Nosotros, los que creemos, los que de verdad creemos…, porque tenemos plena conciencia de ser templos vivos de Dios, somos milagros vivientes. Y lo grande, no es que solo lo seamos nosotros, sino aunque no sean consciente de ello también lo es cualquier bautizado que viva habitualmente en la gracia de dios. Porque creer, amar y esperar de Alguien, que no lo ven los ojos de nuestra cara, esto para los que nos contemplan, para ellos les resulta asombroso, ¡vamos!, algo que para unos tiene la categoría de un milagro y para otros aunque no nos los digan, somos unos retrasados en el tiempo, aún seguimos anclados en ese mito que se ha creado y todo el mundo acepta a pies juntillas, acerca de la maldad de la Inquisición. ¡Dios mío! Pero que listo es satanás, sino no fuese por tu divina gracia, ya estaríamos todos metidos en las calderas de Pedro Botero.

            Es por esto que repetidamente muchos nos dicen: ¡Ya me gustaría a mí tener tu fe! Y aunque se les explica por activa y por pasiva que la fe, es un bien espiritual, y que los bienes espirituales son muy fáciles de adquirir, ya que son gratuitos no cuestan nada, ni por estas, no se nos ponen en marcha. Sí reconocen que tenemos algo especial, aunque no nos lo digan y muchos nos miran con respecto y creen que tenemos más mérito en la vida que llevamos, en lo que hacemos y en lo que decimos, que los mismos curas, porque si esto mismo lo hace un cura, piensan que al fin y al cabo esa es su obligación. Pero a nosotros ¡quien nos manda meternos en camisas de once varas y complicarnos la vida? Lo que nunca comprenden, es que al contrario no nos complicamos la vida, sino que nos la descomplicamos, así actuando como milagros vivientes, lo que logramos ya en esta vida es vivir más alegremente ser más felices y con menos complicaciones.

            El mero deseo de adquirir un bien espiritual, implica ya el comienzo de la adquisición de este, porque el Señor está siempre ansioso de nuestro amor, y  para nosotros, el mero deseo de poseer un bien espiritual es tanto como decirle al Señor: ¡Te amo Señor, el celo de tu casa me consume! (Sal 69,8-9). Cuando uno tiene deseos de adquirir, cuando uno, por ejemplo tiene un verdadero deseo de tener fe; sin darse cuenta ya ha empezado a tener fe, pues implícitamente está reconociendo la existencia de Dios.  Y el principio básico de donde arranca la fe, es decir su kilómetro cero, es algo tan simple como reconocer que Dios existe.

            En una glosa que publiqué el 06-0413, escribía este párrafo: Para adquirir la santidad, no es necesario contemplar un milagro, porque el milagro no es un remedio contra la incredulidad. El valor de un milagro para adquirir la fe es muy relativo, tanto es así que Santo Tomás decía: “El que se pone a rezar, realiza un milagro más grande que el que resucita un muerto”.  

Y esto es así, porque la experiencia personal del que tiene fe y vive conforme a ella, vale más que un milagro, porque este es el mejor y más valioso argumento de un cristiano, es su simple presencia como tal; es hacer ver y leer ese milagro que él es, viviendo los misterios de nuestra fe.

Hay un proverbio chino que dice: “El sabio muestra el cielo, pero el tonto solo mira el dedo que apunta al cielo”. Si bien los signos pueden atraer a las multitudes interesadas, no desembocan  automáticamente, en un proceso personal de fe, tal como señala Michel Hubaut. El milagro puede ser una trampa para la libertad del hombre. Por eso Cristo siempre se negó a jugar a ser mago o a realizar actos prodigiosos que obligaran a la gente a creer en él. Este tipo de seducción es indigna de Dios y del hombre. La fe no puede nacer de una evidencia, sino de una adhesión libre.

No es nuestro cuerpo ni sus órganos materiales, los que nos impulsan, primeramente a buscar la fe y luego a desearla. Es nuestro espíritu, el que nos lanza a la aventura de la fe, porque la fe es un bien espiritual, y nuestra alma anhela los bienes espirituales de la  misma manera que nuestro cuerpo lo que desea siempre viene de la materia, desea una buena comida, unos buenos trajes y vestidos, un buen coche, una buena casa, pero jamás deseará tener fe, amar a los demás, practicar la humildad, rezar en todo momento y buscar la compañía del Señor en un sagrario, estando allí como un pasmarote, porque nuestro cuerpo enseguida se rebela y empieza a decir: estos bancos son muy duros, no hay forma de encontrar una postura cómoda, hace aquí mucho frío o mucho calor, esto es un aburrimiento, aquí nadie habla, todo el mundo está en silencio, cuánto tiempo más vamos a estar aquí, con la cantidad de cosas que tienes que hacer…¿no estarás perdiendo el tiempo? 

Y el demonio que no pierde ocasión, comienza a darle ideas al cuerpo y este se sale de si cometido propiamente material y te dice: Con todo esto que haces lo único que tú quiere es llamar la atención. No eres humilde sino soberbio, la soberbia es lo que aflora en ti, un desmedido afán de protagonismo, para que te digan pero que alabe y te digan, pero que bueno eres.

            Pero sin apartarnos del tema, es de ver que cualquiera de nosotros es un milagro viviente, si es que la Santísima Trinidad inhabita en el interior de nuestra alma. Ella es la que nos mantiene dentro del ámbito del amor divino, la que con sus mociones e inspiraciones divinas, nos va guiando por el camino de la imitación de Cristo. Ella es la que en momentos especiales nos dice, lo que hemos de decir, como hemos de contestar a esa malintencionada pregunta que te hacen para cazarte: “11 Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, 12 porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir”. (Lc 12,1112). Porque no lo olvidemos eso, lo que  somos nosotros para el demonio, una pieza a cobrar y apuntarse el trofeo en su diario de safari. Los milagros dan testimonios, al igual que nuestras vidas de cristianos católicos, constantemente estamos dando testimonios, porque somos unos milagros vivientes, creados por la asimilación de las divinas gracias que Dios nos regala.

            Tomando otro párrafo de la ya mencionada glosa, vemos que en la contestación que San Pedro le da al Señor, cuando este le pregunta, si también ellos, los apóstoles, le van a abandonar, S. Pedro le responde al Señor: ¿A dónde iríamos? Solo Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios”, se pone de manifiesto que la fe de San Pedro no se fundamente en los milagros que contempló, quizás ellos refirmasen su fe pero no la generaron, su fe es algo mucho más importante y trascendente. Con estas palabras él le está diciendo al Señor: ¿Qué será de mí si no te tengo a Ti? ¿Dónde encontraré alguien que me ame, como Tú, me mas? Contigo he encontrado la perla maravillosa, el tesoro oculto y no estoy dispuesto a tirar estos bienes por la borda abandonándote. Tú Señor, eres mi amor, mi único amor, eres mi todo, si yo te dejase me hundiría, como me hundía en las aguas del Tiberiades y realizaste el milagro, de que yo también caminase sobre las aguas. Mi vida eres Tú y todo lo he abandonado para entregarme a Ti a quien consagrado el resto de mi vida. Te amo señor con toda la fuerza de mi pobre ser y solo sueño con que llegue el día, de que yo pueda entrar en tu Reino. Mientras tanto, a Ti te he consagrado mi vida tratando de conseguir que todo el mundo te amé, si es posible,  más de lo que yo te amo, Señor.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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