Llega, de nuevo, la fiesta del Corpus Christi, el día del Señor, el pan partido y el vino derramado en el centro de la Iglesia y del mundo, como el signo de un amor entregado hasta el extremo. Celebrar la Eucaristía es invitar a todos los hambrientos de Dios, de verdad y de justicia, de paz y solidaridad, pero tambien el compromiso a compartir, a darnos, a hacer que nuestra vida sea una vida "eucarística". La fiesta del Corpus es una invitación a acercarnos a Jesús, presente en todos los sagrarios de la tierra, para abrirle de par en par las puertas de nuestro corazón.
Hay cuatro acciones que resumen lo que Jesús hizo con su vida y lo que nosotros estamos llamados a hacer con la nuestra para convertirla así en una vida eucarística.
Primero, "tomarla en nuestras manos": esto significa hacernos cargo de ella, no vivirla de prestado, superficialmente, sino en toda su riqueza y profundidad. Ser conscientes de nuestra propia realidad.
Segundo, "dar gracias y pronunciar la bendición": cultivar una predisposición a alabar, bendecir y dar gracias en cualquier circunstancia. Se trata de vivir en clave de gratuidad: todo lo hemos recibido de Dios.
Tercero, "un pan que se rompe y un vino que se regala": el tercer gesto que tiene Jesús en la Cena con sus discípulos es el de asociar su muerte, -cuerpo entregado y sangre derramada-, con un signo elocuente: convocarnos a su mesa, creando comunidad.
Cuarto, "el pan partido está para repartirlo": quien reparte es un sirviente, un criado. Así se comporta Jesús: siendo líder del grupo se presentó y actuó, realizando gestos humildes de servicio. Así, nuestra vida, en cualquier ambiente y circunstancia donde estemos.
La fiesta del Corpus nos invita a rendir un homenaje de amor a Jesucristo, a su paso por nuestras calles y plazas:
"Hay un corazón que late, que palpita en el sagrario,
un corazón solitario que se alimenta de amor.
Es un corazón paciente, es un corazón amigo...".