La reproducción asistida busca superar el problema de la infertilidad. La infertilidad puede darse en ella (Ej. problemas de ovulación), en él (Ej. baja calidad de espermatozoides), o en ambos. Para el tratamiento de la infertilidad, la Iglesia establece un marco que es importante tener en cuenta.
I. Marco establecido por la Iglesia
El marco que establece la Iglesia para la regulación de la reproducción asistida se encuentra principalmente en la instrucción Dignitas Personae, de la Congregación para la Doctrina de la fe, de fecha 8 de setiembre de 2008. Esta instrucción señala que el tratamiento de la infertilidad debe respetar tres bases fundamentales (Cfr. n. 12):
1) El derecho a la vida y a la integridad física de cada ser humano desde la concepción hasta la muerte natural.
2) La unidad del matrimonio, que implica el respeto recíproco del derecho de los cónyuges a convertirse en padres sólo uno a través del otro.
3) Los valores específicamente humanos de la sexualidad, que exige que la procreación de una persona humana sea querida como el fruto del acto conyugal específico de amor entre los esposos.
Leídos en clave negativa, estos tres criterios impiden: 1) Que el tratamiento de la infertilidad tenga como consecuencia la eliminación de algún ser humano. 2) Que el tratamiento de la infertilidad se dé mediante el uso de células reproductivas de personas ajenas a la pareja. 3) Que el tratamiento de la infertilidad se dé de un modo tal que reemplace el acto conyugal de cara a la concepción.
En cambio, la instrucción señala que son admisibles: “las técnicas que se configuran como una ayuda al acto conyugal y a su fecundidad.” (n. 12) Así, son lícitas “las intervenciones que tienen por finalidad remover los obstáculos que impiden la fertilidad natural (…). Todas estas técnicas pueden ser consideradas como auténticas terapias, en la medida en que, una vez superada la causa de la infertilidad, los esposos pueden realizar actos conyugales con un resultado procreador, sin que el médico tenga que interferir directamente en el acto conyugal.” (n. 13)
II. Algunas prácticas incompatibles
No toda práctica que busque superar la infertilidad es compatible con lo que expone el documento. Es el caso de la fecundación in vitro, la inyección citoplásmica de espermatozoides, o cualquier otra técnica que reemplace el acto conyugal para concebir una nueva vida. Esto es así, ya sea que se usen gametos de la pareja o ajenos.
De igual modo, resulta contrario a la dignidad de la persona no sólo la concepción fuera del acto conyugal, sino toda práctica que lleve a la manipulación (Ej. congelamiento) o eliminación de una vida humana ya concebida.
La congelación de óvulos se presenta también como incompatible con lo expuesto en el documento en la medida que se realice en previsión a un posterior proceso de fecundación fuera del acto conyugal.
Nótese que ninguna de estas prácticas apunta realmente a tratar la infertilidad, pues las condiciones que impiden la fecundación natural se mantienen. Se le hace un bypass artificial al problema.
III. Dificultad para aceptar estas propuestas
Lo establecido por el documento en cuestión apunta a que se respeten los mecanismos naturales en orden a la transmisión de la vida humana. Esta posición puede encontrar resistencias dentro y fuera de la Iglesia, principalmente por tres causas:
1) Pérdida de consciencia del carácter sagrado de la vida humana.- La vida deja de ser vista como un regalo, como un don de Dios, y pasa a ser vista como un bien de consumo. Tampoco la fertilidad es vista como un don.
2) Primacía de la voluntad.- Hay una exageración en el peso que se le da a la propia voluntad. Ciertamente, se puede hablar de un derecho de los padres a tener hijos, pero este derecho no es absoluto. Por ejemplo, se encuentra subordinado al derecho del niño a tener una familia. La pérdida de la consciencia del carácter sagrado de la vida facilita que el propio querer pueda mantenerse a toda costa.
3) Vaciamiento del contenido de las relaciones sexuales.- La eliminación del fin procreativo como algo propio —al menos potencialmente— de toda relación sexual tiene también consecuencias para el tratamiento de la infertilidad. En efecto, si no es necesario admitir que la procreación es algo propio de toda relación sexual —al menos como posibilidad—, aquélla puede buscarse también prescindiendo de las relaciones sexuales.