El Papa Francisco, siendo Cardenal en Buenos Aires, tuvo la oportunidad de celebrar durante años la Solemnidad del Corpus, predicando la homilía oportuna sobre la Eucaristía. Traigo al Blog una de ellas, la que predicó en el año 2009, que nos puede ayudar a reflexionar sobre la importancia de la Eucaristía para la Iglesia y para cada uno en particular.




En la fiesta del Corpus hacemos memoria de todo el tiempo pascual, que se concentra en la fiesta de la Carne y la Sangre del Señor. La carne del Señor es nuestra carne resucitada y llevada a lo más alto del cielo. Un gran creyente decía "el Cielo es la sagrada intimidad del Dios santo". Pues bien, en la Fiesta del Corpus festejamos el lugar físico donde esa intimidad sagrada del Dios santo se nos abre y se nos brinda cada día: la Eucaristía.

En estos tiempos tan difíciles  de nuestra Patria en los que la bajeza moral parece achatarlo todo, nos hace bien alzar los ojos a la Eucaristía y recordarnos de cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados. Estamos invitados a vivir en comunión con Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”(Jn 6,56).

 

Él es el Pan que da Vida, una vida para siempre: "Mi carne es verdadera comida" (Jn 6, 55). Muchos discípulos lo abandonaron aquel día, porque estas palabras les sonaron muy duras. Querían algo más concreto, una explica­ción mejor de cómo se puede vivir con lo que Jesús nos dice, con lo que Jesús nos da. En cambio Pedro y los apóstoles se jugaron por el Señor: "A quién iremos. Sólo tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). También nosotros, como pueblo, estamos en una situación parecida: una situación de desierto, una situación que nos exige decisiones en las que nos va la vida. Frente al Pan vivo, como pueblo fiel de Dios, dejemos que el Señor nos diga: pueblo mío, acuérdate con qué pan te alimenta nuestro Padre del Cielo y cómo son los panes falsos con que te ilusionaste y te llevaron a esta situación.

Acuérdate que el Pan del Cielo es un pan vivo, que te habla de siembra y de cosecha, porque es pan de una vida que tiene que morir para alimentar. Acuérdate que el Pan del Cielo es un pan para cada día porque tu futuro está en las manos del Padre Bueno y no solamente en la de los hombres. Acuérdate que el Pan del Cielo es un pan solidario que no sirve para ser acaparado sino para ser compartido y celebrado en familia. Acuérdate que el Pan del Cielo es pan de vida eterna y no pan perecedero. Acuérdate que el Pan del Cielo se parte para que abras los ojos de la fe y no seas incrédulo. Acuérdate que el Pan del Cielo te hace compañero de Jesús y te sienta a la mesa del Padre de la que no está excluido ninguno de tus hermanos. Acuérdate que el Pan del Cielo te hace vivir en intimidad con tu Dios y fraternalmente con tus hermanos. Acuérdate que el Pan del Cielo, para que lo pudieras comer, se partió en la Cruz y se repartió generosamente para salvación de todos. Acuérdate que el Pan del Cielo se multiplica cuando te ocupas de repar­tirlo. Acuérdate que el Pan del Cielo, te lo bendice, te lo parte con sus manos llagadas por amor y te lo sirve el mismo Señor resucitado. ¡Acuérdate! ¡Acuérdate! ¡No lo olvides nunca!

 

 

Esta memoria en torno al Pan nos abre al Espíritu, nos os da esperanza. Que esta esperanza inquebrantable de sentarnos un día a la mesa del banquete celestial nos libre de querer sentarnos al banquete de los suficientes, esos que no dejan ni las migas para alimento pobres. Que el vivir en la intimidad sagrada del Dios santo, nos libre de las internas políticas que desgajan nuestra Patria. Que saciados con el humilde pan de cada día nos curemos de la ambición financiera. Que el trabajo cotidiano por el pan que da vida eterna nos despierte del ensueño vanidoso de la riqueza y la fama. Que el gusto del pan compartido nos sacuda del tono murmurador y quejoso de los medios. Que la Eucaristía celebrada con amor nos defienda de toda mundanidad espiritual.

       Le pedimos a la Virgen estas gracias de memoria. Nuestra Señora es el modelo del alma cristiana y eclesial que “conserva todas estas cosas meditándolas en su corazón". A ella le rogamos que nos recuerde siempre dónde está el pan que nos da vida y el vino que alegra nuestro corazón. Que no deje de decirnos con su voz materna: "Haced todo lo que Jesús les diga". Que grabe en nuestro corazón las palabras : "Haced esto en memoria mía".