El título que he dado a este artículo me ha hecho recordar lo que, a propósito de la fe, dijo Pascal, de la religión cristiana en uno de sus “Pensées”: El deseo de creer, escribió Pascal: “es hacer desear que ella sea verdadera”.El acto de creer es un acto de libertad personal que nadie puede hacer en lugar nuestro.
En toda época, también en la nuestra, hay quien tiene fe, o no la acepta, o tiene sus dudas acerca de ella. El clima del mundo occidental ha sido calificado por un sociólogo contemporáneo (Lipovetsky), quizás exageradamente, como “La era del vacío”.
Algunos que carecen de fe, aunque quizás la mayoría, sin culpa de ellos, se sienten, por ello seres “libres”. Algún otro, respetuosa pero agudamente, decía que le recordaban el “Libre” del taxi, que significaba que no sabía a dónde iba. Sin fe, el transcurso de la vida es que literalmente “ que sigue la vida”, pero con fe sabemos que estamos construyendo, en el día a día, algo permanente.
Ciertamente el acto de creer es siempre el hecho de un compromiso de nuestra libertad. Pero ese compromiso nos libera, entre otras cosas, de carecer nuestras vidas de un sentido. Y podemos afirmar de la fe: “He aquí lo que me hace feliz; he aquí lo que me hace vivir”. Porque el testimonio que queremos dar es el de una experiencia que se dirige a otras experiencias.
Si la fe supone algo para nosotros, puede ser contagiosa. Así era la de aquellos primeros siglos en los que hablar de ella a los que no la tenían. Es que la fe puede ser “contagiosa”, como aquella de los primeros siglos, cuando el “de la boca al oído” espontáneo fué el gran vector del desarrollo del Evangelio en toda la cuenca del Mediterráneo. El legado del emperador Trajano, Plinio el Joven, hablaba del cristianismo como de un “contagio”. Pues para él se trataba evidentemente de una enfermedad.
Invitación y testimonio es la pedagogía también hoy. Ellos dieron la mayor parte posible de los relatos bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento, relatos de la vida de la Iglesia a través de los tiempos, relatos que recogen el estado mismo del narrador, cuyo más grande deseo es que ellos puedan llegar a comprender el situación interior de quien les habla. Con lo que se repite lo dicho anteriormente de la necesidad de transmitir a los otros una experiencia propia del que quiere transmitirles la fe...