Las modas también existen en las cuestiones religiosas. Y no sólo afectan al tipo de casulla que se pone el sacerdote al celebrar la misa. Si antes del Concilio parecía que el único pecado era el del sexto mandamiento, después dio la impresión de que en esa materia no había nada que examinar.
Un bandazo semejante experimentó la cuestión de la existencia del demonio. De repente se dejó de hablar de él. Era de mal gusto hacerlo e incluso se llegó a decir -nunca por el magisterio de la Iglesia, desde luego-, que no existía. Del mismo modo se afirmó que el infierno tampoco era real y que, en caso de serlo, estaría vacío. Esta mentira, difundida con éxito durante cincuenta años, ha hecho que muchos se pusieran a "jugar con fuego", participando en todo tipo de ritos, algunos de ellos abiertamente satánicos. La llegada de muchos emigrantes procedentes de los "países del vudú y de la santería", de África y del Caribe, ha fomentado este tipo de ritos y ha hecho que se multiplicaran las consultas de hechiceros y adivinas. La consecuencia es que han aumentado las posesiones diabólicas, aunque ciertamente no todo lo que parece tal lo es. Por eso el cardenal de Madrid, junto con los ocho exorcistas que acaba de nombrar para la Diócesis, en una medida tan sorprendente como extraordinaria, ha pedido que haya un equipo de psiquiatras para determinar qué es una cosa y qué es otra.
El propio Papa se habría visto esta semana enfrentado a una situación de este tipo. Un sacerdote le presentó un endemoniado y él rezó por la persona afectada. Se dijo incluso que había hecho un exorcismo, lo cual el Vaticano desmintió; el exorcismo lo llevó a cabo a continuación el especialista para la Diócesis de Roma y, según él mismo, informó logró que salieran de él cuatro demonios.
No es una broma ni es cuestión para tomárselo a la ligera. Tampoco para vivir angustiados, pues Dios es más fuerte que el demonio. Pero éste existe, es un ser personal, que, como dice el salmo, "como león rugiente ronda buscando a quién devorar". Por eso hay que mantener las distancias y pedirle a Dios que nos proteja, que nos salve del mal y del maligno. La oración es nuestra principal aliada y, junto a ella, tener un poco de agua bendita en casa no le va a hacer daño a nadie.
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