Y sí, queridos amigos, porque según parece, tanta similitud fonética no es casual sino que tiene su razón de ser histórica y etimológica.
El caso sería que, por orden de Felipe II, Francisco Hernández de Boncalo, cronista e historiador de las Indias, trae a España en 1559 las primeras semillas, que son plantadas en los alrededores de Toledo, en la zona aún hoy llamada “los cigarrales”, que no se llaman así sino por la abundancia en ellos de cigarras, lo que habría proporcionado el nombre de cigarro al producto obtenido del tabaco y más adelante al cigarro pequeño el de cigarrillo. Con lo que curiosamente, acaba llamándose “cigarro” a una cosa que incluso morfológicamente asemeja mucho a la cigarra.
Se trata de una teoría, una teoría ciertamente atractiva, pero no la única. Según algunos la palabra proviene de una forma de consumo en la que la hoja del tabaco se envolvía en hojas de mazorcas de maíz, adquiriendo un aspecto de langosta o “cigarrón” que le da el nombre. Ni tampoco aquélla por la que se decanta el diccionario de la Real Academia de la Lengua, el cual se inclina por la procedencia del término del maya “siyar”, con la que los mayas designaban, al parecer, el tabaco. Y eso que la palabra “tabaco”, según parece, no procede del maya sino del taíno, lengua indígena caribense que se refiere, según Bartolomé de las Casas, a la hoja de la planta, y según el otro gran cronista americano, Oviedo, a la pipa usada por los indios para fumarla.
Como quiera que sea, la evolución de la palabra americana hacia las lenguas europeas se produce en el español, desde donde pasa a las demás, dando “cigar” en inglés, “cigarre” en francés, “sigaro” en italiano o “zigarre” en alemán. De parecida manera a como el “tabaco” español da “tobacco” en inglés, “tabac” en francés, “tabacco” en italiano o “tabak” en alemán.
Y ya puestos a explicar las etimologías de las palabras pertenecientes a la familia tabaqueña, sólo añadir que la nicotina debe su nombre al embajador francés en Lisboa, el nimeño Jean Nicot de Villamain (15301600), que introduce el tabaco en la corte francesa y que según se dice, hasta parece que consiguió con él curarle, o hacerle creer que le curaba, unas migrañas a la reina, Catalina de Medicis. Tan generosa inmortalización de su nombre se la debe a Carlos Linneo, el sabio sueco que realizó la clasificación de la botánica y que en su obra “Species plantarum” llamará a la planta “nicotiana”, aunque bien podría haberla denominado “jereciana” o “torriana” en honor de Rodrigo de Jerez y Luis de la Torre, que llegan a América con Colón y los Pinzones y son los primeros europeos en conocer de la existencia del tabaco. La verdad es que la guerra de las palabras nunca fue el fuerte de los españoles ().
©L.A.
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