también le proporciona la leche necesaria hasta que la niña logra asimismo reponerse totalmente.
Al poco tiempo de iniciada la guerra civil, el 26 de julio de 1936 las Hijas de la Caridad son expulsadas del hospital y casa de la misericordia de Segorbe. Y son recluidas en el domicilio de una exalumna del colegio fundado por sor Martina. Son encerradas bajo llave y vigiladas día y noche por algunos milicianos. A eso de las nueve de la noche, del 4 de octubre de 1936, las hermanas sienten el ruido de un coche que se va acercando a la vivienda. Llaman a la puerta. Todas las hermanas están con sor Martina torno a una mesa-camilla rezando el rosario. Ante el temor y la sospecha de lo que ya presentían que pudiera suceder, obligan a sor Martina a que se acueste, y poder así alegar que se encuentra enferma. Mientras tanto dos de las hermanas bajan y abren la puerta. Y se encuentran con un grupo de milicianos dirigidos por el Marchen, y entre los que también se encuentra Pedro, el Caramelero. Las hermanas, naturalmente, les preguntan que qué desean a aquellas horas tan tardías. Y ellos les responden que llevarse a sor Martina. Que tiene que ir a declarar ante el Gobernador Civil de Castellón. Dado lo intempestivo de la hora para librar una declaración, las hermanas, presintiendo ya lo peor, les aseguran que sor Martina se encuentra enferma. No obstante, la hermana superiora se muestra disponible a acompañarlos y declarar en su lugar. Pero ellos le responden:
- Usted no puede venir. Es ella la que tiene que declarar ante el Gobernador de Castellón.
La hermana superiora les replica:
- Lo que ella tiene que declarar también lo puedo declarar yo.
Pero ellos nuevamente le responden con decisión:
- No. Tú no. La que tiene que ir es sor Martina.
Entonces los milicianos suben a la habitación de sor Martina Vázquez y le dicen:
- Dése prisa, hermana, que venimos por usted y tenemos que ir enseguida.
Al salir de la habitación de sor Martina, y antes de que ésta se vistiera y saliera al pasillo, la superiora le pregunta al Marchen:
- ¿Y vas a matar a sor Martina?
Y éste le contesta:
- No la mataré... ¡Que la voy a matar!... ¡Con la de favores que me ha hecho cuando yo estaba malo!...
Las hermanas van apareciendo a las puertas de las habitaciones y van saliendo al corredor. Y se despiden de sor Martina. Todas la abrazan. Y ella besa a todas ella en la frente y se despide diciéndoles:
- ¡Hasta el cielo!
Todas sollozan y lloran.
Sor Martina, asegura una de las Hijas de la Caridad allí presente, baja las escaleras del brazo del Marchen. Es ya una anciana, débil y achacosa, que cuenta 71 años. Los milicianos cierran otra vez con llave la puerta principal de la casa, asegura una tercera hermana. Arranca el coche, en él va sor Martina acompañada por los milicianos. Viste el hábito religioso completo, menos la toca. Todo el camino va rezando y besando el crucifijo. Al llegar a la carretera de Algar, dice sor Martina a los milicianos:
- Si me habéis de matar, no me llevéis más lejos.
Y responden estos:
- Pues entonces aquí mismo.
Paran el coche. Hacen bajar a la religiosa. Ella les pide que esperen un poco. Se pone de rodillas y se encomienda a Dios. Y les dice a los milicianos:
- Si os he ofendido en alguna cosa, yo os pido perdón. Y si me matáis, os perdono.
Luego saca del bolsillo una especie de petaca, pequeña, cilíndrica, de plata con agua bendita, que lleva siempre consigo, y se santigua en voz alta. Seguidamente se levanta y se pone de frente, con los brazos en cruz y el Santo Cristo en las manos mirando a los milicianos. Estos la conminan a que se vuelva de espaldas. Pero ella les responde con firmeza:
- Nunca he vuelto la espalda a nadie. Y menos a los enemigos...
Poco antes de recibir los disparos aún susurra el texto evangélico:
- “Quien me confesare a Mí delante de los hombres, también Yo le confesaré delante de Dios”.
Luego les dice:
- Ya podéis tirar.
Los milicianos le disparan y sor Martina cae herida de muerte al borde de la carretera de Algar.
Las Hijas de la Caridad retornan al hospital y casa de caridad de Segorbe el 16 de julio de 1937. Y, estando ya en el hospital, viene un día el asesino de sor Martina y cuenta a las hermanas todo lo acaecido con sor Martina Vázquez desde que la sacaron de la casa hasta que la fusilaron. También cuenta todo a las gentes de Segorbe. Por lo demás en el juicio sumarísimo seguido a los asesinos los cuatro encausados, encabezados por el Marchen, confiesan los hechos al por menor.
Vidas que cambian vidas: los mártires de España
Sor María Ángeles Infantes insistió a la hora de exponer este relato que al ver el miliciano Marchen que asistía a la muerte de Sor Martina Vázquez, confesó que este acontecimiento le hizo volver a la fe de la que había renegado hacía tiempo. El perdón de Sor Martina, la forma de rezar para prepararse al martirio, su modo de morir confesando a Jesucristo con valentía y firmeza le impresionó profundamente. Marchen había sido designado por el Comité Comunista para fusilarla... Al querer taparle los ojos, ella respondió que quería ver a los que perdonaba. Su mirada de ternura y sus palabras de perdón antes del fusilamiento, tocaron su corazón endurecido. En el momento de su conversión, lo dijo públicamente.
Finalmente, sor Ángeles Infante recordó a la venerable sor Justa Domínguez de Vidaurreta que desde 1932 ejercía como visitadora o superiora provincial de la provincia española con sede en Madrid [también ella sufrió la persecución: no pudo evitar el asalto a la casa central, el 21 de julio de 1936, el apresamiento de muchas hermanas y el incendio posterior de su sede de acción, el 17 de noviembre de 1936. Ella misma fue apresada, maltratada y juzgada, de julio a octubre. Tras la liberación, gracias a las gestiones de dos jóvenes de la asociación de Hijas de María, recorrió varios refugios, el más duradero en la embajada de Chile de Madrid, ofreciendo un testimonio ejemplar a las personas refugiadas]. Sobresalió por su contribución al perdón y a la reconciliación y por la reorganización de las Hijas de San Vicente de Paúl, una vez acabada la guerra, con notables iniciativas caritativas, educativas, misioneras y de promoción del carisma vicenciano.
Consiguió del Jefe del Estado, Francisco Franco, que los que hubieran asesinado a hijas de la caridad durante el periodo de persecución no fueran condenados a muerte.
Así lograría salir de la cárcel el tal Marchén que fue en busca del Obispo de Segorbe para pedir que reuniera en la Catedral a la gente que quisiera escucharle para contar todo lo que había hecho y pedir perdón publicamente.
Murió años después de tuberculosis...